LA YEGUA DE MAJDANEK
Después de 15 o 16 años, ¿por qué molestan
a la gente? Yo fui castigada lo suficiente.
Estuve en la cárcel durante tres años.
Tres años, ¿te lo puedes imaginar?
¿Y ahora quieren algo de nuevo de mí?
Hermine Braunsteiner
No siempre la justicia apresa a quienes cometen delitos del calibre que entraña este libro: los crímenes de guerra. Hermine Braunsteiner fue una de las «afortunadas». Célebre por su sadismo en los campos de concentración de Ravensbrück y Majdanek, la guardiana nazi desplegó sus malas artes contra mujeres y niños ensañándose con ellos a patada limpia. Aquella crueldad acababa normalmente con la muerte de sus víctimas. De ahí que la denominasen la Yegua. Una de sus coces podía dejar fuera de combate a cualquiera. Pero la atrocidad de la Aufseherin no solo se reducía a este tipo de castigos, muchas de las supervivientes del centro de internamiento relataron durante el juicio cómo en una ocasión había matado de un tiro en la cabeza a un pequeño al que su padre pretendía ocultar, o cómo parecía disfrutar propinando severos latigazos en el rostro de sus prisioneros.
Pero toda aquella violencia quedó impune ante la ley cuando tres años después de su detención, hablamos del año 1950, fue puesta en libertad. Entonces, Braunsteiner decide mudarse a Estados Unidos y tras su boda con un electricista americano se cambia el apellido por el de Ryan. Se había transfigurado en la vecina perfecta del barrio neoyorquino de Queens. Su tranquilidad concluye cuando, pese a conseguir la nacionalidad americana, el famoso «cazador de nazis» Simon Wiesenthal da con su paradero en el año 1964 e informa inmediatamente a las autoridades. A partir de aquí se inicia una batalla para obtener su extradición al país de origen y para que sea juzgada de nuevo. El proceso se lleva a cabo en Düsseldorf en el año 1975 y concluye seis años después —uno de los juicios contra criminales de guerra nazis más largo de la historia—. Aún siendo sentenciada a dos cadenas perpetuas por asesinar a un total de 1082 personas, en abril de 1996 el primer ministro alemán Johannes Rau, le perdona el resto de la pena merced a su mala salud. Muchos ratifican que la Aufseherin murió en 1999 en Bochum; ahora bien, un periodista del New York Times aseguró que pudo entrevistarla en el 2004.
Hermine Braunsteiner vino al mundo el 16 de julio de 1919 en la ciudad austríaca de Viena en el seno de una familia de clase trabajadora y humilde. Su padre Friedich Braunsteiner trabajaba de chófer de una fábrica de cerveza, aunque hay informaciones que apuntan a que además, ejercía como carnicero. Su madre, María, era asistenta del hogar y se dedicaba a limpiar negocios y casas. La pequeña Hermine, la más joven de siete hermanos, fue instruida bajo la más estricta educación católica, algo sorprendente cuando profundizamos sobre su «carrera profesional» en los campos de concentración. De hecho, en su casa no se hablaba de política, ni se discutía sobre ello. Ninguno de los miembros de su familia mostraba interés alguno ante tal circunstancia, podemos decir que sus progenitores sentían una total indiferencia frente a los temas gubernamentales o estatales. No obstante y contra todo pronóstico, su hija acabaría formando parte de uno de los aparatos políticos más descabellados del siglo XX: el nazismo.
Aquella jovencita alta, rubia y de ojos azules, bastante atractiva y de mirada intensa, tenía un sueño: ser enfermera. Imaginamos que aquel afán por dedicar su vida ayudando a sus allegados, tenía mucho que ver con el acérrimo sentimiento católico que le habían inculcado desde niña. Su frustración fue grande al no poder hacer realidad su deseo —solo estuvo ocho años en el colegio—, así que tuvo que conformarse con trabajar en una fábrica de cerveza además de como empleada doméstica.
Entre 1937 y 1938, un año antes de afiliarse al partido nazi, se marchó a Inglaterra para ejercer como asistenta en la casa de un ingeniero estadounidense.
