Desde que los sacerdotes se indumentan de pollos modernos y las monjas de cortinas con ligas, el espacio de respeto que separaba a los religiosos de los civiles ha desaparecido. Son ellos precisamente, los religiosos vestidos de lo que no son, los que más contribuyen al estupor, la confusión y el malentendido. Si los curas y monjas que no se visten de curas y monjas supieran lo que ganan con el uso de los hábitos, otro gallo les cantaría en su hoy parcialmente perdido respeto popular. Porque una cosa es incuestionable. Vestidos de religiosos o vestidos de lo que sea, se nota que son curas y monjas. El hábito no hace al monje; lo que hace al monje es el cuerpo, y el cuerpo del monje no se disimula.
Si uno no es familiar cercano de un cura o de una monja, el tuteo no es adecuado. La excesiva familiaridad con el clero progre, propugnada por el último, no garantiza la salvación del alma. Tampoco la garantiza la distancia en el trato, pero me consta que está mejor visto en los despachos eternos. El cielo es lugar de exquisitas correcciones y a su ámbito y felicidad se accede no sólo por la bondad en la vida terrena, sino mediante la buena educación. Hace pocos años, el marqués de Plamariú, que fue un dechado de maldad, corrupción y perversidad en la vida, falleció y subió al cielo por no haber tuteado jamás a un clérigo. Esta revelación, que habrá causado sorpresa entre los muchos damnificados del marqués de Plamariú, me ha sido confiada por una fuente que no debo publicar. Pero el hecho está ahí y no hay quien lo mueva. El miserable de Pepito Andrés Palmariú, que no hizo más que el mal en su pasar por la tierra, goza del beneficio celestial por no haber tuteado jamás a un cura.
Por el contrario, el joven catequista fenecido en imprevisto atropello, Liborio Ruiz Bondades López Inmácula, que entregó su existencia a las reuniones parroquiales, misiones en barriadas, ayuda a los marginados y meriendas con padres de familia, aún permanece en el purgatorio —y le quedan tres mil años aproximadamente, según los últimos cálculos— por haberse excedido en el tuteo al clero. Rumores, esta vez no confirmados, apuntan que fue castigado a sufrir quinientos años de purgatorio adicional cuando se desbocó de blasfemias al ver ascender directamente a la puerta de San Pedro al cínico y malvado marqués de Plamariú.
Tutear a los curas y a las monjas no tiene justificación social. Sólo en casos muy concretos y no en demasía frecuentes, el tuteo está permitido. El caso de doña Ana de Buñuell Parrot, que llamaba a su hija Paca, oblata ella, «Madre Francisca», es también exagerado. El término medio, como siempre, impera.
Al clero, siempre de usted.