CACHO 29
EL AVIÓN Y EL AVE

Los ejecutivos agresivos que viajan habitualmente a Madrid y Sevilla siguen sin ponerse de acuerdo en qué medio de transporte se traslada uno con más rapidez, puntualidad y acierto. Antonio Burgos escribió hace años un delicioso trabajo dedicado al «pelmazo del AVE», que es un elemento de alta peligrosidad. No obstante, la tesis de Burgos no se adentraba en las diferentes opciones que existen y que ofrecen distintas intensidades del «pelmazo del AVE». Está el pelmazo ejecutivo a secas, el pelmazo agrícola, el pelmazo cazador, el pelmazo de feria, el expo-pelmazo, el pelmazo de Ciudad Real, el pelmazo motorolo y el pelmazo gentil. Este último es el peor de los pelmazos, pues no satisfecho con el tostón a trescientos kilómetros por hora del viaje, se ofrece amablemente al llegar a Sevilla a llevarte al hotel.

—¿Te está esperando alguien?

—Sí, muchas gracias.

—Te advierto que para mí no es ninguna molestia llevarte, porque tengo el chófer esperándome.

—No, muchas gracias, me esperan.

Pero he aquí que al mentiroso siempre se le coge, y que llegados a la estación de Santa Justa, el pelmazo gentil advierte que nadie está esperando a su presa, y ni corto ni perezoso le ordena a su mecánico:

—Andrés, meta en el coche la maleta de don Alfonso, que vamos a acercarle al hotel.

El pelmazo agrícola comenta la situación del campo por cada punto que se pasa, y utiliza el lenguaje de los entendidos, que no es, en absoluto, comprensible.

—Mira como está la rastrojera. Aquí no ha caído una gota de agua desde hace meses.

—Sí, es terrible —dice la víctima mientras intenta concentrarse en la página siete del libro que ha adquirido en la librería de la estación para hacer más llevadero el viaje.

—Como la otoñada venga seca, esto va a ser un desastre.

—Un desastre, sí.

Y no se pasa de la página siete.

El pelmazo cazador es, en principio, engañoso. Al subir al tren, ya sea en Madrid o en Sevilla, no parece un pelmazo.

Incluso se echa un sueñecillo reconfortante en los primeros kilómetros. Pero al superar Ciudad Real —en dirección a Sevilla— o pasar por Córdoba —en dirección a Madrid—, se incorpora con una agilidad inesperada, fija su mirada en el campo que se va dejando, y explica al desgraciado de al lado las circunstancias de cada finca, su propietario y el resultado de las últimas cacerías.

—Esto es de Baviera, y lo cuida mucho.

—Es que los Baviera son muy cuidadosos —comenta la víctima por decir algo, aún en la página siete del libro.

—Un poco más allá pasaremos junto a la Salceda, la finca de Mario; y esto es de Jaime Botín, y después de aquella sierrita está lo de Juan Abelló.

—Muy interesante.

—Veo que no eres cazador.

—Tampoco soy anticazador.

—La caza existe porque hay cazadores y gente que conserva sus fincas.

—Sí, sí, estoy de acuerdo.

Y se inicia un diálogo conservador-ecologista ante la página siete del libro imposible.

A mitad del trayecto, el pelmazo del AVE cumple con su obligación: establecer las diferencias entre el viaje en avión y el del referido Tren de Alta Velocidad:

—Se llega antes en el AVE. Mira, para coger el avión tienes que ir de tu casa al aeropuerto, que es media horita por lo menos, llegar al aeropuerto con cuarenta y cinco minutos de adelanto, y si el avión sale a su hora, suma otros cuarenta y cinco minutos del vuelo. Luego recoger el equipaje, si es que lo llevas, y el taxi hasta tu casa o el hotel, que es otra media hora más. En cambio, al AVE puedes llegar con cinco minutos y te deja en el centro de la ciudad. Haz la cuenta, y el AVE es más rápido.

Porque el pelmazo del AVE hace unas cuentas muy suyas, y no mete en el saco lo que tarda el taxi o el coche desde la casa o el hotel a la estación y viceversa.

El pelmazo del avión es mucho más llevadero. A nueve mil metros de altura, hasta los tostones profesionales se encuentran en inferioridad. Si hay turbulencias, el vuelo es mucho más placentero porque el pelmazo no habla, hace que lee pero no lee y sólo dedica su atención a los saltos de la aeronave. Ese mismo pelmazo, mudo de miedo, en el AVE se transforma y no deja de hablar, comentar, señalar, indicar, contar y reír en los quinientos kilómetros que separan *a la capital del Reino de la capital de Andalucía. En el avión, además, no funcionan los teléfonos inalámbricos, y ésa es ventaja muy a tener en cuenta.

En opinión de los científicos, el viaje de Madrid a Sevilla en avión o en AVE es prácticamente igual de largo o de corto (según cada cual), si las circunstancias son normales. Pero en avión, las ventajas son mayores, y si el tiempo no determina un buen vuelo, infinitamente superiores. El AVE se mueve igual bajo un cielo azul que soportando una tormenta, en tanto que el avión con la tormenta se mueve la mar. Y ese movimiento ahoga al ejecutivo tostón que te cuenta que va a Sevilla a una reunión inaplazable y que vuelve a Madrid por la tarde porque tiene una cena en casa de Alfonso (Escámez) a la que asisten también Emilio (Botín o Ibarra), y seguramente la Infanta Pilar.

En el AVE se puede viajar tranquilo de una sola guisa: adquiriendo todos los billetes del vagón. En ese caso, sólo en ese caso, la víctima propiciatoria de un pelmazo tiene la oportunidad de dormir un rato, leer un libro y disfrutar del paisaje. Es costoso, pero merece la pena.

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