El 15 de marzo de 1938 tras el Anschluss (unificación) de Alemania y Austria donde el país austríaco se incorporaba a la Alemania nazi como una provincia del III Reich —pasando de denominarse Osterreich a Ostmark—, Hermine se convierte automáticamente en ciudadana alemana y decide regresar a Viena. Pocos meses después y ante las pocas expectativas laborales, vuelve a mudarse, pero esta vez a Berlín. Allí conoce la política de Hitler y tal y como les sucedió a muchas de las que serían sus camaradas, la fascinación le llevó a afiliarse al partido nazi. Aquella nueva ciudad le abre los ojos y le descubre un mundo muy distinto al que ella estaba acostumbrada. Para mantenerse encuentra trabajo en las fábricas de aviones Heinkel, factoría de donde salieron algunos de los aviones más rápidos de la época. Pero el sueldo que era más bien bajo no daba ni tan solo para vivir dignamente. Así es que Braunsteiner, dicen las malas lenguas que presionada por su casero, se arriesga a presentarse como guardiana de prisioneros en los campos de concentración. La tentación de cobrar cuatro veces más le hizo caer irremediablemente en la trampa y el 15 de agosto de 1939 comienza su entrenamiento como Aufseherin a las órdenes de María Mandel en el campamento de prisioneros de Ravensbrück.
Aquel verano se preveía diferente para la recién llegada Hermine Braunsteiner. Después de su polifacética trayectoria laboral, «El Puente de los Cuervos» sería un nuevo escalafón, un reto a superar día tras día. Su único objetivo era demostrar ante sus camaradas que ella sí servía para el puesto de guardiana y si tenía que contentarles de alguna forma un tanto «especial», lo terminaría haciendo.
Lo que empezó siendo una corta etapa de instrucción, tal y como les había sucedido a otras compañeras, acabó por ser su primer destino como Aufseherin a cargo de un número determinado de prisioneros. Se exhibía ante ellos con ciertas dotes de soberbia, altivez y sobre todo violencia. Poco a poco fue desplegando su lado más inhumano y bárbaro. Practicaba originales procedimientos infringiendo patadas a los internos hasta dejarles inconscientes. Entre las supervisoras que Braunsteiner tuvo durante su etapa más dorada estaban las Oberaufseherin Emma Zimmer, Johanna Langefeld o María Mandel, quienes conocían a la perfección su modus operandi. Ninguna de ellas le replicó lo más mínimo si se excedía en sus acciones, más bien todo lo contrario. Con la única con quien llegó a tener problemas en los últimos meses de permanencia en Ravensbrück fue con La Bestia de Auschwitz. Ambas se hacían notar, de eso no cabía duda; sus sanguinarios métodos eran muy populares en todo el recinto y ninguna quería perder ni su hegemonía ni su poder frente al comandante Max Koegel. Esto es, de marzo a octubre de 1942 Mandel y Braunsteiner empezaron una batalla campal para ver quién continuaba con la supervisión de Ravensbrück. Sin embargo, Hermine perdió y la relegaron a ser su auxiliar.
Si las perversiones tuvieron nombre, esas llevaban el de las dos criminales nacionalsocialistas.
En las dilatadas jornadas en el temido búnker donde se castigaba a las reclusas por cualquier disparate, Mandel y Braunsteiner desplegaban su lado más maquiavélico dando rienda suelta a sus fantasías más enfermizas. Los gritos de sus víctimas se podían escuchar en varios kilómetros a la redonda. La aparición de estas dos féminas hacía tremular al mismísimo lucifer. Algunos escritores y dramaturgos como Eugene Ionesco, se atrevieron a garantizar que «la única explicación para el Holocausto Judío está en la demonología».
Pero algún día tenía que zanjarse esa insostenible situación entre las dos guardianas. Por ello, en octubre de 1942 mientras que María Mandel fue transferida al KL Konzentrazionslager de Auschwitz, Hermine Braunsteiner hizo lo propio pero al de Majdanek donde ejercitó todo lo aprendido en su destino anterior. Su espeluznante fama ya la precedía, por lo que cuando llegó, muchos de los confinados que esperaban el milagro de la liberación supieron que no llegarían a conocerla jamás.
Aquel centro de destrucción humana fue construido por la Alemania nazi en la Polonia ocupada. Ubicado a unos cuatro kilómetros de la ciudad de Lublin —cerca de la frontera con Ucrania— este centro se erigió en 1941 por órdenes expresas del comandante de las SS Heinrich Himmler. El principal cometido era recibir a prisioneros de guerra polacos capturados por los nazis. En cambio, bajo la supervisión del comandante Karl Otto Koch este fue transformado en un campamento de internamiento para toda clase de reclusos.
