LECCIÓN 19
«¿HA ORINADO SU SEÑORA?»

Volvemos a los pasillos de los hospitales. La primera impresión de un visitante poco asiduo a las plantas hospitalarias es que todos los enfermos están paseando por los pasillos. No son los enfermos. Son los familiares de los enfermos, acompañantes de los pacientes, que nada más llegar al sanatorio se ponen una bata y unas zapatillas y toman por asalto el hall, la cafetería y la sala de espera como si de su ordinaria casa se tratara. Esa familiaridad con las dependencias del hospital les procura un sinfín de oportunidades de conocer y tratar a otros individuos de su condición y especie. «Es una lástima que haya fallecido su esposo, porque le voy a echar a usted mucho de menos», le dijo la mujer de un operado de próstata a la esposa de un intervenido del riñón con posteriores complicaciones, y que la acababa de palmar.

La bata y las zapatillas crean vínculos inimaginables. «¿Ha orinado su señora?»

«Sí; por fin “lo hemos” conseguido». «¿Cómo era la orina?» «Bastante oscura, muy cargada, pero ya sabe usted que con la anestesia siempre ocurre lo mismo». «Le deseo que orine claro cuanto antes». «Muchísimas gracias. Y a propósito, ¿su señora ha hecho ya alguna deposición?» «Todavía no, pero no me preocupa porque a ella le cuesta mucho hacer de vientre». «Si le hace falta ayuda, ya sabe dónde me tiene, en la 456». «Lo mismo le digo, en la 427 tiene usted su casa».

Ponerse «cómodo» en un hospital cuando se acompaña a un enfermo no tiene pase. Es mucho más conveniente que la comodidad se oriente al enfermo, que suele estar fastidiado. Las batas y las zapatillas para los acompañantes deberían estar prohibidas por el Ministerio de Sanidad, e incluso, por el Ministerio de Cultura, cuando no el de Educación. El enfermo necesita tranquilidad y confianza para superar el trance de un régimen postoperatorio. Un paciente recién intervenido de una cadera resiste todo, hasta una segunda operación. Pero no la visión terrible y casera de su cónyuge dando vueltas por el cuarto como si de un oso polar se tratase. El paciente prefiere ver a una enfermera que a un familiar, como el propietario de una vivienda en llamas se inclina descaradamente por un bombero en perjuicio de su mujer.

Al hombre que yo más quiero

cuando se incendia mi casa

es al jefe de bomberos.

Y eso no lo dijo un cualquiera. Lo dijo un poeta. Y lo dijo con un convencimiento y una sinceridad admirables. Así que ya lo saben. En los hospitales, sólo los enfermos tienen permitida la comodidad. Los acompañantes que se aguanten. Y que cada uno «orine» o «deponga» sin publicidad por los pasillos.