RUTH CLOSIUS NEUDECK

La sangre fría de nuestra siguiente protagonista dejó atónitos, a la vez que satisfechos, a los mandamases de los campos de concentración donde Ruth Closius fue destinada. Las aberraciones perpetradas durante su estancia en Ravensbrück y Uckermarck, marcaron la vida de más de 5000 mujeres y niños que cayeron fulminados por el popular gas Zyklon B. Sus malvadas selecciones llevaron a esta brutal guardiana hasta el escalafón de la inhumanidad femenina dentro del nazismo.

En realidad, se sabe muy poco de la vida personal previa a su incursión en las Waffen-SS, Ruth Closius —que adquirió el apellido Neudeck cuando contrajo matrimonio— nació el 5 de julio de 1920 en la ciudad de Breslau (Alemania) en el seno de una familia germana. En su época de estudiante, especialmente después de 1933 cuando el Partido Socialista de Hitler comenzaba a emerger, se dieron a conocer diversas organizaciones juveniles que se dedicaban a captar a nuevos simpatizantes. Una de ellas fue la Liga de Jóvenes Alemanas, asociación para adolescentes de sexo femenino, que fomentaba el apoyo de los rasgos arios y germánicos, y donde se incluía la belleza, la salud y la pureza étnica. Ruth se dejó seducir por aquellos preceptos que lejos de sonarle racistas, sucumbieron con su «encanto».

La educación que recibió a través de este grupo instauró en ella un sentimiento de repulsión hacia los judíos, a quienes describía como seres esencialmente inútiles y peligrosos que amenazarían la pureza racial. Gracias a este adoctrinamiento, Closius dejó los estudios en su ciudad natal, se independizó e inició su carrera laboral. Tuvo varios trabajos, pero siempre mal pagados y sin ninguna motivación. Se casó con un hombre de apellido Neudeck y del que nada se sabe actualmente. Tampoco su nombre de pila.

La oportunidad llamó a su puerta en julio de 1944 cuando envió una solicitud para trabajar como guardiana de campamentos dirigidos por personal nazi. Fue admitida. Bien es cierto que tal y como les pasó a varias de sus camaradas, no se exigía tener estudios ni experiencia previa. De hecho, la mayoría de ellas eran analfabetas.

Pasados los trámites pertinentes, Closius fue enviada al campo de concentración de Ravensbrück para proceder a su formación. Según parece, y tal y como sucedió con la temida Irma Grese, la nueva integrante causó una muy buena impresión a sus superiores, en particular por el tratamiento aplicado en el barracón de las mujeres.

El nivel de crueldad de la Aufseherin sucumbió a los oficiales de las SS que admiraron su gran interés y eficacia. Esto le valió para escalar un nuevo puesto y ser promovida como Blockführerin (supervisora de barracón).

El cargo actual le trajo consigo una mayor experiencia y ante todo nuevas amistades. En ese momento fue cuando conoció a su superior, Dorothea Binz, quien la entrenó para abusar, torturar y vejar a las prisioneras. Estuvo bajo su protección durante casi cuatro meses, tiempo más que suficiente para que Closius aprendiese todos los escabrosos detalles para llevar a cabo sacrificios humanos de lo más viles. El búnker se convirtió en su lugar preferido. Allí Ruth ayudaba a la Binz a acuchillar en los brazos y en la cara de las víctimas, a patearles la cabeza hasta que perdían el sentido, a flagelar 20, 40 o 50 veces en la espalda, e incluso, a disparar en la cabeza de las reclusas. Todo lo que podamos imaginarnos se queda corto si lo comparamos con lo que ambas criminales podían llegar a ejecutar en una mañana cualquiera.

Aquella brutalidad quedó reflejado en el libro The Dawn of Hope: A Memoir of Ravensbrück escrito por la francesa Genevieve de Gaulle-Anthonioz, sobrina de Charles de Gaulle, quien aseguró haber visto a Closius «cortar el cuello de un prisionero con el borde de la pala».

Las buenas referencias de Dorothea junto con el trabajo bien hecho, hicieron que en diciembre de 1944 Ruth fuese ascendida a Oberaufseherin y trasladada al centro de exterminio de Uckermark, construido en las cercanías de Ravensbrück, concretamente en Fürstenberg/Havel. En sus inicios aquel campamento estuvo destinado a recluir a chicas criminales y difíciles de entre 16 y 21 años, pero a partir de 1945 se usó —según recoge el libro Opfer und Taterinnen. Frauenbiographien des Nationalsozialismus— para liquidar a «las mujeres que estaban enfermas, que no eran lo suficientemente eficientes, y que tenían más de 52 años».