Si comparamos a Majdanek con otros campos de su misma índole, podemos destacar que este no estaba escondido en ningún lugar apartado para que nadie supiera de su existencia. Ni tampoco tenía un bosque alrededor o estaba cercado por zonas de exclusión. Cualquier civil que se pasease por los aledaños podía divisar lo que acaecía en su interior.
Al principio, Majdanek albergó a unos 50 000 prisioneros de guerra pero con la llegada de judíos deportados en febrero de 1943, la población aumentó a 250 000 reos. Fue en ese preciso instante cuando este campo de concentración se transformó en uno de exterminio.
Su capacidad iba en aumento. Las avalanchas de trenes plagados de deportados inundaban las calles de un recinto que, poco a poco, tuvo que ampliarse y dividirse en seis campos diferentes. Por un lado, tenían una zona de aislamiento para mujeres dirigida y supervisada por guardianas tan depravadas como Elisabeth Knoblich, Else Erich y la mismísima Hermine Braunsteiner. También disponían de un hospital para desertores rusos; había una zona de alejamiento para prisioneros políticos polacos y judíos de Varsovia; y el número cuatro, albergaba a prisioneros soviéticos y rehenes civiles. En el campo cinco habían levantado un hospital para hombres y en el número seis, la zona de las cámaras de gas y crematorios.
En el distinguido como «Campo de mujeres» los niños acompañaban a las féminas y eran custodiados, seleccionados y eliminados por sus cuidadoras. En menos de tres años la población de Majdanek se redujo de 500 000 seres humanos —de 28 países y de 54 grupos étnicos— a 250.000. Los nazis se encargaron de asesinarles y seleccionarles para las cámaras de gas —entre ellos a 100 000 mujeres—. Inclusive, cuando se daban casos donde la madre no quería separarse de su pequeño, esta era liquidada con gas junto a su hijo.
La situación que soportaban los cautivos en Majdanek era humanamente insostenible. La esclavitud a la que estaban sometidos era increíble. Trabajaban doce horas al día y los únicos alimentos que recibían era medio litro de té a la hora del desayuno y poco menos de un litro de sopa en la comida. Las bajas por inanición iban in crescendo a diario, aunque en verdad, el motivo real por la que toda esta gente moría era la violencia ejercitada contra ellos. Braunsteiner era una de las más «respetadas» por la temeridad que irradiaba contra sus prisioneras. Sobresalía por su crueldad y sadismo, por patear a las ancianas hasta matarlas, por pisotear sin escrúpulos. Por eso la apodaron the mare (la yegua), kobyla (en polaco), o la Stute von Majdanek (en alemán). Aquellas patadas eran estrepitosamente insoportables.
Desde el 16 de octubre de 1942 la muchachita rubia de ojos azules que había engatusado a sus superiores con tan solo 23 años, campaba a sus anchas en Majdanek. Después de su llegada al campamento la Aufseherin pasó de trabajar en una fábrica de ropa a cumplir la orden de ayudar en lo que se conocería como «el exterminio total».
Durante aquel otoño el comandante Koegel decreta el gaseamiento masivo de presidiarios a causa de la sobrepoblación que estaba sufriendo el campo. Como en un primer momento, el número de reclusos destinados a morir no eran muchos, se utilizaron botellas de monóxido de carbono. Al final, con el transcurso de los meses, se determina que la eliminación total de la población reclusa judía de Majdanek se haría usando el Zyklon-B.
En enero de 1943 y gracias a su talante demoledor Braunsteiner fue promovida como asistente de guardia de su camarada Elsa Erich y de otras cinco mujeres más. Aquí su papel fue crucial, ya que se ocupó de las selecciones de reos que morirían en las cámaras de gas. Majdanek tuvo dos patíbulos, siete cámaras de gas y varios hornos crematorios.
Según numerosos testigos, Hermine Braunsteiner realizaba su ronda por el «Campo de las mujeres» vistiendo unas botas altas negras con tacones reforzados de acero. Con ellas podía patear y golpear a las internas hasta la muerte. En el caso de que los ataques no terminasen con la vida de la rea, los impactos habían sido tan demoledores que le podía dejar con la cara completamente desfigurada.
Sus azotes con un látigo también eran del todo conocidos por las prisioneras del campamento, acciones que jamás fueron reprendidas por las demás compañeras. Su sombrío talante hacía temblar a todo aquel que se presentase a su lado. Algunas de las testificaciones más lúgubres describen a Braunsteiner como una mujer atroz, excesivamente sádica y de sangre fría.
