LECCIÓN 3
NO SE VA AL «VÁTER»

Hay expresiones que terminan con cualquier presencia. Una de ellas, «voy al váter», «vengo del váter», actúa de fiscal implacable contra quienes casi han conseguido ser finos y engañar a la gente. Pero esa frase, que suele escaparse, equivale a una sentencia de muerte social. Porque al «wáter» no va nadie decente. El «váter» no existe. A donde se va es al cuarto de baño, tenga o no baño.

Una hermosa y adinerada dama de súbita ascensión hacia la elegancia me enseñaba, no hace mucho, su nueva casa de Puerta de Hierro. Mujer inteligente y culta, ha sabido asimilar en tiempo breve un concepto del buen gusto más que estimable. Los muebles de su nuevo hogar eran correctos, los adornos precisos, y los cuadros colgados en las paredes, buenos y valiosos. El salón, el comedor y el hall, así como los cuartos de dormir no tenían nada estridente ni hortera, ni siquiera cursi. Era una casa nueva, muy bien puesta, de gente normal. Pero de repente, toda la casa, con la dueña dentro, se desmoronó. Fue cuando, abriéndome el paso a su cuarto de baño, me anunció lo inevitable: «Éste es el váter principal».

Ni «wáter», ni «servicios», ni «aseos», ni «lavabos». El cuarto de baño, aunque sólo tenga una ducha y un retrete, es el cuarto de baño y nada más. En la sagrada intimidad de su recinto se puede —y se debe— hacer lo que en necesidades a cada uno venga. Una persona que vuelve del cuarto de baño mantiene su dignidad incólume. Un individuo que retorna del «váter» causa mofa, reparos y hasta recelo de cercanía.

Tampoco es admisible la toilette. Un teniente general, por ejemplo, no puede permitirse el lujo de ir a la toilette. Los franceses, que amariconan todo, insisten desaforadamente en que vayamos y volvamos de las toilettes, lo cual es harto improbable. Así pues, ni «váter», ni «servicios», ni «aseos», ni «lavabos», ni toilettes. Sólo se va al cuarto de baño.

Todos los seres humanos que comparten la realidad de la civilización acostumbran a ser limpios. Los hay que se duchan mientras otros eligen el prolongado baño de agua caliente con patito de goma, experiencia que recomiendo a quien aún no la haya disfrutado. Pero al cuarto de baño se va también a efectuar otros cometidos menos agradables. Ir al «váter» los convierte en vergonzosos e insoportables. Los mismos cometidos culminados en el cuarto de baño adquieren incluso una tímida grandeza.

Quien va al «wáter» no debería volver nunca. Esta sentencia es muy dura, pero no veo la forma de suavizarla. Ser normal exige mucho.