Todo está en el tono, pero casi siempre resulta demoledoramente cursi. Los cónyuges que forman un matrimonio, o los miembros que dan lugar a una pareja estable, no pueden manifestarse el cariño en público, excepto si son conscientes del delito y están decididos a perpetrarlo con ribetes de alevosía. El amor en público es una indecencia, y más aún cuando los propagadores son dos carrozas que conviven bajo el mismo techo lustros ha. Además, tales demostraciones son prueba irrefutable de desavenencias, odios escondidos y muy áspera relación en privado. En Centroamérica el desprecio se traduce por «cariño».
—Cariño, ¿conoces al licenciado Omar Washington Montojo Harrison?
—No, cariño, es un placer enorme conocerle, licenciado.
—Me siento muy honrado en saludarla, señora.
—Millón de gracias, licenciado, yo también siento un gozo tamaño baño.
—Te dejamos, cariño, porque el resto de los invitados también desean conocer al licenciado.
—Lo entiendo, cariño; encantada, licenciado.
La fiesta termina y se alcanza el ámbito privado.
—Cariño, como vuelvas a timarte con el licenciado Montojo Harrison en público te voy a dar una golpiza fracturosa que te vas a enterar.
—Tú me lo presentaste, cariño, y yo soy gentil con quien me salga del polleraje, cariño.
—Tú has emputecido, cariño, y algún día te voy a sorprender con una balacera.
—No te tengo pavor, medio macho, que eres un medio macho.
Y no pasa nada de nada.
En España, el tono y el matiz se disputan el contenido anímico del «mi amor».
—¿Me preparas una copa, mi amor?
—No, mi amor, póntela tú.
—Eres muy amable, mi amor.
—Pues si no te gusta mi carácter, te buscas otra, mi amor.
—Es lo que voy a hacer, mi amor.
—Hazlo y te corto los huevos, mi amor.
—Ya lo he hecho, mi amor.
—Y yo también, mi amor, y mucho antes que tú, que eres un cabrón aparte de gilipollas.
Y pasa algo de algo.
Entre la enfermería se da mucho el «mi cielo» o el «cielo» a secas. Así que llega uno al hospital a que le abran un forúnculo, y ya está en el quirófano dispuesto a todo, cuando llega una enfermera desconocida y le dice lo siguiente:
—Anda, descúbrete que te voy a inyectar un poquito de «valium». No te preocupes que no te va a doler, cielo.
Y «cielo» enseña el culo y le inyectan un poquito de «valium», que no duele, pero la aguja sí.
El amor de verdad es una sensación callada. Se admite la declaración de principio, pero jamás de final. Sólo en momentos previos a la muerte, si el cónyuge está presente y el aspirante a fiambre mantiene su conciencia, se puede balbucear un tenue «te quiero» instantes antes del óbito, pero nada más. El amor y el cariño en vida se manifiestan por los hechos y las actitudes, como bien han demostrado Sergio y Estíbaliz, qué incluso cantan al unísono.
—Estoy tan enamorado de mi señora como el día de nuestra boda.
Hay que matar al que tal cosa diga. No sin azotarle previamente. Y, si es posible, ante su «señora».