En el tercer juicio de Majdanek celebrado en la ciudad de Düsseldorf en noviembre de 1975 —casi veinte años después de la puesta en libertad de Braunsteiner—, una de las internas que había conseguido sobrevivir declaró haber visto a la acusada ayudando a cargar en los camiones a los niños que iban a ser conducidos a las cámaras de gas.
Eva Konikowski, exprisionera católica y polaca que fue apresada por ayudar a familias judías, aseguró ante la Corte que en un ocasión la Yegua le había golpeado con una «porra de goma» por no haber efectuado apropiadamente las tareas de lavandería del campo. Aún conservaba las marcas de aquella paliza en su brazo. También señaló que esta criminal junto con su supervisora Else Ehrich, habían conducido a las cámaras de gas a numerosos pequeños. «Les dieron a los niños algunos caramelos y llevaron a los pequeños a las cámaras de gas», concluyó Konikowski.
Otra de las cautivas que narró más fechorías de la guardiana en Majdanek fue la interna Mary Finkelstein, que señaló a Braunsteiner como la nazi que la había golpeado en incontables situaciones y que había matado a otra de sus compañeras.
Aaron Kaufman de 71 años, superviviente de ocho campos de concentración, tuvo la desgracia de conocer a Hermine en Majdanek. La Aufseherin —y así lo explicó el interno— había azotado hasta la muerte a cinco mujeres y a un niño en su presencia y en la de más compañeros. Cuando Kaufman le chilló para que terminase con aquellos terribles golpes, varias auxiliares le sacaron del barracón y le propinaron 25 latigazos en la espalda. En este sentido, el antiguo recluso contó que durante su estadía en Majdanek vivió diversos episodios angustiantes con la vigilante. Algunos de los que se especifican a continuación aparecen en dos artículos: el primero publicado el 9 de octubre de 1972 en el periódico The New York Times bajo el título «U. S. Deportation Hearing Here Told Woman Killed 6 as a Nazi»; y el segundo publicado el 10 de septiembre de 1972 en The Washington Post titulado: «Nazi Camp Inmate tells of 6 killings».
El primero de ellos, el de The New York Times, relata a través de varios párrafos que Kaufman tuvo que sobornar para conseguir un puesto de trabajo como «caballo». Es decir, para transportar alimentos al complejo de mujeres que distaba cerca de un kilómetro de la cocina. También porteó carbón junto con otros 40 hombres. Asimismo, una mañana de mayo de 1942, mientras cargaban esta piedra negra, Kaufman vio a cinco mujeres en un pasillo alambrado quitando mala hierba.
«De repente, apareció Braunsteiner, habló a las mujeres durante un minuto y luego empezó a golpear a dos de ellas. Ambas murieron».
El testigo conocía a las mujeres que estaban siendo apaleadas a unas seis yardas de su puesto. Una de ellas era Sara Fermeinska de 26 años y la otra se llamaba Secholovic de unos 30. Kaufman también declaró que el asesinato de la tercera y cuarta mujer había tenido lugar un día que describió como «El Segundo Campo». Aquella tarde, él y otros hombres llevaban madera de un lado a otro del campamento y al llegar a la altura donde se encontraban algunas internas que recolectaban piedras y madera, se detuvieron para hablar.
«Cuando las guardianas vieron a los hombres y a las mujeres y a nadie más allí, la señora Braunsteiner se presentó, y cuando ella miró, empezó a usar su látigo de nuevo y mató a otras dos mujeres».
El tercer incidente que sufrió Kaufman a manos de Braunsteiner sobrevino cuando junto con otros compañeros, tuvo que transportar un cargamento de alimentos hasta el campo número 5 de mujeres. Ya en la puerta fueron bloqueados.
«… porque había tres o cuatro centenares de mujeres allí. La señora Braunsteiner dijo a las mujeres que tenían que deshacerse de sus hijos porque los niños iban a ir a un campamento de verano donde obtendrían leche dos veces al día. Las madres no querían renunciar a sus hijos porque sabían lo que pasaría. La señora Braunsteiner comenzó a golpear a una mujer mayor con un niño, tanto que la señora se desplomó. La mujer había muerto y el niño estaba muerto. Nosotros tuvimos que apartarles y dejar que entrara nuestro vagón. Eso fue en junio».
Por último, una dentista de Varsovia, Danuta Czaykowska-Medryk, juró ante la Audiencia de Düsseldorf que había avistado a la acusada mientras escogía a mujeres que los médicos o bien habían pasado por alto o bien habían incluso descartado. Entonces llegaba Braunsteiner y las seleccionaba para ser gaseadas.
