LECCIÓN 32
EL CONJUNTO PARROQUIAL

Respeto la libertad de los seres humanos para elegir el camino de su salvación eterna. Las buenas maneras no están reñidas con la bondad, aunque a veces las relaciones resulten, cuando menos, comprometidas y tirantes. Ser bueno está muy bien, pero ser «buenísimo» no es nada distinguido. La gente «buenísima» suele ser muy aburrida, así en la tierra como en el cielo. «¿Señores de Frapa Tintoré?» «Sí, aquí es». «¿Está Angela Pura?» «No, lo siento, no se encuentra en casa». «¿Me podría indicar dónde la puedo encontrar?» «En estos momentos está ensayando con el conjunto de la parroquia».

La polifonía religiosa es una delicia para la sensibilidad humana. Pero los conjuntos parroquiales compuestos por afanosos parroquianos empeñados en salvar sus almas cantando para los demás no son tolerables. Esos grupúsculos, normalmente dirigidos por una monja vestida de mesa camilla, sacan de quicio a la buena gente que acude los domingos a la Santa Misa. No me refiero al buen coro, el órgano bien tocado y la música bien compuesta. La unión de esos tres elementos es una maravilla. Me ocupo de los conjuntos guitarreros, muy de «somos más nosotros si estamos junto a Ti», muy de la nueva Iglesia progre, muy del sacerdote que se hace tutear y llamar por su nombre de pila, muy de «realizarse mediante el acercamiento» y todas esas bobadas. Esos conjuntos hacen más daño a la Iglesia que Mefistófeles, Judas Iscariote, Lutero y Matilde Fernández juntos.

¿Por qué todas las personas «buenísimas» quieren «realizarse»? ¿En qué consiste la «realización»? ¿Tocar mal la guitarra, tener voz de conejo impertinente y seguir los compases que marca una monja reivindicativa-social supone «realizarse»? ¿Se puede presumir de «ser amigo o amiga de X porque tocamos juntos en el conjunto de la parroquia»? Uno de los grandes secretos divinos es precisamente el de no entender la falta de interés hacia la protesta que demuestra Dios en múltiples ocasiones. De haber desarrollado ese sentido, Dios estaría todo el día protestando por el mal uso que de su nombre hacen los conjuntos musicales de las parroquias. La Iglesia no puede permitirse el lujo de caer en la horterada fácil. Se cargaron la solemnidad necesaria, se cepillaron el latín, abandonaron la buena música, se acercaron mediante el tuteo a la feligresía y ahora nos invaden de guitarras parroquiales. La Iglesia, como la humanidad, necesita gente buena, no «buenísima». La gente «buenísima» es altamente perjudicial. Si Angela Pura quiere ir al cielo por pertenecer al conjunto musical de su parroquia, hay que advertirle muy seriamente de que no lo va a conseguir. Porque Dios no protesta, pero su buen gusto prevalece. Y para la gente «buenísima» tiene preparada una nube eterna, atiborrada de conjuntos parroquiales y en la que todos terminan zumbados de chochez.

Pero no se enteran.