Dicen que cuando nos suceden acontecimientos terribles en nuestra vida, el cerebro pone en marcha un mecanismo de defensa que impide que nada nos haga daño. Es como si nuestro cuerpo obstaculizase cualquier esbozo de tristeza o sufrimiento. Como diría el gran divulgador científico español Eduard Punset, «hasta las bacterias funcionan por consenso, o no funcionan». Si tras leer estas páginas he conseguido lo contrario, es decir, que se te haya removido la conciencia aunque sea durante un instante, me habré dado por satisfecha. No pretendo que te incomode la realidad, que lo hará, pero sí que seas consciente de que no olvidar lo ocurrido es la mejor forma de recordar a aquellos que perecieron en pos de la libertad.
En este libro he querido reunir los casos más impactantes y escalofriantes de unas mujeres que, de acuerdo al régimen del Führer, mataron, asesinaron y vejaron a miles de prisioneros en sus campos de concentración. Hablamos de cómo la mente femenina pudo ser aún más cruel que la masculina, llegando a ser el brazo ejecutor de los peores crímenes que ha dado la Humanidad.
Con ellas se demuestra que la maldad y el sadismo es cosa del género humano, sin distinción de sexos, algo que han puesto en duda las feministas más radicales.
En las Memorias de Sir Winston Churchill, el político británico dijo en una ocasión: «Si Hitler hubiera invadido el infierno, yo habría hecho por lo menos una favorable alusión al demonio en la Cámara de los Comunes». Si trasladamos esta cita a las «torturadoras» de los campamentos de exterminio, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que si la Maldad existe, ellas fueron sus principales representantes en la tierra.
Sus ademanes hicieron de ellas unas cruentas asesinas de acuerdo a un bien común: la pureza aria.
Y por mucho que rebatieran subidas a un estrado que simplemente acataron las órdenes que provenían de sus superiores, la realidad es que se tomaron la justicia por su mano. Con cada golpe y latigazo, con cada privación de alimentos, con cada selección a la cámara de gas, las «guardianas» minaron la moral de sus enemigos ya confinados. Su único objetivo: ser un ejemplo para el resto de sus camaradas. El resultado: millones de vidas despojadas en una zanja. ¿Verdaderamente fue necesaria tanta barbarie? Quiero creer que no.