En el primer volumen del Tratado de las buenas maneras, se hacía referencia a esa extraña facilidad que tiene la juventud —y la que no es juventud— de hoy para «alucinar» con cualquier cosa. He conocido a individuos de ambos sexos que han estimado «alucinantes» objetos tan poco alucinantes como un cenicero y un contenedor callejero de recogida de vidrios. Pero las modas siempre van a más, y como la gente insiste en que todo es alucinante, y «alucinante» en sí es de muy complicada superación, se ha establecido una nueva variante que, efectivamente, aumenta la expresividad del mal llamado «alucine». Y esta variante consiste en «alucinar en colores». «El otro día vi por la calle a tu fotocopia y aluciné en colores». La traducción no es otra que «el otro día vi por la calle a tu hermano y me encantó». «¿Has leído el último libro de Frandiski?» «Sí, y me ha parecido alucinante». «¿Sólo alucinante?», pregunta el curioso interesado en la reciente obra de Frandiski. «Bueno, hay una parte que alucinas en colores». «Ah», y se queda tranquilo. Porque «alucinante» a secas ha dejado de ser alucinante.
El matiz es muy importante. «Alucinar mogollón» o «alucinar un huevo» es simplemente alucinar con un leve ingrediente descriptivo. «Alucinar en colores» es alucinar a lo bestia, o lo que es igual, ser más tonto que los que sólo alucinan «mogollón», «un huevo» o en blanco y negro. «Lo que pasa en Yugoslavia es alucinante», ha declarado una conocida modelo muy solidaria con los horrores de la guerra. Y tiene razón.
Todo es «alucinante» pero casi nadie sabe el significado del término. La alucinación —que no «alucine»— es la acción de alucinar o alucinarse. Alucinar o alucinarse es la sensación subjetiva que no va precedida de impresión en los sentidos. El alucinado es por lo tanto —por lo tanto y porque así lo dice la Real Academia Española— el trastornado, el ido, el sin razón. ¿Puede ser un cenicero un trastornado? ¿Es admisible que la gente pierda la razón por un jersey? «Te gusta este jersey». «Sí, es alucinante».
Así, y para que se enteren de una vez, toda aquella persona de su entorno que «alucine» a secas, o alucine un mogollón, o alucine un huevo, o alucine en colores precisa de un urgente tratamiento siquiátrico en un centro sito fuera del casco urbano. Y si es posible, que lo es, con médicos malos.