LECCIÓN 16
«NO HACE NADA»

Una de las mayores y más frecuentes faltas de educación de la clase llamémosla «alta» es la de no encerrar a sus perros cuando reciben a un invitado. Invitado, además, del que se ignora su afición, repelús, heroísmo o terror hacia los susodichos canes. Los perros ajenos no son de fiar y casi siempre acuden a dar la bienvenida al extraño con indudables deseos de mutilación. Es en ese momento cuando uno lucha con el honor de sus antepasados y lamenta no ser un negrito de la jungla de esos que corren despavoridos ante un león cuando el anfitrión con perro que enseña los colmillos suele decir eso de «No te preocupes, que no hace nada».

Todos estos comentarios serían innecesarios si los propietarios de perros estuvieran educados. Sucede que la mayoría de las veces no se distingue a ciencia cierta entre uno y otro. Someter a un invitado a toda una explosión de ladridos, lametones, saltos, gruñidos y más gracias es sinónimo de profunda grosería. En la misma frase «No te preocupes, que no hace nada», se encuentra la culpabilidad del imbécil. No hace nada, pero lo parece, lo cual es molesto; no hace nada, pero lo puede hacer, lo que es peor. ¿Por qué si tiene que anunciar que el perro «no hace nada» no lo encierra en su apacible perrera mientras sus invitados permanecen en su casa? La respuesta no tolera la duda. Pura prepotencia y absoluta falta de educación.

El perro con dueño tonto acostumbra a tener muy mala uva. El dueño le consiente todo y hasta llega a quererle más que a un hijo. Un hijo malcriado con unos colmillos —pastor alemán, doberman, schnauzer— capacitados para cercenar en un segundo las partes menos distinguidas de los más distinguidos visitantes. Pero eso sí, no hay que preocuparse «porque no hacen nada».

El propietario de un perro inofensivo, por el solo hecho de sus ladridos, debe encerrarlo en tanto y en cuanto respete la libertad y armonía de sus invitados. Si al aburrimiento habitual de asistir a una cena —aprovecho para recordar a quienes me invitan a cenar que me aburre muchísimo— se une la obligación de soportar los ladridos y amenazas de los perros de la casa, habrá que llegar a la firme conclusión que nada es mejor que mantenerse alejado de los prepotentes ineducados por muy amigos que sean. Los perros hay que encerrarlos cuando se invita a seres humanos extraños a su olfato. Lo contrario, insisto, es una generalizada grosería de muy difícil tolerancia.

Porque si el dueño es un grosero, el perro no tiene culpa alguna de hacer lo que desea. Y lo que desea es lo contrario a «no hacer nada».

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