En la vida hay que estar preparado para desenvolverse dignamente en las situaciones más inesperadas, insólitas o confusas. Superar lo imprevisto con elegancia y soltura no está al alcance de todos, afortunadamente. Cuando menos se piensa, el azar de una sorpresa mayúscula puede aparecer en el camino de uno. Esa sorpresa mayúscula sólo se solventará con naturalidad y buenos modos. De ahí que el presente capítulo pretenda analizar una situación límite de muy difíciles y complicadas soluciones. La manera de saludar a un cardenal de la Iglesia que es sorprendido en calzoncillos.
En las antiguas casas solariegas del Norte, durante el verano, las familias más elegantes solían albergar, al menos por unos días, a un señor obispo. Las había que tenían incluso su obispo particular. Las obligaciones del obispo estival eran pocas a cambio del albergue y manutención que disfrutaba. Tan sólo una misa diaria y la dirección de un rosario semanal ofrecido por el alma del fundador de la dinastía, por lo normal un pájaro de cuentas que hizo la fortuna en Cuba. En contraprestación, el obispo particular era tratado como un invitado especial, se le asignaba uno de los mejores cuartos y era el encargado de llevar el pulso de la tertulia. Lo que se dice un chollo.
En aquellos tiempos, las grandes casas, los palaciones, las alcurniosas casas, tenían muy pocos cuartos de baño. Nuestros antepasados, tan elegantes ellos, eran bastante guarros. Así las cosas, por las mañanas se hacían grandes colas en los pasillos para aguardar el turno de las cotidianas intimidades lavatorias. Hasta aquí, nada de extraordinario.
El obispo particular, que en casos concretos era cardenal, hacía cola como todo hijo de vecino. En bata y pijama se le notaba su sacra dignidad por la forma de sostener el cepillo de dientes. Mientras los demás sostenían el cepillo de dientes, el cardenal lo hacía como si del báculo se tratara. Este encuentro matutino con Su Eminencia se desarrollaba con toda naturalidad.
Lo malo era cuando una urgencia nocturna hacía coincidir a los urgidos en los aledaños del cuarto de baño y uno de ellos era su Eminencia Reverendísima. Mi tío abuelo el conde de la Real Petunia me relató su experiencia poco antes de expirar. Una noche del mes de agosto de 1921, apremiado por una colitis, se topó en los pasillos de su casa de Azcoitia con un cardenal en calzoncillos que coincidía con él en los apremios.
¿Cómo se reacciona en situación tan embarazosa? Como hizo mi tío abuelo. Le besó el anillo respetuosamente sin mirarle los muslos antes de cerrarle la puerta del cuarto de baño en las mismísimas narices. Devotamente, con toda naturalidad. Por algo era el conde de la Real Petunia.