En mi infancia, allá en San Sebastián, se montaba todos los veranos una tómbola en el bulevar con gran éxito de público. Sobre el extenso tenderete se leía «Tómbola de la vivienda», y en su interior se exhibían deseados premios que nunca tocaban. Jamás conocí a un afortunado que ganara, mediante el canje de una papeleta premiada, un artilugio expuesto. La «Tómbola de la vivienda» era, en efecto, un gran negocio para sus organizadores. Que posteriormente compraran o no alguna vivienda, se escapa a mi información, pero en principio no mentían.
El hecho de hacer el primo en la tómbola, que antes se llamaba «comprar papeletas», hoy se traduce como «tomboling».
—¿Qué hacemos esta tarde, María Prusia?
—Vamos a hacer algo de «tomboling» en el mercadillo de la Orden de Letrán, que me he enterado de que hay pobres muy necesitados de nuestra bondad.
Y en efecto, nada más entrar en el bondadoso mercadillo, se aprecia una tómbola con premios asquerosos donados por las generosísimas señoras que organizan el evento en beneficio de los «pobres muy necesitados», que son los pobres más pobres de entre los pobres.
—Enhorabuena, María Clara, te ha tocado el Quijote de plata que ha donado desinteresadamente Pochi Campo Luminoso.
—Pues yo también lo dono, para que se recaude más para los pobres «muy necesitados».
—Eres buenísima, María Clara. Tienes un corazón que no te cabe en el pecho.
—Tonterías, soy de lo más normal, pero algo hay que hacer por los demás.
Y a María Clara le nace del coco una aureola de santa, santa y más que santa.
—¿De dónde vienes tan cansada, María Clara? —pregunta el amante esposo que no estaba nada preocupado por su tardanza.
—Vengo de hacer un poco de «cariting», para que los pobres no sean tan pobres.
—Eres una maravilla, María Clara, pero algún día vas a pagar con tu salud tantos sufrimientos.
—Todo lo que Dios me mande, será bien recibido.
—Eres de lo que no hay.
Y a María Clara la crece desde el coco la aureola de santa, santa y más que santa.
Al cielo no va todo el mundo. Como decía el gran Antonio Mingote en cierta ocasión, parafraseando a una beata de su invención: «Al cielo, lo que se dice ir al cielo, iremos los de siempre». Así es. Pero es fundamental para creerse «de los de siempre» organizar una fiesta con carácter benéfico.
—Estoy agotada, pero el fin es lo importante.
Ese agotamiento es, en principio, un primer paso hacia la santidad.
—Tengo los pies destrozados, pero todo sea por los niños huérfanos del Senegal.
Y los niños huérfanos del Senegal sin enterarse del destrozo de pies.
—Lo más entrañable es la sensación de felicidad que una siente cuando sabe que lo que ha hecho está bien hecho —dicen las más santas de todas las santas.
—Es que tú eres buenísima con los demás —tercian sus amigas.
—Hago simplemente lo que creo que debo hacer. Y a María Clara le brilla tanto la aureola de santa que se funden los plomos de Zalacaín, que es donde tiene lugar la conversación.
—A mí los pobres me dan muchísima pena, pero me gustarían más si se lavaran un poco.
—Tienes toda la razón. Nos pasamos la vida entera haciendo cosas por ellos, y no tienen con nosotras ni el mínimo detalle.
—Pero luego queda la satisfacción de la obra bien hecha.
—Eso sí; eso compensa todo.
Y a María clara le refulge tanto la aureola de santa que casi se electrocuta.
Y es que la gente buena de verdad es buenfsima sin discusión posible.