LECCIÓN 7
¡VIVAN LOS NOVIOS!

Todas las familias, por elegantes que sean, tienen y padecen una desgracia común. Esa parienta, casi inmortal, que en las bodas grita estentóreamente «¡Vivan los novios!» cuando éstos pasan por el desagradable trance de cortar la cursi tarta nupcial. Conozco a personas que en situación como la anteriormente referida han negado sistemáticamente su parentesco con la deleznable voceadora con tanta energía como indisimulado rubor. Jamás se lo he tenido en cuenta. Si san Pedro, a pesar de renegar tres veces de Jesucristo ha sido merecedor de reconocidas santidades, no veo por qué no se puede renegar, las veces que sean precisas, de una prima o una tía que grita en las bodas «¡Vivan los novios!» y encima, posteriormente, aplaude.

Para impedir esta habitual y terrorífica manifestación de júbilo nupcial sólo hay dos posibles medidas. No enviar la invitación y atribuir la culpa a la deficiente organización de Correos o el homicidio pre libum, es decir, el asesinato previo a la aparición de la tarta. Este segundo supuesto, que es a mi modo de ver el más recomendable, tiene un pequeño inconveniente. La posible insensibilidad del juez al interpretar los hechos. A pesar de este insignificante reparo, considero este método más fiable que el de olvidar premeditadamente el envío de la invitación. Una persona que es capaz de gritar «¡Vivan los novios!» se presenta en las bodas esté o no esté convidada y además se pone una pamela y se come todo el salmón.

Para matarla es necesaria mucha sangre fría. Agilidad y sangre fría. Toda gritadora de «¡Vivan los novios!» acostumbra ser bulliciosa, revoltosa y extremadamente movediza. Lo mismo está allí, que aquí, que acá o que acullá. Un error en el cálculo puede resultar tan fatal como irremediable. Mi primo Cristián de Llodio (Q.S.G.H). falleció apuñalado el día de su boda por un irreparable error de cálculo. Cuando iba a cortar la tarta, la gritadora ocupó entusiasmada su lugar y el homicida contratado no tuvo tiempo de corregir la trayectoria de su certero golpe.

Hasta la fecha hemos tratado con más o menos rigor lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer sin entrar en determinaciones capitales. El caso que hoy nos ocupa, por singularmente serio, debe ser examinado con más rigidez, si cabe. No deben asustarnos las conclusiones ni huir de sus lógicas consecuencias. Toda persona que grite «¡Vivan los novios!» en las bodas tiene perfecto derecho a ser ajusticiada.