Fueron cientas las «marchas de la muerte» que los nazis llevaron a cabo durante la Segunda Guerra Mundial. Centenares de caminatas donde los prisioneros de guerra eran forzados a recorrer largas distancias sin nada que llevarse a la boca. Los que se desmayaban víctimas de la inanición, eran dejados a su suerte o incluso ejecutados por los guardias que les acompañaban. Una de las más llamativas la protagonizó Ruth Elfriede Hildner, cuando en 1945 formó parte del convoy de mujeres judías que atravesó 800 kilómetros desde Slawa (Polonia), pasando por Helmbrechst (Alemania) hasta llegar a Volary (Checoslovaquia).
De esta joven nazi nacida el 1 de noviembre de 1919 se tienen pocos datos fehacientes respecto a su vida. Ni siquiera el lugar de nacimiento. Algunos documentos apuntan a que era de Berlín capital, mientras que otros aseguraban que era de un pueblecito al norte de Alemania. Por mi parte, prefiero dejar esta reseña en el aire y continuar con lo que sí sabemos.
En julio de 1944 Hildner fue reclutada para formar parte del personal del campo de concentración de Ravensbrück. Durante todo ese verano recibió una instrucción severa como guardiana. Quedaba menos de un año para el fin de la contienda y los oficiales nazis no querían dar nada por perdido. Es por ello que durante 1944 e incluso 1945 siguieron recibiendo nuevos reclutas a los que aleccionar en las artes del sistema nacionalsocialista.
Hildner enseguida hizo buenas migas con sus compañeras, sobre todo con su supervisora Dorothea Binz, de quien aprendió ejemplos de suplicios, actos inhumanos y depravaciones. Si había un arma mejor para maltratar a un prisionero, ese era un barrote. Con él podía dar rienda suelta a fieros golpes que descargaban sobre su víctima el peso de su rabia.
Tras finalizar su entrenamiento en Ravensbrück, en el mes de septiembre la transfieren al campo de Dachau. Allí pondría en práctica todo lo cultivado en sus «clases» de violencia y sadismo. En aquel momento ya ejercía como Aufseherin.
Su faena era la propia de cualquier centinela nazi: vigilar que los presidiarios no violaran las normas del campamento usando, a ser posible, un duro correctivo.
Tres meses después de su llegada, en diciembre de 1944, oficiales de las SS deciden enviarla a un pequeño campo cerca de Hof (Alemania). Se trataba de Helmbrechts, un subcampo para mujeres perteneciente al campo de concentración de Flossenbürg.
Un total de 27 guardias femeninas sirvieron en este destino, donde Ruth Hildner destacó sobre las demás por su especial temeridad. La población del recinto era principalmente no-judía y la mayoría murió víctima de los golpes perpetrados por su verdugos. La Aufseherin fue la más implacable de todas.
Durante las largas jornadas laborales Hildner le gustaba pasearse por los pasillos de la fábrica para vigilar que nadie se ausentara de su puesto. Al más mínimo descuido la criminal sacaba su vara con la que apaleaba ferozmente a sus víctimas. Si alguna de las presas moría, trasladaban nuevas manos de obra del campo principal de Flossenbürg a Helmbrechts.
A principios de abril de 1945 el comandante Doerr ordenó la rápida evacuación del centro debido a la inminente presencia del ejército norteamericano. Hildner y el resto de sus camaradas emprendieron una huida que concluyó con cientos de muertos por desfallecimiento y maltrato. La Aufseherin terminó asesinando con su palo a numerosas jóvenes que, extenuadas, no lograban ponerse en pie.
Fueron cientos de kilómetros desde Helmbrechst (Alemania) hasta llegar a Volary (Checoslovaquia). Pero no fue la única marcha de la muerte en la que Hildner participó. La guardiana nazi también acompañó otra en Zwodau, subcampo de Flossenbürg (Checoslovaquia). De allí evacuaron a los presos hacia el oeste del país. En la última de las caminatas tuvo que volver a Polonia, esta vez a Slawa, cruzarse Alemania para llegar de nuevo al campo de Volary en Checoslovaquia.
Durante la liberación de los distintos campos de concentración alemanes a principios de mayo de 1945 Hildner y las demás supervisoras nazis consiguieron huir temporalmente al hacerse pasar por refugiadas. Pero en marzo de 1947 las autoridades checas finalmente dieron con ella y fue llevada a prisión. Tenía 27 años cuando fue juzgada por el Tribunal Popular Extraordinario de la localidad de Písek.
El 2 de mayo de 1947 el presidente de la Corte dictó sentencia y Ruth Hildner fue declarada culpable de cometer crímenes de guerra. Condenada a morir en la horca, fue colgada tan solo seis horas más tarde en la prisión central de Praga.