¿Existen las bragas? ¿Se puede ir por el mundo con la cabeza alta después de entrar en una mercería y haber adquirido unas bragas? Aunque parezca un absurdo y hasta un contrasentido, en ambos casos la respuesta es «no». Las bragas pueden comprarse en una mercería, pero curiosamente no existen. He aquí el misterio por antonomasia de la gente «bien». Se compran, se usan, se tiran e incluso en determinados momentos se quitan, pero no existen.
La Real Academia de la Lengua las define como «prenda interior usada por las mujeres y los niños de corta edad, que cubre desde la cintura hasta el arranque de las piernas, con abertura para el paso de éstas». Y don Sebastián de Covarrubias y Orozco, capellán de Su Majestad nuestro señor don Felipe III y Consultor del Santo Oficio de la Inquisición, opina que las bragas son «cierto género de caragüelles justos que se ciñen por los lomos y cubren las partes vergonzosas por delante y por detrás y un pedazo de los muslos. Que las usan los pescadores, los curtidores, los que lavan lana, los tintoreros y los religiosos, que las llaman paños menores. También las usan los pregoneros, porque no se quebrasen dando grandes voces, y que la cobertura en la horcaxadura de las calças, se llama bragueta, y braguetón la que es grande, como la de los tudescos».
Dejando para otro capitulo el comentario sobre la ordinariez de los tudescos, retornamos al misterio inicial. ¿Existen las bragas, aun a pesar de las definiciones de don Sebastián de Covarrubias y de la Real Academia de la Lengua Española? La respuesta sigue siendo la misma. Las bragas, por más que se lleven, por más que se porten, por más que se ciñan y cubran las partes vergonzosas y un pedazo de los muslos, no existen.
Sólo hay una expresión más ordinaria que «las bragas». Me refiero a pronunciar «la braga», singularizando la horrible prenda. Quien reconoce que «se ha comprado unas bragas negras» carece de futuro en los salones de la Corte, si bien puede seguir disfrutando de la merienda en grandes cafeterías. Pero quien dice en público que «ha comprado una braga color carne», debe ser inmediatamente marginado por la sociedad. Una sociedad que admite que alguien adquiera «una braga color carne» tiene la obligación de reconsiderar muy seriamente si va por el buen camino.
Por eso, la gente «bien», en ocasiones justamente denostada, tiene aquí toda la razón. Une en su misterio el buen gusto con la sabiduría. Nuestras mujeres, tras ser torturadas, pueden llegar a reconocer la existencia de los pantys. Pero de las bragas, nunca.
Se compran en las mercerías, pero no existen.