CACHO 12
EL «YUPPY» HIPERACTIVO

Las buenas maneras están reñidas con la actividad excesiva. Decía Morrison que un hombre acusadamente activo tiene grandes posibilidades de ser absolutamente tonto. Una vez más tenemos que dar la razón a Morrison, Bartholomew Morrison, hijo de Ferdinand Morrison, que a su vez era sobrino de Marcus Morrison, el gran pensador de Surrey. La Enciclopedia Británica no avala engaños ni añagazas y así dice, escuetamente: «Morrison, Marcus. 1879/1916. Gran pensador de Surrey. Autor de doce novelas, entre las que destaca por su estilo y profundidad la titulada Mis amigas las avispas. Su esposa, Dorothy Lanfield, falleció a temprana edad como consecuencia de una picadura de avispa».

Morrison —nos referimos a Bartholomew— era un decidido enemigo de la hiperactividad deportiva. Su compañero de colegio, Gilbert Lorengar —«Lory»—, murió ahogado en el Támesis tras sufrir un colapso cardiaco cuando remaba en una piragua. A «Lory» no le mató el remo, porque apenas había dado seis paladas cuando su corazón le falló. Gilbert Lorengar se había levantado a las seis de la mañana. Tras desayunar frugalmente, se adornó la cabeza con una gorra y subió junto a su bicicleta —o sobre su bicicleta— las duras cuestas del Pringenton Hill. Alcanzada la cima, «Lory» realizó varios números de gimnasia sueca y sufrió un tirón muscular en el muslo derecho. Con el dolor de muslo —es muy difícil explicar a los que no han sufrido dolores de muslo lo mucho que duele un dolor de muslo—, «Lory» descendió del Pringenton Hill por una barranca, suspendido de una cuerda. Conseguido el llano, corrió cinco kilómetros a pesar de su menguada capacidad motriz. Allí, en la meta, le esperaba su novia, a la que besó apasionadamente, empapadito de sudor. Tras romper relaciones con su novia, hizo la «croqueta» por los prados descendentes y se abrió la cabeza al golpearse con una cerca. Con la cabeza abierta y el muslo fatal llegó hasta la orilla del Támesis, donde descubrió una piragua. Remó con frenesí y, a las seis paladas, dobló la servilleta definitivamente. Fue el primer «yuppy» hiperactivo, aunque desconociera su lamentable invento. Y Morrison, su fiel compañero de colegio, se erigió, desde aquel instante, en el mayor enemigo de los cursis hiperactivos.

Muchos años después, en España se rinde homenaje al idiota de Lorengar, y sólo este tratadista venera el recuerdo de Morrison. España se ha llenado de «yuppies» y de «jasps», y esto no hay quien lo aguante. La población de hiperactivos ha aumentado considerablemente en el último decenio, a pesar de las muchas bajas que se contabilizan en cada estío como consecuencia de su desenfrenado afán por practicar deportes que ahora se llaman de manera diferente. Bajar los nerviosos ríos sobre una embarcación cualquiera se dice ahora «rafting». Correr hasta la extenuación, «jogging» o «footing». Navegar sobre una canoa, «canoeing»; bucear, «diving»; bucear con bombonas de oxígeno, «scubba diving»; jugar al tenis en la playa, «palling»; montar en bicicleta, «bicycling»; deslizarse sobre las olas rompientes en una plancha, «planking»; elevar al cielo una cometa de papel, «commeting»; y cumplir, si fuerzas quedan, con el cónyuge o acompañante en los tortuosos senderos del amor, «polving». Además, en caso de supervivencia, el hiperactivo puede adelantar su muerte mediante el «puenting» —lanzarse al vacío con una soga elástica atada a los tobillos—, el «delta flying» —volar peor que un pavo real con unas alas en forma de delta—, o el apasionante «hydro speed», que es un «rafting» sobre lancha de goma o caucho con capacidad para ocho tontos. El hiperactivo es poco proclive al «duching» —ducha portátil que elimina los efluvios del esfuerzo—, y a pesar de su juventud presenta una deteriorada expresión como resultado de su fatigoso quehacer. Sus únicas lecturas —el deporte en exceso siempre ha sido la excusa de los bobos para no pensar— se reducen al Financial Times y al Expansión, que llevan bajo el brazo incluso en pleno esfuerzo de «canoeing».

Sigámosle paso a paso.