Sabido es, y no hace falta profundizar en el asunto, que el hombre y la mujer son diferentes. Para resumir con profundidad esta diferencia es suficiente con un ejemplo. Las mujeres no tienen el hueso de la nuez y a los hombres no les visita el nuncio cada veintiocho días. También se podría decir que a la mujer no le crece la barba y al hombre se le endurece el tono de la voz, pero este ejemplo no es tan preciso. Hay mujeres con barba y hombres con voz de pito. La muestra primera es más justa y científica, decididamente.
El menstruo, o acción de menstruar, no es un episodio agradable. Pertenece a la más estricta intimidad y el tratadista no es en absoluto partidario de participar en charlas y conversaciones centradas en sus consecuencias e inconvenientes. El buen gusto y el menstruo están reñidos desde que el hombre es hombre y la mujer, mujer. Resulta inaceptable que una fémina informe y ofrezca detalles de su situación mensual, pero la falta adquiere proporción de delito cuando son los padres de una jovencilla los instrumentos de la feliz noticia. «Mi Loles ya es mujer. Ayer le visitó el nuncio por primera vez». «¿Y qué edad tiene tu Loles?» «Doce años, pero tiene muy desarrollados los pechos». «Pues lamento decirte que tu Loles es una guarra».
Y no por culpa de ella. La culpa es de sus padres, que hablan de los problemas de la Loles con una tranquilidad y una naturalidad pasmosas. Claro, que peor que los padres de la Loles son los de Cindy, que a la pregunta de un amigo: «¿Cómo está vuestra hija Cindy?», contestaron al unísono: «En cama, porque le afecta mucho el mesecito».
Lo cuento como sucedió. La familia se disponía a facturarse con dirección a la playa. Sombrillas, mesa plegable, sillas, cocodrilo hinchable, palas de tenis con sus respectivas pelotas, balón de plástico, cometa, plancha para las olas, aletas, respiradores, arpón descargado, flecha de arpón, libro de bolsillo sobre los peces del Mediterráneo y recipiente-termo para hielo y refrescos. Todo estaba cargado en el «Range», la familia en pleno disfrutando del futuro inmediato, el padre al volante —con «air bag» incorporado—, la madre en el asiento de al lado —con «air bag» de acompañante—, los hijos amontonados detrás y el motor en marcha, cuando Gunilla advirtió novedades imprevistas en su establecimiento privado. «Mami, se me ha adelantado la “menstru”». «No te preocupes, Guni. En el baño principal, encima de la cisterna del “váter”, tengo un paquete de “evas” de doble absorción que ni molestan ni se notan». «Es que yo prefiero los “tampas”, mami». «Pues te pones mis “evas” o te quedas sin día de playa».
Para que luego digan que la gente no es ordinaria.