LECCIÓN 9
¡ES UN PILLO!

En esta vida se puede ser todo, menos un pillo. Tampoco, por supuesto, un pillejo o un pillastre. Si un padre o una madre pronuncian la frase «mi hijo es un pillejo», hay que quitarles la tutela del niño y encomendársela a un centro especializado. Si el hijo en lugar de un pillejo es un pillastre, hay que retirarle la pensión a la abuela, y si es simplemente, pero con todas las consecuencias, un pillo, hay que ingresarle en un centro especializado, retirar la pensión a la abuela y pegar una patada en el culo a los padres. Porque un niño «pillo», o «pillejo» o «pillastre» o «pillín», sólo puede ser hijo de unos padres «picarones», y unos padres «picarones» van los sábados en chandal al «súper» o al «híper» a comprar almejas chilenas•, «que están en oferta», aunque luego no se coman.

«Tu renacuajo es un pillastre», le comentó una señora con zapatos de tacón, chandal violeta y abrigo de visón a otra señora con zapatos de tacón, chandal rosa y abrigo de nutria mientras compraban el periódico el domingo por la mañana. «Y tu pitufo no se queda atrás», le respondió la segunda, sonriendo con más encías que dientes. «Es que los cominos de ahora saben latín», confirmó una tercera hortera con zapatos de tacón, chandal verde y abrigo de leopardo. «A ver si organizamos pronto una barbacoa para que se hagan amigos, porque lo mejor es que se junten con chavales de su clase», anunció la primera. «O una paella», terció la segunda. «O una sardinada», comentó la tercera, que era la más ordinaria de las tres, si es que había posibilidad de destacar en la cutrería común, o sea, en su compartida baja clase.

En las urbanizaciones —las «urbas»— cercanas a la capital del Reino proliferan los domingos por la mañana ejemplares de esta especie que no está, por desgracia, en peligro de extinción, sino más bien lo contrario. Son las madres de los pillos, los pillejos y los pillastres, ya sean estos últimos chavales, cominos, renacuajos, pitufos o críos.

«Es que tu crío es precioso».

Herodes no era de fiar, pero tenía cierta categoría social. Herodes no intentó acabar con el Niño Jesús por los motivos que cuentan los Santos Evangelios. Sucedió que una pastora llegó hasta palacio, pidió audiencia con el rey, éste, que no tenía nada que hacer, la recibió y se desarrolló la conversación que a renglón seguido transcribo:

HERODES.—¿Qué pasa en Belén que hay tanto ajetreo?

PASTORA.—Que ha nacido el Hijo de Dios.

HERODES.—¿Y qué tal es?

PASTORA.—Es un crío precioso.

Y Herodes, claro, reaccionó. Muy malamente, pero reaccionó. Y en ese aspecto, su reacción se comprende.