LECCIÓN 11
PORCELANOSA NO ES «BIEN»

Los cuartos de baño y la cocina forman parte de la expresión más íntima de las casas. Con estas cursilerías de la «nueva cocina», gracias a la cual el más inepto de los aficionados a la culinaria puede salir airoso de un trance con el kiwi y los pimientos de Piquillo, se ha puesto de moda invitar a cenar en las cocinas. «Es como más cálido, más hogareño, porque somos más “nosotros”», suelen decir los ordinarios, por mucho más «ellos» que sean, que me parece muy bien, por otro lado. Pero presumir de los azulejos nunca ha sido un ejemplo de distinción. Y anunciarlos posando con una sonrisa, mucho menos.

De un tiempo a esta parte, la gente con un poso de dignidad que se construye una casa o se lanza a renovar su cocina o cuartos de baño acostumbra a advertirle al encargado de las obras: «Pero que los azulejos no sean de Porcelanosa». Simultáneamente, en las casas más horteras y reñidas con la distinción, la exigencia es la contraria: «Queremos que los azulejos sean de Porcelanosa, como los de Isabel Preysler».

En efecto, parece ser que los azulejos de los dieciséis cuartos de baño de «Villa Meona» son de Porcelanosa. Eso ha conseguido en esta horterísima España que sólo lee revistas del corazón, que el azulejo sea una parte importante de sus vidas. No se le niega méritos en este Tratado a la beneficiaria del asunto, auténtica perforadora de los principios básicos de la discreción, y por ende, de la elegancia.

Nacida en la colonial ciudad de Manila y envidiosa de los tres mil pares de zapatos de la tía Imelda Marcos, aterrizó en la metrópoli para matrimoniar con algún braguetamen de tronío. El primer impulso no fue válido, mas sí espectacular. Se cantaba en Filipinas:

La madre la manda a España,

la niña extiende la red,

el ruiseñor cae en ella

¡Y están contentos los tres!

Todavía no había llegado lo de los azulejos. La gente en España no se fijaba en cuestión tan innecesaria. Fue cuando el ruiseñor voló con alguna pluma de menos.

La niña quiere casarse,

la madre quiere un marqués,

el marqués quiere a una china

¡Y están contentos los tres!

España vivía todavía ajena al problema de los cuartos de baño, alicatados o no, hasta el techo. Pero el ¡Hola! se vendía cada día más y la popularidad de la chica de los azulejos ascendía como un globo de González Green. Y el azulejo empezó a terminar con el socialismo imperante.

La madre insiste en casarla,

la china quiere a Boyer,

Boyer ya es lector del ¡Hola!

¡Y están contentos los tres!

Y ahora, en las clases no altas, por culpa de estas bobadas, lo primero que preguntan las tenebrosas visitas cuando acuden por primera vez a una casa es: «¿Son de Porcelanosa?» «Sí —responde con orgullo la horterilla—. Como los de Isabel».

Situación dramática que invito a regatear a mis lectores. Los azulejos de Porcelanosa equivalen a «llevar gabán», ponerse zapatos de rejilla, tener un doberman que muerde al dueño, hacer barbacoas los fines de semana o «sudar demasiado por las axilas».

Cuidadito con los azulejos.