Nos convocó nuestra madre y sus diez hijos —el tratadista y sus nueve hermanos—, acudimos puntualmente al lugar de la reunión. Nuestra madre era, y es, una mujer enérgica y muy poco proclive a la componenda, la negociación humillante o el pacto resignado.
—Niños: quiero deciros que soy y seré siempre vuestra madre menos el Día de la Madre.
Dicho esto, dio por finalizada la asamblea tras recordarnos que el único punto del orden del día del consejo familiar extraordinario había sido aprobado por unanimidad. A partir de ese momento, y ya han transcurrido más de treinta años, mi madre es mi madre excepto el Día de la Madre. Puede parecer surrealista a quienes desconozcan las singularidades y buenas maneras de mi gente, pero es así. Soy un escritor con madre la víspera del Día de la Madre y vuelvo a tener madre al día siguiente del Día de la Madre, pero el Día de la Madre, soy huérfano. Y el que no lo entienda es porque no quiere.
Algún año después, por aquello de los agravios comparativos, se inventaron lo del Día del Padre. El tratadista estudiaba su bachillerato en el colegio del Pilar, en la calle de Castelló, y uno de los profesores marianistas repartió en clase unas tarjetas para que felicitáramos a nuestros padres. Por aquel entonces, a mis trece años —también el tratadista tuvo trece años—, ya me habían nacido los pelitos de las piernas y mi voz estaba cambiando. ¿Qué se le escribe a un padre en esas condiciones sin sufrir un ataque de alipori? Mi padre, como mi madre, siempre han tenido el buen gusto de no acudir a las reuniones de padres de alumnos, ni a las fiestas colegiales, ni a los actos de imposición de distintivos o misas de final de curso. Mi padre es una persona normal, no como esos otros padres que se cruzan con un compañero de clase de su hijo y le dicen: «¡Hola, Alcoceba!», y resulta que efectivamente se llama Alcoceba. Si mi padre se hubiera cruzado con un compañero mío, en el caso de saludarle, le habría dicho: «¡Hola, Moranchel!», cuando lógicamente era Icazteguieta.
Retomo la cuestión. ¿Qué se le escribe a un padre normal en una tarjeta destinada a felicitarle por el Día del Padre? El levita procedió a ayudarnos a los indecisos.
—Escribidle a vuestro padre lo mucho que le queréis y respetáis.
Y aquel alumno —el hoy tratadista—, con pelitos en las piernas y la voz mutante —más retrasadito que la Loles, que tuvo la «menstru» a los doce años[3]—, conocedor de la vergüenza ajena que iba a producir en su padre una declaración de esa índole, escribió en la tarjeta algo parecido a lo que sigue: «Te quiero y te respeto mucho. Tu hijo». Al recibir la tarjeta, mi padre reaccionó de la forma más digna entre todas las posibles. Se puso muy colorado mientras la leía, tosió dos o tres veces, resopló en tono quedo y enfermó por unos días. A partir de aquel glorioso instante, supe que soy también huérfano el Día del Padre.
Estos «Días» (véase Tratado de las buenas maneras I) son una bobada. El Día de los Derechos de la Mujer Trabajadora, el Día de los Padres Separados, el Día de los Hijos de Padres Separados, el Día de los Abuelos, el Día de las Tías Solteras, el Día del Sobrino Incomprendido y el Día del Árbol. También hay un Día del Orgullo Gay, que se celebra mucho. Festejar «Días» es de una ordinariez inaceptable. Siempre hay alguien que se forra. Y si no se lo creen, hagan una prueba.
Acuda usted mañana mismo al Ministerio de Asuntos Sociales y solicite ser recibido/a por un subdirector general cualquiera. Si lleva barbas, mejor que mejor. Expóngale la perentoria necesidad social de instituir el Día del Pájaro sin Nido. Estime la financiación necesaria y propóngala sin timidez. Esté seguro/a de que algo le cae, y muy probablemente, usted y su familia podrán vivir bastante bien a costa de los pájaros sin nido, que precisamente, y como consecuencia de su alto nivel de vida, seguirán sin nido mientras usted administre el problema de sus viviendas.
Las buenas maneras no admiten matices grises. O blanco o negro. Si el duque de los Álamos Floridos celebra el Día de la Madre, ese duque es «muy mal». Si «Juanita la Huracana», que tiene madre y la quiere con locura, no celebra el Día de la Madre, esa puta es «muy bien». Y los que no estén de acuerdo con esta sabia teoría, que se reúnan con carácter de urgencia para fundar el Día del Hortera, que podría celebrarse el 16 de diciembre, coincidiendo con la conmemoración de san Faustino de Loeches, que era un santo que guardaba su devocionario en una caja forrada de conchas que él mismo recogió una tarde en la playa de Deva.
(1) Ver cacho 4, «La visita del nuncio». (N. del A.)