Una familia que se considere medianamente normal sólo puede celebrar de una manera el día de la Madre. Olvidando, precisamente ese día, que la madre existe. Por muy de acuerdo que estemos que madre sólo hay una, en el día de la Madre hay que renunciar a ella. Y lo mismo digo del día del Padre, si bien esta última celebración, a Dios gracias, está menos arraigada que el dichoso día de la Madre, que no es lo mismo que el día de la Madre dichosa, o el día de la dichosa Madre. Pero ese día se las trae.
El día de la Madre, como el día del Medio Ambiente, como el día del Árbol, es una tontería de día. Quien, como en mi caso, jamás ha sido madre y alberga escasas posibilidades de serlo, no alcanza a comprender la posible emoción que la madre siente cuando sus hijos la felicitan en día tan rebuscado. Y lo peor, más que los hijos, es el marido. Que los hijos le digan a su madre «Felicidades, mamá», no tiene demasiada importancia, porque al fin y al cabo «mamá» es su madre. Lo malo es que el marido también le llame a su cónyuge «mamá». Si un marido llama a su mujer «mamá», ¿qué hace para dirigirse a su madre? ¿La llama «mamorra»? Observen y rectifiquen los matrimonios afectados. Llamarse entre marido y mujer «mamá» y «papá» es inadmisible. Sólo se comprende, eso sí, en matrimonios que celebran con especial alegría el día de la Madre.
En Argentina, el día de la Madre adquiere características casi insultantes. Se denomina «día de la Vieja». Y en Venezuela el día se dedica al padre y la madre al unísono como «día de Papi y Mami». Pero entre nosotros, y con todo el respeto que me merecen los padres y madres de Argentina y Venezuela, allá ellos con sus celebraciones, sus denominaciones y sus regalos.
Aquí, en lo de los regalos, nos enfrentamos al segundo problema. Los que celebran el día de la Madre, más que regalar «obsequian», e incluso, cayendo en singular pleonasmo, «obsequian presentes» a la madre respectiva. «Esta pulsera me la obsequiaron mis hijos el día de la Madre», dijo en cierta ocasión doña Fina de Caparrús y Pipot momentos antes de romperse la cadera al caer en la cubierta de un barco, al que previamente había embarcado con zapatos de tacones y un bolso repleto de distintas cremas bronceadoras. «Tengan ustedes la pulsera que obsequiaron a su difunta madre el día de la Madre», dijo el médico de guardia al entregar a los hijos de doña Fina la referida pulsera tras haber fallecido ésta por causas que todavía no se han esclarecido ni creo que se esclarecerán.
Yo era el médico de guardia.