«Lo que queda de esa noche como ninguna otra

es una sensación irremediable de pérdida, de

despedida. Mi madre y mi hermana se marcharon,

y nunca les dije adiós.

Todo sigue siendo irreal. Es solo un sueño, me dije

mientras caminaba colgada del brazo de mi padre.

Es una pesadilla que me ha arrancado de las

personas a las que amo, que están golpeando a la

gente hasta la muerte, que Birkenau existe y que

alberga un gigantesco altar donde los demonios de

fuego devoran nuestro pueblo.

Es una pesadilla de Dios que los seres humanos

estén lanzando a las llamas a niños vivos judíos».

(Elie Wiesel, superviviente del Holocausto).