LECCIÓN 30
EN BATA Y ZAPATILLAS

Es costumbre horrorosa en gran parte de la Humanidad la de llegar al cálido hogar tras la azarosa jornada de trabajo y ponerse inmediatamente una terrible bata y unas espantosas zapatillas. «¿Me traes la bata, bonita?», suele decir el ordinario. «Sí, cariño», responde su mujer, que también es bastante ordinaria, pues de no serlo jamás se habría casado con un señor que no sólo se pone la bata y las zapatillas cuando a casa llega, sino que además le llama «bonita». Y es ahí cuando el acto —con perdón— se culmina. Se quita los zapatos, cuelga la chaqueta, se ajusta la bata, se desliza en sus zapatillas, enciende la televisión y se queda como disecado. Esto sucede diariamente en millones de hogares de todo el mundo.

¿Qué debe hacer una persona normal para luchar contra esta desagradable costumbre? Precisamente lo contrario. Al llegar a casa después de un agotador día de trabajo, lo que hay que hacer es bañarse. Se baña uno, y si es con patito de goma mejor, para después vestirse con los atuendos más incómodos que tenga en el armario. El marqués de Valancey se vestía de cosaco, y nadie puede dudar de la dignidad del marqués de Valancey. Un hombre que cena en su casa, no en zapatillas, sino con botas de montar caballos salvajes de Pzewlawsky, merece mi mayor respeto. Quizá suponga una exageración algo extralimitada, pero ante la ordinariez común y extendida, este tipo de rarezas son más que convenientes. Y además, el marqués de Valancey jamás llamó a su mujer «bonita». La llamaba «Olga», que era su nombre de pila, por ser oriunda de Moscú.

De todos los modelos de zapatillas hay uno que es intolerable. Tan intolerable que habría de estar contemplado en el código penal. Las zapatillas marrones con dibujo de cuadros. Estas zapatillas, en su versión más cara, suelen ir forradas de piel de cola de conejo, la cual, cuando se da de sí, emerge por los tobillos y alcanza el borde del pijama. La persona, sea varón o mujer, que use tal artilugio para descansar sus pies, puede pertenecer al sindicato que desee, pero nunca a un círculo distinguido. A lo más que puede aspirar, en caso de ser hombre, es a pretender ser elegido vicepresidente de una asociación de antiguos alumnos, y si mujer fuera, a coordinadora de barrio de la Agrupación Provincial de Amas de Casa.

En ambos casos, una vergüenza.

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