Para descubrir a un cazador advenedizo, huérfano de tradiciones familiares cinegéticas, no hay mejor método que analizar su indumento. Si todo lo que lleva puesto es de color verde, ya saben a qué atenerse. O es inexperto, o es nuevo rico, o es político de anteayer o es un asesor de imagen. En los cuatro supuestos un individuo de muy escamantes actitudes y aptitudes por otra parte.
El cazador novato, amén de peligroso, acostumbra ser un cursi que se viste de verde para hacer creer a las perdices que es una encina. Nada menos logrado en cuestión de camuflaje. Una perdiz, por perdiz que sea, distingue perfectamente entre una encina y un meapilas vestido de campo. La perdiz española, secularmente clasista, prefiere morir rota en su vuelo por los disparos de un cazador normal que por los tiros de un memo demasiado de verde.
El campo es un conjunto cromático de verdes, ocres y sepias. Pero se puede ir estupendamente vestido de azul, o de gris o de carmesí violáceo para cazar perdices, conejos o cochinos. Si los pobres y bellísimos animales fueran tan inteligentes como creen los cinegéticos no los cazaban ni con misiles. La perdiz y el jabalí se escaman más ante un sombrero tirolés con plumas de arrendajo que ante un gorro naranja tornasolado en lila, si es que tal combinación gorril se ha dado alguna vez. Los cazadores, veteranos y novatos, se visten de caza porque les divierte. Porque las pobres perdices, llegado el caso del ojeo, le entran igual al veterano indumentado de sepia añejo, al novato vestido de verde loco que al despistado que acude con jersey azul turquesa y pantalones butano. Las perdices entran porque van asustadas y les importa un pimiento la indumentaria de sus deportivos verdugos.
Recelen, no obstante, los duchos cazadores de los que se visten de verde. Un cazador de verde se pone tan nervioso cuando le entran por el puesto una perdiz y un conejo —me refiero al conejo en el sentido más roedor de la palabra— que siempre termina por disparar al espacio aéreo intermedio, en el que inevitablemente hay otro cazador. No hace mucho, un prestigioso e insustituible oftalmólogo español sufrió el frenesí de un político cursi e ineducado, supuestamente afincado en Cádiz, que le confundió con una perdiz. El político, claro está, iba muy de verde.
Asistir de verde sobre verde a las cacerías es una cursilada. Lo malo es que los cursis no se contentan con ello. Además disparan, y, casi siempre, aciertan. No a la perdiz, sino al cazador de al lado.