A este respecto, Closius llegó para dar apoyo a sus camaradas Lotte Toberentz o Johanna Braack, pero también, para imponer algo de «orden». Al fin y al cabo alguien tenía que enviar a aquellas mujeres a las cámaras de gas.

Aunque la mayoría de las confinadas sufrían toda clase de enfermedades, como el tifus o la disentería, sin mencionar el hambre, ningún miembro del personal de Uckermark parecía inmutarse al ver tales atrocidades. Muchas de ellas estaban infectadas con piojos, tenían cortes y heridas mal curadas que no paraban de sangrar, pero nadie hacía nada.

Mientras Closius y el resto de sus secuaces decidían quién vivía y quién moría, los presos seleccionados eran obligados a desnudarse y a permanecer de pie durante horas. Daba igual que hiciese calor o frío, que nevase o lloviese, debían esperar su turno.

Aquí me gustaría subrayar la hipótesis que circula en algunos documentos encontrados que aseguran que durante aquellas selecciones Closius llevaba un bastón con un gancho que utilizaba para agarrar a los presos, sacarlos de las filas equivocadas y situarlos donde correspondían. Gracias a este artilugio, la Oberaufseherin evitaba cualquier contacto físico con ellos.

Desde su llegada a Uckermark, 300 mujeres murieron diariamente después de haber sido escogidas para las cámaras de gas construidas para la ocasión, aparte de aquellas internas que fueron como consecuencia del hambre, la enfermedad, la falta de higiene y por supuesto, los malos tratos. Según fuentes independientes, durante el periodo comprendido entre febrero y abril de 1945 unas 7000 mujeres perecieron en este centro de exterminio.

En marzo de 1945 y una vez finalizado su terrorífico trabajo, la su-pervisora decidió marcharse al subcampo de Barth —allí se construían aviones Heinkel— para continuar con los homicidios. Un mes más tarde el ejército aliado irrumpió en el campamento y Closius huyó despavorida en compañía de varios de sus camaradas. La fortuna no estaba de su lado, porque unos días después y pese a sus grandes esfuerzos, los británicos la localizaron y la apresaron. Los militares ya habían podido comprobar el horror de los cadáveres muertos en el campo de Uckermark.

La criminal nazi fue trasladada a la prisión de Recklinghausen donde se quedó hasta el día del juicio. El proceso denominado Uckermark Trial y que forma parte de los siete famosos juicios de Hamburg Ravensbrück Trials, fue el tercero en producirse.

Se inició el 14 de abril de 1948, casi dos años después de su detención, y tuvo lugar en Hamburgo donde condenarían a cinco de las oficiales del campo de exterminio de Uckermark.

Durante la vista Ruth Closius admitió plenamente su complicidad en el maltrato y muerte de las prisioneras que tenía a su cargo tanto en Ravensbrück como en Uckermark.

En su declaración ante el tribunal militar británico la inculpada no solo mostró fuertes dotes de altivez, sino que además se vanaglorió de los allí presentes:

«A medida que me hice cargo del campo de Uckermark, allí había alrededor de 4000 prisioneros de todas las nacionalidades. Cuando me trasladaron unas seis semanas después, solo quedaban 1000 presos en el campo. Durante mi tiempo allí alrededor de 3000 mujeres fueron seleccionadas para las cámaras de gas».

Pero no contenta con eso continuó explicando que:

«Cuando las camionetas se llenaban por completo, los hombres de las SS y yo conducíamos hacia el crematorio, donde descargábamos los prisioneros en un cobertizo de herramientas. En mi papel como Oberaufseherin les ordenaba que se desnudaran y cuando lo habían hecho, un hombre de las SS disfrazado con un bata blanca llevaba a las mujeres, una por una, a otro cobertizo para herramientas. Cuando esta nave se llenaba, entonces se cerraba. A los reclusos varones se les ordenó subir al techo y vi cómo dejaban caer algo dentro de una abertura que se cerró enseguida. Después de que los prisioneros bajasen del techo, se encendían los motores de los camiones para que no se pudieran escuchar los gritos de las víctimas».

El 26 de abril de 1948 concluye el juicio y el Tribunal Británico emite un claro veredicto respecto a la exsupervisora nazi. Ruth Closius es culpable de todos los cargos y debe ser condenada a morir en la horca. De las cinco ella fue la única en ser ajusticiada.

Durante la mañana del 29 de julio de 1948 el verdugo Albert Pierrepoint fue el encargado de colocar a la Oberaufseherin en posición y llevar a cabo el ahorcamiento en la prisión de Hamelín.