Una de las mayores cursiladas del lenguaje de hoy —cursilada por esta vez casi exclusiva de las clases altas— es la de convertir en «divertido» e «interesante» lo que nada tiene de interesante y divertido. No hace mucho, en un restaurante especializado en la «nueva cocina», escuché de un comensal esta observación acerca de una ensalada: «Es una ensalada muy interesante». ¿Cómo va a ser «interesante» una ensalada? Una ensalada es buena, mala, picante o sosa, con lechuga o sin lechuga, pero nunca interesante. Lo único interesante es averiguar hasta qué punto es tonto el que encuentra «interesante» a una ensalada.
Pero «el divertido» gana al «interesante». Hasta ahora, lo divertido era lo que divierte: un juego, un deporte, una conversación, una película y hasta un viaje. Ahora lo divertido es casi todo. «Qué traje más divertido». «¿A que llevo unos zapatos muy divertidos?» «Mira qué tejado más divertido tiene esa casa». «He comprado para el salón unos almohadones divertidísimos». «El jardín no es muy grande, pero sí muy divertido». Y también, por qué no: «Hoy hemos comido una ensalada muy divertida».
¿Dónde está la diversión de los trajes, los zapatos, los tejados, los almohadones, los jardines y las ensaladas? Exclusivamente en la estupidez de los que dicen que son divertidos.
«Buen campesino, ¿qué es esto tan divertido que le cuelga a esa vaca?», preguntó en cierta ocasión una aristócrata muy divertida a un campesino divertidísimamente vestido en un prado bastante divertido donde crecía una yerba muy divertida también.
«Señora marquesa —respondió el buen campesino—; ante todo, esa vaca que usted dice no es una vaca, sino un toro; y eso tan divertido que le cuelga es lo mismo, salvando las distancias y con el debido respeto, que le cuelga al señor marqués».
Mientras contemplaba, paralizado del estupor, un horroroso cuadro que colgaba en una de las paredes del salón de unos amigos míos, ella, que es muy divertida, se acercó sigilosa por mi espalda, me dio un meneo divertidísimo en los riñones y me confesó, orgullosa, la razón por la que había adquirido por unos divertidos millones de pesetas el terrorífico lienzo en cuestión. «Tiene unos colores muy divertidos».
Y se quedó tan tranquila.
Por eso espero que este capítulo les resulte aburridísimo a cuantos desayunan un café con leche con pastas muy divertidas.