LECCIÓN 24
EL TACO SEDATIVO

Soltar un taco no es siempre un signo de vulgaridad. Un taco bien dicho y en su momento oportuno llega incluso a alcanzar la belleza de la rotundidad. El taco es vulgar cuando vulgar y ordinario es quien lo dice, y mucho peor que un taco suele ser su término sustantivo —léase «jolín»—, que no tiene posibilidades de amnistía. El taco oportuno, como adorno o desahogo coloquial, es incluso recomendable.

Pero hoy nos vamos a dedicar al taco sedativo, analgésico, balsámico y medicamentoso. El taco látigo que Mitiga el dolor con extraordinarias propiedades anestésicas. El taco terminante, preciso, conciso y concluyente que pone lógico fin a una situación de padecimiento imprevisto. Vayamos al ejemplo.

El marqués del Tajo de Hinojeras, conocido en la sociedad de Madrid como «Chicho Tajo», era hombre de escrupulosa lengua, en lo que a la palabra se refiere. Jamás había salido de su boca un taco, interjección o venablo alguno. En cierta ocasión, cuando su esposa, la marquesa del Tajo de Hinojeras, la bellísima «Pochi Tajo», fue sorprendida por el marqués compartiendo cama con el nuevo chófer —el viejo chófer había sido despedido por protagonizar la misma escena—, el marqués calificó a su esposa de «traviesa». Ese alarde de corrección y estilo se hizo famoso en la España de los años cincuenta, en los que asesinar a la cónyuge adúltera tras acusarla de «putón desorejado» estaba mal visto, incluso, por los juzgados de instrucción. «Chicho Tajo», con su delicadeza habitual, adoptó la medida que de él se esperaba. Despidió al chófer, lo sustituyó por otro de avanzada edad y rogó a su esposa que no volviera a hacer travesuras. Pero no llegó la sangre al río.

Pero el marqués del Tajo de Hinojeras padecía en secreto de un doloroso callo. Un terrible callo en el pie derecho que le mortificaba continuamente y que no parecía tener arreglo. Para cubrirlo y evitar rozaduras, enfundaba el dedo enfermo en unos blancos y muelles dediles que adquiría en cantidades industriales, cada verano, en una farmacia de Biarritz. Nadie, por su corrección, sabía de su irremediable mal.

Fue en la víspera de san Juan, en el Club Puerta de Hierro, el 23 de junio de 1959, cuando sucedió. Contemplaba «Chicho Tajo» el salto de la hoguera de los jóvenes, cuando un ardoroso pollo, algo alocado, pisó el callo del marqués. El marqués no gritó «¡Virgen de Atocha!», ni «¡Cáscaras!», ni, por supuesto, «¡Jolines!». Enrojeció de dolor e ira y gritó un «¡Coño!» como la copa de un pino. Un correctísimo «¡Coño!» que, además, le curó. Ya lo saben.

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