En España las personas que van a los mercados, y muy especialmente las que compran de cualquier producto de carne o pescado un «cuarto y mitad», en lugar de hacer cola y esperar turno, esperan «la vez». El novato de mercado que pretenda comprar una mísera sardina sin hacer ostentación de «la vez», se queda sin sardina, y muy probablemente, sin honra. Porque no hay nada más deshonroso que recibir el regaño, la agresión y la colectiva bronca de todas las señoras que en ese momento pululan por el mercado «por no haber pedido la vez». «Vuelva otra vez con la vez, sinvergüenza», le dijo en cierta ocasión una ama de casa muy profesional a un turista alemán que hizo cola durante dos horas para comprar un kilo de solomillo.
«¿Quién tiene la vez?», grita una señora que llega a toda velocidad. «Yo tengo la vez», responde la última de la cola tras superar los efectos del choque. «¿Quién me da la vez?», inquiere una tercera recién llegada que viene a su vez de dar la vez en el puesto de verduras y legumbres. «La vez es suya», le contesta la que anteriormente había aterrizado en directa y que es dominadora de los secretos del mercado. «¿Usted es la última?», cuestiona con gran timidez un hombre con aspecto de haberse quedado solo en casa por unos días. «Sí», responde la poseedora de la vez con cierto desprecio. «¿Quién tiene la vez?», pregunta una cuarta señora que toma posición inmediatamente de vez recibida. «La tengo yo y se la doy a usted», responde la tercera, saltándose a la torera el turno del señor con aspecto de haberse quedado solo en casa por unos días. «Se ha saltado usted mi turno, señora», protesta fina y educadamente el pobre señor ante la evidencia de sus derechos conculcados. «¡Aquí el turno no sirve para nada, grosero! —le gritan todas al unísono—. Aquí el que no quiera la vez no tiene nada que hacer, majadero», le berrean otras señoras ajenas al suceso, pero que inmediatamente se solidarizan con sus compañeras traficantes de la vez. «Y no ponga usted esa cara porque llamo inmediatamente a un guardia», amenaza la última en medio de una atronadora ovación por parte de las amas de casa.
¿Es lícito morir de hambre por negarse a poseer la vez? La respuesta no puede ser otra. No sólo es lícito, sino recomendable, elogiable y elegantísimo. Quien muere de inanición por no permitir que la ordinariez de la vez y el «cuarto y mitad» pasen por sus manos es una persona admirable.