LECCIÓN 6
LOS TAXIS NO SE PILLAN

En mi no lejana primavera tuve una novia rebosante de virtudes. Era guapa, divertida, complaciente, lista, inteligente, liberal, amorosa, tierna, oportuna, estética, graciosa, profunda y además estaba muy buena. Era una de esas mujeres armoniosas y brillantes que le dejan a cualquiera sin respiración mientras piensa para sus adentros: «esta nunca va a ser feminista». Pero tenía un defecto, a mi parecer, gravísimo, que fue la causa de mi unilateral ruptura con ella. Que «pillaba» taxis.

Sucedió durante una tormentosa tarde de un mes de junio. El cielo se puso feo y empezó a tronar de improviso. Con los truenos, secos al principio, caía una inconmensurable cantidad de agua que calaba nuestros enamorados cuerpos. Por aquel tiempo no estaba mal visto soportar la incomodidad de la lluvia torrencial para demostrar la evidencia del amor. Enlazados por la cintura y diciendo las tonterías de siempre, caminábamos nuestra dicha cuando ella, de improviso, pronunció la terrible frase: «Amor mío, si no pillamos un taxi vamos a pillar un resfriado». Aquello fue el fin de nuestro compartido amor. Así como suena.

Ya en la soledad de mi angustia medité sobre lo sucedido. Empaqueté sus regalos, muy especialmente el rosario de su madre, y con una doliente carta de despedida se los devolví. Era una mujer maravillosa, incomparable y abierta a toda esperanza. Pero no podía ser la madre de mis hijos. La madre de mis hijos, mi futura cónyuge, podía acumular humanas imperfecciones, pero nunca la de pillar taxis o resfriados. «La madre de mis hijos —le decía en mi carta definitiva— no pilla taxis, los coge; no pilla resfriados, se acatarra o constipa, y sólo le está permitido, si comete la torpeza o despiste de dejar la mano en el recorrido clausural de una puerta, pillarse los dedos».

Ustedes pensarán que soy un intransigente, amén de maniático. Nada más lejos de la realidad. Pero la convivencia con una mujer que pilla taxis y resfriados puede llegar a ser insoportable, por el sólo hecho de la ordinariez de la frase. Una mujer así puede terminar «pillándote desprevenido» o, lo que es peor aún, «pillándote en una buena». Una mujer así es capaz de esconderse juguetona tras las cortinas y pegarle a uno un susto de muerte al grito de «¡Te pillé!».

Lo único que una persona normal puede pillarse son los dedos. El que pilla taxis y se pilla resfriados acaba por degenerar. Pillándose a sí mismo, por hortera.

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