Dejarse llevar del nerviosismo en circunstancias extraordinarias es una ordinariez. Los nervios son decididamente ordinarios. «Perdone que no me exprese bien, pero es que estoy muy nerviosa». Hay personas que por el simple y sencillísimo hecho de saludar a una personalidad más o menos relevante «se ponen nerviosas». ¿Por qué?, me pregunto yo. Se saluda y ya está. En las recepciones reales se advierten situaciones sólo limitadas por la imaginación. «Me he puesto nerviosísima al saludar al Rey. No sabía qué decirle» (afortunadamente para el Rey).
El contrapunto es la seguridad en sí mismo, la bella altanería que no se quiebra, la dignidad de lo solemne. El ejemplo que voy a poner pertenece a la Historia y cuenta con mi más rendida admiración hacia la actitud de un hombre y la grandeza de su persona. Cuando el Tempranillo dijo aquello de «El Rey mandará en España, que en la sierra mando yo», lo hizo sin tener al Rey delante. Así es muy fácil. Así cualquiera. Porque con el Rey a dos pasos de distancia, el Tempranillo se habría quitado la gorrilla de bandolero y hubiera enmudecido. Mi personaje, no.
Mi personaje se llamaba Manuel Carneiro Pacheco, y era portugués. Gran dignidad la de los buenos portugueses. Además de no se sabe qué cargo en la orden de Malta, don Manuel era un máximo dirigente de la empresa que fabricaba los fósforos en Portugal. Y fue recibido por Su Santidad el Papa Pío XII que, de niño, de joven, de mayor y hasta que fue elegido Papa, se llamaba Eugenio Paccelli.
Ante el Papa, una persona ordinaria «se pone nerviosa». Un gran hombre como Carneiro Pacheco, no. Al revés, el que casi se puso nervioso fue el Papa. Acudió a la audiencia Carneiro con su mejor uniforme, sus brillantes condecoraciones y su grandeza interior. Cuando Su Santidad apareció ante su vista, don Manuel se arrodilló lenta y serenamente y besó el anillo papal. Cumplido el rito respetuoso del protocolo, se incorporó, y mirando fijamente a los ojos del Papa, le dijo: «A os pies de Vostra Santidade; Vos sois Paccelli, y eu soy Pacheco; Vos sois Cordeiro, y eu soy Carneiro; y Vos sois la Antorcha que ilumina a o mondo, y eu soy conselleiro delegado da Fosforera Portuguesa». Muy pocas personas en el mundo merecen el homenaje de agradecimiento a su soberbia dignidad que se ha ganado el gran señor Carneiro Pacheco. Que no le falte en este Tratado de las buenas maneras, de las que él ha demostrado ser un bastión irreductible. Admiremos al unísono a tan inconmensurable hombre.