LECCIÓN 7
MODERAR LAS MUESTRAS DE AMOR

De espectáculo bochornoso y no apto para las personas normales se puede calificar el que ofrecen gratuitamente muchos matrimonios o parejas estables que públicamente se hacen carantoñas y demuestran su amor. La felicidad de un matrimonio alcanza cotas de impudicia e indecencia inimaginables cuando se plantea fuera del ámbito privado. En cierta ocasión, y por razones de conveniencia —conveniencia mía, claro—, me vi obligado a invitar a una pareja de éstas, tan tremendas. El marido, antes de sentarse a la mesa, me hizo la siguiente petición: «Alfonso, siéntame al lado de mi mujer Chochi porque no puedo estar separado de ella». Mi reacción fue altamente violenta, no sólo por su extraña petición, sino por estar enamorado y no poder separarse de una guarra llamada Chochi. Afortunadamente, la tal Chochi, cuyo aspecto encajaba perfectamente con su apodo, no se apellidaba Coñete, circunstancia que nada habría tenido de casual. «Nada de eso —le respondí—; tú te sientas donde te corresponde, que es precisamente en el lugar más lejano al de Chochi». «Entonces nos vamos», me amenazó él. «Pues os vais, marranos». Y se fueron.

En el Tratado de las buenas maneras I, el autor —me encanta llamarme a mí mismo «el autor»— demuestra hasta qué punto es una ordinariez darle teta a un recién nacido delante de la gente, en la vía pública, en un banco de cualquier parque o en la mesa de una cafetería. Pues al lado de una carantoña matrimonial, dar de mamar en público es un gesto de buen gusto. Llamarse o dirigirse al cónyuge con el remoquete de «mi amor», «amor mío», «cariño», «cielo», «mi rey», «mi reina», «gordito» o «chiquitita» no es de recibo. Si se llega a los términos «pitufilla» o «campeón», la ordinariez se convierte en delito y puede ser denunciada ante los tribunales de Justicia. Lo malo es que, en plena declaración ante su señoría, llame la mujer del juez y le diga, más o menos, lo que sigue: «“Gordito”, hoy es tu cumpleaños y vienen todos a comer. No tardes “campeón”». Y es que la Justicia no se sabe nunca por dónde va a salir.

El amor, pasados los años de la lógica pasión física, es sosiego y cariño acumulado. Pitigrilli definió al amor conyugal de forma magistral: «El amor es un beso, dos besos, tres besos, cuatro besos, cinco besos, cuatro besos, tres besos, dos besos, un beso…» John Barrymore era aún menos optimista: «El amor es el intervalo entre encontrar a una mujer encantadora y descubrir que se parece a un bacalao». Y Manzoni no creía en el amor por ningún lado: «De amor hay, haciendo un cálculo moderado, seiscientas veces más del necesario para garantizar la conservación de nuestra considerable especie». Todo muy bonito, pero sincero o fingido, lo único que puede ser el amor es discreto.

Porque todas esas parejas que después de varios años de vida en común se hacen zalemas y carantoñas en público sólo demuestran una cosa. Que además de ser unos cursis insoportables, se odian.