—No me cogerán en otra —decía el Tellina en casa de Luis Mascaros—, ya está bien: ahora ya he aprendido. Republicano, bueno, pero adentro, por aquello de que se nació así; pero ni abrir la boca. Ya me he dado cuenta. ¡Cuidado que he sido bruto! Y con éstos que van a mandar ahora todo va a ser coser y cantar. De la escabechina me libro yo, primero porque tú me vas a ayudar: aquí no me conoce ni Dios y tú eres de ellos.
—Hombre, tanto como eso…
—Pero nos entendemos. Además, ¿quién me quiere mal? Dejando aparte que en Valencia quemaron todos los papeles de la Audiencia. Tú, ¿me oyes bien?, si no quieres que te vaya mal, me has escondido aquí durante toda la guerra. Llámame… Jaime Mascaros; sí, hombre, como tú, soy tu primo, de los buenos, del pueblo que quieras. Para que no me picaran me escondiste desde el principio. Anda, vámonos al Gobierno Civil o donde sea; dentro de una hora me verás de uniforme… Ni visto ni conocido, y en tres días me planto en Barcelona.
Allí fue, y en cinco años se hizo millonario. Se llama don Jaime Colomer; menudo y todo, le saludan respetuosísimos. Para los que conocieron al Tellina, aquél murió en Alicante el 1.º de abril de 1939.
En Madrid hizo algunos negocios con un tal José María Alfaro, sin ocurrírsele, como es natural, relacionarlo con aquel taciturno joven con quien fue de Cuenca a Alicante. Don José María tenía despacho en la Gran Vía; los sábados y domingos los solía pasar con su «nieto», un joven educado por los jesuitas, de su mismo nombre, que prometía.
México, abril–mayo 1953.