La prueba es definitiva. En una casa como Dios manda los mecheros de mesa no deben funcionar excepto si acaban de recibirse como regalo. En tal caso, los dueños de la casa se tienen que disculpar con el invitado o visitante. «Perdona que el mechero funcione, pero es que nos lo regalaron hace una semana y todavía tiene gas». Los mecheros de mesa, cuando pierden definitivamente el gas, o la piedra o lo que precisen para encenderse y llamear, no deben ser objeto de repuestos. Desconfíen de las casas donde los mecheros de mesa sean fieles a su cometido. En los hogares «bien», los mecheros siempre están sobre las mesas con estoico sentido de la inutilidad. Una señora que recarga con gas un mechero de mesa es muy capaz de llamar «pillín» a su marido cuando éste, viendo una película en la televisión y ante la aparición de una escena más o menos subida de tono, guiña un ojo. «Te he pillado, pillín», dice ella mientras enciende un cigarrillo con el mechero de mesa que funciona a la perfección.
Una casa con mecheros de mesa dispuestos al encendido entra de lleno en el apartado de «alta precaución». Don Lorenzo Pirrot de Framás, conocido industrial de Baqueira Beret, y al que todos los mecheros de mesa le funcionaban gracias al celo de su joven esposa Montse Moixernons de Pirrot de Framás, falleció incinerado por causa de un Ronson de plata recién rellenado y que al ser accionado por su dueño despidió una llamarada de tres metros de altitud, que tras hacer añicos las cejas de don Lorenzo, continuó con su vocación quemándole el batín de seda. Porque se me había olvidado advertirles que los individuos que encienden sus cigarrillos con mecheros de mesa llegan a casa y se ponen batines de seda.
Como ejemplo contrario sirva el del conde de Castillo Alzado, elegantísimo sujeto al que su tía amnésica, la duquesa de Ambarclaro, siempre regala por Navidad un mechero de mesa. Después de cincuenta navidades en común, ninguno de los cincuenta mecheros se enciende al accionarlos. Es más; el lógico patricio, nada más recibirlos, los inutiliza mediante artimañas manuales para que nadie se llame a posteriores engaños. La duquesa de Ambarclaro se lo comentaba hace poco a su amiga la marquesa de Fiebrelonga: «Estoy deseando que llegue la Navidad para regalar a mi sobrino Putufú Castillo Alzado un mechero de mesa ideal que he visto en un escaparate de la calle de Gurtubay». Pero dijo «mechero», no «encendedor».
Pronunciar «encendedor» es inaceptable. Un «encendedor» es un señor que enciende las pasiones. Con un señor, por mucho que se le frote, no se consigue una llama, si exceptuamos la del amor. Los cigarrillos o pitillos se encienden con mecheros, no con encendedores. Gracias a este pequeño detalle, Putufú Castillo Alzado no ha matado todavía a su tía, Kokó Ambarclaro, de quien espera, en fecha no muy lejana, heredar toda su fortuna.
¡Adelante en la lucha, Putufú!