LECCIÓN 1
NO SE ESQUÍA

Las aficiones de los reyes siempre han sido muy imitadas en España. Por fortuna no hemos tenido todavía reyes piragüistas, porque en tal caso todos nos estaríamos entrenando para el descenso del Sella. Una razón más para creer en la Monarquía. Por buen deportista que sea Su Majestad, un rey y una piragua son elementos reñidos. En las playas del Norte se da mucho el «chuloplayas» con piragua, que suele fallecer joven y, por lo normal, ahogado a pocos metros de la orilla. En su indispensable y magnífico Libro del saber estar, Pocholo Urdampilleta —gran escritor vasco de los albores del siglo— escribe textualmente: «Las jóvenes de nuestra sociedad tienen el deber de conocer los peligros del veraneo, y más concretamente, el peligro del navegante sobre piragua. El piragüista playero, musculoso y bronceado, baja muchos enteros en el invierno. Un hombre que se pasa el verano remando en una piragua no puede ser en el futuro un buen padre de familia, por razones que no son necesarias enumerar. Así que cuidadito con ellos, y muy especialmente con Sabino López Guecho, que veranea en Zarauz».

La sabiduría de Pocholo Urdampilleta era producto de su experiencia vital. Un año antes de la publicación de su Libro del saber estar, un tal Sabino López Guecho, afanoso y estomagante piragüista, le había levantado a su novia, Arancha Bolufré, que era una nadadora confusa. Mientras Pocholo conversaba bajo la carpa con la madre de Arancha, doña Marisa, el malvado Sabino invitaba a la confusa nadadora a dar un paseo en la piragua. Y como era de esperar, quedó embarazada.

Pero, aunque salvados del piragüismo, el Rey ha metido a los españoles en los problemas del esquí alpino, que es el que se practica aunque uno se deslice por los Pirineos, el Sistema Central o los Dolomitas. El esquí alpino, o lo que es igual, el esquí de los Alpes, se practica de forma similar en los Alpes que en Sierra Nevada, lo que ya es una contradicción de principio. Hasta la fecha, los reyes de España habían sido siempre cazadores de gran tino y pericia, y gracias a ello, creció en nuestra patria la afición por el noble y difícil arte de la caza. Durante el régimen anterior, la elegancia social de la caza se mantuvo en alza, por motivos que no precisan análisis pormenorizados. Si algún colectivo —como se dice ahora— tiene sobrado derecho para considerarse perseguido por el franquismo, ése es el colectivo de las perdices. Un colectivo, por otra parte, con muy escaso poder de reacción.

Pero de golpe y porrazo, el Rey se manifiesta como un estupendo esquiador. Y todos se lanzan al deslizamiento sobre la nieve. Proliferan los comercios dedicados a las prendas y utensilios precisos para el disfrute del esquí, y las estaciones invernales españolas se convierten en lugares de común desasosiego. Porque no hay nada más desagradable, molesto, cansado, arriesgado y aburrido que esquiar.

El equipaje para esquiar no es admisible. Además de los elementos indispensables hay que añadir los del llamado après-ski, que son los que privan. Para pasar una semana en una estación invernal más o menos aceptada por la sociedad dominante, es necesario transportar unos diez metros cúbicos de equipaje por persona. Cuatro metros cúbicos para esquiar y los seis restantes para el après-ski, que es lo mismo que «después del esquí». La baronesa de Bellaforna, poco antes de escoñarse haciendo una cuña en las pistas de Baqueira Beret, había comentado lo siguiente a su compañero de telesilla: «A partir de las nueve de la noche estoy absolutamente libre». Cuando el compañero de telesilla acudió para compartir su libertad fue informado, con la mayor naturalidad, de la contingencia que se especifica: «La señora baronesa no puede recibirle porque aún están intentando encontrar su pierna izquierda». El esquí es así.

Por mucho y bien que los Reyes, el Príncipe y las Infantas esquíen, la práctica del esquí es muy dudosa en cuanto a su necesariedad. Sólo los traumatólogos son partidarios de ella e incentivan su afición. Un esquiador es siempre un cliente. O bien porque se pega una toña en el deslizamiento sobre la nieve, o bien porque se resbala en el après-ski, vestido de après-ski y se rompe los huesos de la mano o de una pierna porque no puede compaginar sus movimientos con la ropa del après-ski. El singular, sutil y conocido escritor malayo Sawan Apurtawalla acertó plenamente con su peculiar pregunta: ¿Se puede esquiar así como así? La respuesta es tan clara como contundente: No.