Dejar la americana no tiene sentido. Quitarse la americana de encima, aún menos. Lo que se deja o quita uno de encima, si acaso, es la chaqueta. El que se quita una americana de encima o deja una americana es el que rompe relaciones con una rubia de Oregón, Arkansas o Carolina del Sur. Si esa americana, además tiene dinero, dejarla o quitársela de encima es una monumental majadería. Lo que se quita uno de encima —insisto—, si calor tiene —aunque no sea aceptable ni correcto—, es la chaqueta.
El que se «quita la americana» es el mismo que al llevar un jersey abierto «se quita la rebeca». Y el que se quitá la rebeca tiene gabán en lugar de abrigo. Y el que tiene gabán en lugar de abrigo, lo primero que hace cuando llega a su casa es ponerse unas zapatillas, por lo común de fieltro y con dibujo de cuadros. Y el que se pone unas zapatillas nada más llegar a su casa, enciende el televisor en vez de la televisión y llama «cariño» a su mujer y «tesoro» a su hija Vanessa. Y entonces Vanessa, que es muy mirada, recoge los zapatos de su padre y le regaña por tener tan arrugada «la americana», cuando su padre, por ordinario lo que tiene arrugada es otra cosa.
Durante el verano, los conductores de automóviles sin aire acondicionado ponen la chaqueta en el asiento trasero esta es la figura aprobable. Sin embargo, quien «tira la americana en el asiento trasero», además de colaborar con la propaganda subliminal soviética, comete acto de irreprimible ordinariez. Las americanas —puntualicemos definitivamente— son las mujeres nacidas o nacionalizadas en el continente americano, sean del norte, del centro o del sur, si bien, por razones de difícil explicación, la clasificación de «americana» sin especificar cono —reparen que he puesto cono—, da a entender, por hábito, la nacionalidad estadounidense. A las americanas del cono sur se las conoce por sudamericanas, a las naturales del centro, por centroamericanas, y a las de muy al norte, simplemente por canadienses. Por ello, «tirar la americana en el asiento trasero» demuestra una falta de tacto, señorío, cortesía y hospitalidad de muy difícil comprensión.
La prenda de vestir, no nos engañemos, es la chaqueta. Que cada uno haga lo que quiera con su chaqueta, incluso si está hecha a la propia medida. Pero a las americanas dejémoslas en paz. Por muy rojo que uno sea no se tiene derecho a tirarlas en asiento alguno cuando el calor aprieta. Hasta Julio Anguita lo reprobaría.