En despachos, compañías de seguros, hospitales y consultas de dentistas —por poner cuatro ejemplos—, se ha puesto de moda un mecanismo telefónico de lo más hortera que consiste en amenizar con piezas musicales la oreja del que llama. Sirva esta muestra para entender mejor el problema.
—¿Está el doctor Pérez Frotado?
—Un momento, ¿de parte de quién?
—De Alfonso Ussía, señorita.
—¿Del célebre y agudo escritor?
—Del mismo, señorita.
—Un momento, don Alfonso, que le voy a localizar.
En ese preciso instante, del otro lado del teléfono se escuchan nítidas y claras las notas de una pieza musical.
Así, cuando uno va metiéndose en la melodía y comienza a tararearla, se quiebra de golpe la armonía y se oye la voz de la amable secretaria.
—Don Alfonso, disculpe. El doctor tiene que estar por aquí pero no le localizo. ¿Es muy urgente?
—No, señorita, no se preocupe. Si es tan amable dígale que le he llamado.
—Un momento, don Alfonso. Voy a ver si está en el laboratorio.
—Gracias, señorita.
De nuevo, la oreja pegada al auricular se llena de música. Uno ya la acompaña con la voz abiertamente, sin titubeos ni cautelas. Cuando se llega al momento culminante de la canción, la secretaria interrumpe el concierto.
—Don Alfonso, efectivamente estaba en el laboratorio.
—Estupendo; ¿se va a poner?
—Está terminando de analizar un cultivo. Me ha dicho que cuando termine le llama inmediatamente.
—¿Me podría hacer un favor, señorita?
—El que usted diga, don Alfonso. ¡Cómo se va a poner mi madre cuando le cuente esta noche que he estado hablando con usted!
—Pues mire, señorita; por favor, no me cuelgue hasta que termine La del manojo de rosas, que me gusta mucho.
—Por supuesto, don Alfonso. Que usted lo disfrute.
—Gracias, señorita. Buenas tardes.