LECCIÓN 20
EL SOFOCO

Una situación desagradable o embarazosa puede producir angustia, rubor, turbación, agobio o corte, pero nunca sofoco. Un ejercicio atlético vibrante y continuado, sobre todo en los meses caniculares, origina cansancio, agotamiento, debilidad, extenuación, fatiga o agujetas, pero no sofoco. Una tímida y prematura declaración de amor es circunstancia hecha a la medida para el bochorno, el sonrojo, el corte, el pavo, la erubescencia y la mudez definitiva, pero jamás para el sofoco. La permanencia en un habitáculo cerrado y con alta temperatura intranquiliza, debilita, acalora, enciende y combustiona, pero no sofoca. Todo aquel que se sofoca por la causa que sea —como el que se enoja— es bastante ordinario.

El grado mayor de ordinariez del sofoco es el «sofocón». El sofocón, mientras no se demuestre lo contrario, no es otra cosa que el disgusto —«Hija, no le digas a tu padre que te has quedado embarazada porque puede llevarse un sofocón»—. El sofocón, crisis agudizada y mejorada del sofoco, tiene a su vez un grado o categoría culminante: El soponcio —«Hija, no le digas a tu padre que te has quedado embarazada porque del sofocón que se lleva puede darle un soponcio»—. Aquí, irremediablemente aquí, se establece la diferencia que ha degenerado en lo que posteriormente se ha denominado «lucha de clases». La gente «bien» muere de un infarto producido por un disgusto y la gente «mal» de un soponcio originado por un sofocón. Pero no olvidemos que el soponcio y el sofocón son estados de ansiedad procedentes del sofoco, y ahí está la madre del cordero.

Para que ustedes lo entiendan mejor les comento un caso verídico y estremecedor. Cuando Andresito Aitor Edurnebarrena Loroño informó a su madre, de vuelta de la «mili», que era maricón, lo hizo con cierto sofoco. Su madre doña Vichori Loroño Martutene, nada más enterarse sufrió un sofocón. Su esposo, Prudentxo Edurnebarrena Gomabai, nada más entrar en la cocina del caserío, al notar el sofocón de su esposa, indagó las causas. Su esposa, a pesar del sofocón y el sofoco de su hijo, puso a su marido al corriente de los acontecimientos. Don Prudentxo no resistió el golpe y, antes de poder sentarse, cayó fulminantemente al suelo víctima de un soponcio. El presente ejemplo, histórico y cierto, debe servir a muchos como base de recomendables meditaciones.

Para que luego digan que el pescado es caro.