El «pijama party» —pronúnciese «piyama»— es una espeluznante reunión nocturna de quinceañeras, que aprovechan el fin de semana —week end—, para dormir juntas en la casa de una amiga común.
—Papá, hoy tenemos un «pijama party» en casa de Alejandra —le comentó de sopetón al tratadista su hija Isabel. El tratadista, que es persona tolerante en sumo grado y de gran agilidad mental, apenas pudo iniciar un balbuceo cuando su hija le completó los detalles de la convocatoria—: Vamos Ale, Mariajo, Bea, Isabela, Belén, Ana, Marta, María, Maraya y yo.
—¿Y en qué consiste el «pijama party»? —preguntó el tratadista mientras le subía la fiebre de alipori.
—Lo pasamos fenomenal, papá. Consiste en hablar hasta muy tarde y dormir juntas.
—¿Nada más?
—¿Te parece poco?
El tratadista jamás había oído cosa parecida. Incansable viajero, conocedor de lejanas tierras, amante de las costumbres de las tribus de la Amazonia, amigo fiel del pueblo zulú, intrépido caminante de las selvas de Sabi-Sabi y Mala-Mala, navegante impetuoso, persona cordial y receptiva donde las haya, nunca había sabido de tan extraño ritual. El tratadista estaba perplejo, por no decir extremadamente confuso. Su hija, la niña de sus ojos, la calma de sus tormentas, el oasis de sus desiertos, el refugio de sus singladuras y muchas cosas más, se iba a un «pijama party» para hablar con nueve amigas con las que nunca paró de hablar desde que tenía diez años. Porque el tratadista, además de incansable viajero, conocedor de tierras lejanas, amante de las tribus de la Amazonia, amigo fiel del pueblo zulú, intrépido caminante de las selvas, navegante impetuoso y persona cordial y receptiva donde las haya, era también el pagador de las facturas del teléfono, y el tratadista sabía que una gran parte de la cantidad a abonar era susceptible de mengua y ahorro si su hija no hablara tanto con Ale, Mariajo, Bea, Belén, Isabela, Marta, María, Ana y Maraya. Y a pesar de ello, como tenían más cosas de que hablar, se iban de «pijama party».
El tratadista, tras la pertinente consulta matrimonial, concedió a su hija el necesario permiso, con una sola condición:
—No puedes ir por ahí, siendo hija de quien eres, diciendo que te dedicas a frecuentar los «pijama party». El sólido prestigio de tu padre pende de un hilo.
—Te lo juro por «Snoopy», por las bragas de Mafalda y porque no se caiga el techo del Vips de Lista —le aseguró su hija.
Y el tratadista se desvaneció.
Como prueba de su honradez, narra su tremenda experiencia personal en este libro.