En un diálogo de jóvenes madres de regulares maneras son más que habituales las siguientes expresiones: «Mi hijo me come últimamente la mar de bien», «En cambio el mío —decía la segunda— me duerme tan mal que llevo más de una semana sin pegar un ojo». Es ahí, cuando la tercera madre contertulia, ordinariamente embriagada de posesiones filiales suelta la frase culminante: «Pues al mío me le están saliendo ya los colmillitos y por eso me llora tanto». «¡Angelitos!», suspira la cuarta participante en la conversación, y que por ser soltera ni se la comen, ni la duermen, ni la lloran tanto por más que le salgan a otro los colmillitos.
Posteriormente, las jóvenes madres se informan mutuamente de la edad de sus respectivos bebés con una medida de tiempo especialmente creada para determinar la duración vital de los hijos de los horteras. El mesecito. «Mi hijo tiene ya nueve mesecitos». ¿Cuántos días —me pregunto yo— tienen los mesecitos? ¿Acaso son diítas de doce horitas de treinta minutitos con treinta segundetes y por esa causa crecen tan despacio? En ese momento, la madre del bebé mayor es objeto de un piropo adulador por parte de las otras colegas. «Con dieciséis mesecitos, el tuyo es ya todo un chavalote».
En lo que respecta al primer apartado de esta lección, mis cuestiones y conclusiones posteriores son claras. ¿Si los niños les comen bien, llegan a mutilarlas? ¿Por qué se enfadan, entonces, cuando les comen mal? Y en lo concerniente al sueño de las madres cuando los bebés no les duermen como es debido, ¿han probado a hacerlo al revés? Si un bebé duerme mal a su madre, ¿por qué no intenta la madre dormir al bebé, que es muchísimo más lógico y normal? ¿Es admisible que en pleno siglo XX un pobre bebé recién nacido —o con nueve mesecitos, que para el caso es lo mismo— tenga la obligación de dormir a la ordinaria de su madre? ¿Y es tolerable, asimismo, que con los adelantos dietéticos e higiénicos que disfrutan los seres humanos, los niños necesiten para sobrevivir comerse a sus madres?
Los bebés comen bien o comen mal y duermen mal o duermen bien. Añadirles el maldito «me» es una ordinariez que tira para atrás. Las jóvenes madres que dicen «Mi hijo me come» o «Mi bebé no me duerme» son capaces de recomendar a sus maridos, cuando el invierno llega, que no se «olviden el gabán». No el abrigo, sino el gabán. Me pongo enfermo con sólo pensarlo.