LECCIÓN 14
AQUÍ MI SEÑORA, AQUÍ UN AMIGO

En las presentaciones personales se intuyen finuras o se constatan ordinarieces. El «aquí» no tiene pase. Quien presenta un desconocido a su mujer con la célebre y desafortunada fórmula «Aquí mi señora, aquí un amigo», tiene menos futuro en la sociedad que una sala de fiestas en Riaño, por poner un ejemplo tan doloroso como contundente. Entre otras razones porque, separando el término de la propia frasecita, referirse a la mujer de uno como «mi señora» es sinónimo de predisposición plebeya y modo de barriada. La mujer de cada uno es la mujer de cada uno, y basta. Una presentación correcta no puede diferenciarse mucho de la que a renglón seguido apunto: «Pedro Cordido de Fatimón, Laura mi mujer». O mejor aún: «Laura, ¿conoces a Pedro Cordido de Fatimón?» En ese caso, ambos proclamarán que están encantados de conocerse y el buen gusto no habrá experimentado sufrimiento alguno.

Quien presenta con el «Aquí mi señora, aquí un amigo» demuestra cierta ordinariez. Ordinariez que tampoco es breve en quienes presentan a dos desconocidos revelando tan sólo los nombres de pila y dejando en el olvido los apellidos «esta es Vanessa, éste es Arturo». Como si Vanessa y Arturo fueran tan famosos que el conocimiento de sus apellidos se hiciera innecesario. Problema este que se agudiza aún más en los casos con Vanesas. A las españolas que se llaman Vanessa, Ingrid, Samantha, Roxana, Tamara, Ludmila o Ira hay que intentar conocerlas muy bien, así como a sus familias, para que le expliquen a uno el porqué de esos nombres tan pretenciosos y cursis. Pero éste es otro problema que será en el futuro debidamente tratado.

No tiene duda: quienes presentan con la fórmula «Aquí mi señora, aquí un amigo» —algunos especifican incluso si son amigos o compañeros—; «Aquí mi señora, aquí un compañero del negocio», son los mismos que tras sonarse en el pañuelo observan los residuos sonados antes de doblar cuidadosamente el moquero —normalmente de tonos ambiguos—, como si lo que observaran tuviera la dignidad de una obra de arte. Estos adoradores de los mocos propios, proclives a las mujeres gordas, creen que su método de presentación es correcto. Nada más lejos de la realidad, por fortuna para la corrección.

Para luchar con la epidemia de los de «Aquí mi señora» sólo hay una manera efectiva. No tenderles la mano. El desprecio social es a veces indispensable.

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