Quien escuche de un semejante la frase «tengo un bañador rojo» ya sabe con quién se la está jugando. El que reconoce «tener un bañador rojo» sólo puede ser dos cosas: a) un hortera, y b) un individuo/a que dispone de un miembro del Partido Comunista para que le bañe. Porque el bañador no es más que eso: el que le baña a uno. Lo que se pone uno/a para no bañarse en pelotas en las playas, las piscinas, los barcos y los pantanos es, sencillamente, el traje de baño.
Para que ustedes calculen con acierto el grado de ordinariez de la expresión «bañador» cuando se refiere al «traje de baño», basta y sobra esta aguda equivalencia comparativa. Decir «bañador» no es menos grave que «ir al váter», o que «pillarse un resfriado en el mirador del chalet», o que «enojarse con Andrés Ramón Alcoceba». Por lo tanto, sólo se puede ir a la playa con «bañador» cuando se va acompañado de un encantador, menesteroso y abnegado ser humano del sexo masculino entregado al quehacer de bañar al prójimo. En tal caso, y siempre que se dedique exclusivamente a sus obligaciones, el «bañador» es correcto.
Cuando yo era niño —posguerra superada, pero aún bastante posguerra—, en España sólo había una marca de trajes de baño, la de los anchurosos y pulcros Meyba. Hasta tal punto monopolizaba el mercado la marca Meyba, que llegó a adquirir vigencia de denominación genérica. «Por si hace calor traeros el meyba» es frase que uno ha escuchado con inmenso estupor durante más de un decenio. Pues bien, la incorrección de esta expresión sociomercantil es bastante más aceptable que la de «por si hace calor traeos el bañador».
Para que todo quede claro, diáfano y cristalino, al tiempo que nada oscuro, opaco y ofuscado, se puede decir con seguridad plena que un «bañador» es perfectamente capaz de bañar a quien sea sin necesidad de llevar traje de baño. Pero si lo que se precisa llevar en prevención de los calores es la prenda que cubre determinadas zonas íntimas durante la refrescante experiencia de la natatoria, no se lleva el «bañador», sino el «traje de baño».
El falso príncipe Enrique de Trastamara y Hesse-Hesse se le descubrió su origen plebeyo cuando en el Club de Mar de Palma anunció su intención de «comprar un bañador». El impostor fue inmediatamente invitado a abandonar el recinto social.
Un señor que dice «bañador» en lugar de traje de baño no tiene derecho a conocer el mar.