La buena o mala salud nada tiene que ver con las buenas o malas maneras. Se puede —y de hecho hay casos constatables— disfrutar de una salud de hierro y ser un hortera, de igual manera que hay personas educadísimas convalecientes de una operación de almorranas. Lo que diferencia a un paciente de hemorroides educado de otro ineducado es la vergüenza. El primero es capaz de sufrir los más agudos dolores y mantener la sonrisa y el tipo durante los pálpitos culares más lacerantes, mientras que el segundo no puede reprimir sus deseos de informar al semejante: «Padezco de almorranas».
Disimular las acometidas del dolor es inequívoco signo de buena cuna. En ocasiones, la tal y deseable simulación alcanza cotas de heroicidad no superada por gesta bélica alguna. Así lo demuestra el famoso caso del vizconde de Iturrioz, que si no figura en el Guiness es por la propia discreción del vizconde y sus descendientes. En el año 1961 el vizconde conducía su coche, un Austin, en el trayecto Madrid-San Sebastián; al lado del vizconde viajaba su suegra, la marquesa viuda de Valle Aranaz. A la altura de Lerma, kilómetro 202, una avispa se introdujo en el interior del Austin para posarse en la misma bragueta del vizconde. La entrometida avispa, no satisfecha con la advertencia, se internó entre los botones de la bragueta y sin previo aviso horadó los cordiales del vizconde con su poderosísimo aguijón. Otro cualquiera hubiera soltado un alarido, desatendido el volante y matado a la suegra. El vizconde de Iturrioz, fiel a su linaje, se tragó el suplicio, ofreció el tormento y se puso a cantar un zortziko. El motorista de la Guardia Civil que le multó pocos kilómetros después del acontecimiento por «exagerado exceso de velocidad» confesó ver «un meteorito conducido por un educado loco que cantaba Montañas de Guipúzcoa, mientras su anciana y distinguida acompañante se sujetaba la pamela». Al vizconde se le retiró el carné de conducir sin que alegara razones defensivas. Su suegra, la marquesa viuda de Valle Aranaz, falleció años después sin conocer la verdad. Un vizconde puede caer en las más humanas bajezas, pero nunca reconocerá haber sido víctima de una picadura de avispa en los huevos.
Nadie es inmune a la enfermedad o el dolor. Pero nadie, asimismo, está obligado a informar de la causa de sus pesares. Penar de juanetes, sufrir de orquitis o padecer golondrinos no es para enorgullecerse, sino más bien al contrario.
Si los dolores no se pueden disimular, lo más recomendable es permanecer en casa. Cuando lord Bassington-Surrey falleció por causa del cólera, su familia no dudó en afirmar que había muerto por una caída de caballo. Gracias a ello, su entierro fue multitudinario. Nadie decente va a los entierros de los que mueren por una colitis.