Hay familias, muy elegantes, que todo lo britanizan estúpidamente. Esa manía, que muchos creen «bien», es sumamente ridícula. Cuando alguno de sus miembros va al cuarto de baño a hacer pis, dicen que va al «number one», y si es a hacer lo que no es pis, al «number two». En ambos casos, aunque pulidos por el esnobismo de los términos, se concreta una innecesaria vulgaridad. A nadie le importa si alguien va al number one o el number two, porque, aunque se anuncie en elemental inglés metafórico, cualquiera sabe de qué se trata y da muchísimo asco.
La elegante y multilingüe jerga de algunas familias españolas resulta conmovedora. Para hablar, chapurrean una mezcla de español, francés e inglés tan cómica como estrepitosa. Muñoz Seca parodió esa boba costumbre a través del personaje de una de sus comedias, llamado Casimiro y que era tan esnob que se hacía llamar «Presque Regarde». No hace mucho, la marquesa del Parrús Angosto, al volante de su coche, que empezaba a dar muestras de escasez de combustible, me preguntó por la más cercana «fontaine de la gasoline». Le indiqué amablemente la ubicación de la más próxima gasolinera, y, tras darme las gracias, metió la primera marcha del coche, el coche resopló y quedó definitivamente parado. No llegó a la fontaine. Por tonta.
Un caso famoso y rigurosamente cierto es el de la duquesa ganadera. Una exagerada duquesa, a la que llamaremos aquí de Villa Ozono, que gustaba año tras año, cuando la tibia primavera florecía en su finca, de contemplar en compañía del vaquero las vacas de su propiedad. Un año, la duquesa echó de menos la presencia de una vaca, y con la dulzura y firmeza que le caracteriza preguntó al vaquero la razón de la ausencia: «Emiliano, ¿dónde está aquella vaca “beige” tan “chic” que dormía en aquel establo tan “cozy”?» Testigos de la escena me han contado que el vaquero Emiliano, tras abrir desorbitadamente los ojos, sufrió un amago de angina de pecho que le tuvo apartado de sus obligaciones varios meses.
La utilización permanente de anglicismos y galicismos memos en la conversación no determina distinción alguna. Determina idiotez. En las clases altas —y esto puede molestar a innumerables amigos míos— hay numerosas personas que caen en esta bobada. El esnobismo, en su vertiente hablada, es el más execrable. Porque provoca lo peor. La risa.