LECCIÓN 24
EL EQUIPAJE DE LA PLAYA

La playa es un medio, no un fin. Ir a la playa, dentro de lo que cabe —que cabe poco— no puede equipararse a una mudanza. Al paso que vamos, algunas familias se verán obligadas a contratar camiones de mudanza para llevar las cosas que se han hecho indispensables para un día de puñetera playa. En este punto recuerdo que ir a la playa con traje de baño es correcto y que hacerlo con «bañador» es una inmoralidad, amén de una horterada. «Tu “bañador” es alucinante, Edelweiss». «Sí; es “guay”, “gra”». «¿Me lo prestas, porfa?» «Mañana, ¿vale?» «¡Vale!» «Vale».

Aunque resulte muy antipático por mi parte, debo confesar que las playas se estropean por culpa de la clase media. Entiendo que esta afirmación puede ser interpretada de forma errónea y tacharme de clasista. Nada de eso. La validez del fácil argumento se desmorona cuando es evidente y demostrable mi nula afición por las playas. «Este señorito de pan pringado quiere que las playas no sean del pueblo», dirá la ordinaria de turno. Nada de eso. Si el pueblo quiere las playas, que las ocupe inmediatamente. Pero ello no agrieta mi argumento fundamental. El pueblo, que es la clase media, tiene sobrado derecho de ocupar las playas, atiborrarlas de objetos inútiles, padecer sus consecuencias y disfrutar de las cagarrutas ajenas mientras nada, y hace muy bien en manifestar su firme propósito de no enmendarse. Pero es justo reconocer que antes, cuando el pueblo no había descubierto sus horrores, las playas eran mucho más agradables.

Ante todo y sobre todo, porque la clase alta no se mudaba a la playa, simplemente iba. No amortizaba la playa, la asumía. No se pasaba el día en la playa; la pisaba sólo unas horas. Las relaciones playa-sociedad eran mucho más fluidas en tiempos del reinado de Alfonso XIII que ahora. Las playas de hoy no tienen nada que ver con las de antes, siendo las mismas y bañadas por semejantes y empecinadas olas.

En la clase alta —que no es siempre la dominante, como aseguran los demagogos—, se sigue observando con disciplina y rigor el cumplimiento de la digestión. «Los pobres no saben lo que es la digestión, y por eso se ahogan», dijo Lobo Camprubí, que hacía cinco horas de digestión y se bañaba con «flota» —nunca flotador—, por si acaso. La gente ahora no hace la digestión, y por eso se ahoga con una facilidad pasmosa. La playa, además, sólo es admisible por la mañana, nunca en el post meridium. La playa vespertina es un invento de amortización estival, muy cutre por cierto.

«¡Alexis Jesús! ¡Te he dicho “cienes y cienes” de veces que no te bañes por lo jondo, so maricón!» Eso no se escuchaba antes en las playas conocidas. Todo el resultante de la amortización estival, de las torres de apartamentos, del veraneo contratado es demoledor para el playerío. Y encima están los equipajes, las cestas de la comida, el cubo de los hielos, los platos y cubiertos desechables, el cocodrilo hinchable del desobediente de Alexis Jesús y las marsupias de papi y mami con capacidad inimaginable de almacenamiento.

«Mami, me ha venido la regla». «No te preocupes, Hortensita, que aquí tengo unas Evax con alas que ni se notan, ni molestan, ni traspasan». Y la playa hecha un asco.