«En ese día, algunas mujeres polacas tiraban de las mujeres judías intentando esconderlas. Braunsteiner corrió hacia una de esas mujeres que quería ocultar una mujer judía y le pateó y le pegó»[40].
En el mismo artículo se especifica que en ese mes la doctora Czaykowska-Medryk declaró haber visto a la guardiana agarrar a los niños y echarlos al camión para ser arrastrados a las cámaras de gas. «Una policía se negó a ayudar y Braunsteiner la golpeó en la cara», reseñó la exreclusa.
El primer contacto de la superviviente con su captora fue en febrero de 1943, cuando otra de las vigilantes les ordenó que llevasen arena y ladrillos. Entonces, «la supervisora Braunsteiner se acercó con un perro y nos hizo correr usando un látigo. Ella nos golpeaba con el látigo». Un mes más tarde la Aufseherin usó de nuevo la fusta para hacer que las presas se movieran más rápido en el entretanto que llevaban ladrillos y arena. No paraba de vociferarles: «¡más rápido, más rápido!» a la par que manejaba un látigo y un palo contra las piernas de las internas.
«Ella tenía una capa sobre su uniforme y un perro. Lo recuerdo claramente, porque ella fue la primera mujer con un perro. Era un perro policía, sin bozal, pero agarrado con una correa. (…) En su comando, el perro se tiraba hacia los prisioneros»[41].
En otra ocasión la testigo detalló cómo una tarde la Yegua empezó a darle patadas tanto a ella como a otras reclusas del campamento. Eran coces frecuentes e inhumanas, de gran violencia, lo mismo que reflejaba su sobrenombre de The Mare.
Justo antes de abandonar el estrado la doctora polaca señaló a Hermine Braunsteiner Ryan como la exguardiana de la prisión. «El momento en el que entré, la reconocí». En ese preciso instante a la Aufseherin se le escuchó comentar a su marido que estaba sentado a su lado, «fácil de decir».
El próximo testimonio desgarrador es el de una polaca llamada Stella Kolin que había sido capturada en el gueto de Varsovia y enviada directamente al campamento de Majdanek. Un día del mes de mayo de 1943, la joven vio a su padre al otro lado de la alambrada que separaba el campo de las mujeres del de los hombres. Se acercó para abrazarlo, pero les distanciaba una valla doble electrificada. A pesar de que se estaba muriendo de hambre, Stella quiso darle su ración diaria de pan. Estaba demasiado delgado. Le tiró el pedazo en su dirección pero no logró alcanzarlo. Rebotó contra los cables. Entonces, empezó a sonar la aguda alarma en todo el campo.
«Casi de inmediato, yo estaba rodeada de guardias. Ellas me arrastraron delante de Hermine Braunsteiner, la peor de las bestias del campo. Me castigó a 25 latigazos y miró cómo una de las guardias llevaba a cabo el castigo con un látigo. Me desmayé después del noveno golpe.
Estoy tumbada en mi litera, medio muerta y sangrando. Tengo miedo de que si no voy mañana a trabajar, me enviará a la cámara de gas»[42].
La imagen detallada y desoladora que estos testimonios aportaron sobre las condiciones de vida en este campo de concentración, fueron cruciales para conocer más de cerca el comportamiento de esta criminal nazi. También para no olvidar ninguno de sus despiadados asesinatos veinte años después de su primera puesta en libertad en 1951.
Analizando algunos de los casos de las vigilantes que participaron en la aniquilación de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial, sale a relucir el analfabetismo de muchas de ellas —víctimas también del sistema alemán—. Aquella situación pareció inclinarlas a cumplir unas órdenes impensables en otro momento, pero que en ese instante eran imprescindibles si no querían engrosar la lista de muertos. Muchas declararon que lo hicieron obligadas, pero Hermine Braunsteiner no pertenecía a esa mayoría. La Yegua de Majdanek disfrutaba haciendo el trabajo que le había proporcionado el nuevo orden ultraderechista. Quizá no sabía leer ni escribir correctamente, pero sí golpear, maltratar, vejar y asesinar sin ningún pudor a prisioneros indefensos.
Aquel valor y arrojo ante el más débil le otorgó uno de los honores más importantes para todo empleado de las Waffen-SS: la Kriegsverdienstkreuz Zweiter Klasse (Cruz de Segunda Clase por Servicios en la Guerra) que recibían todos los que cumplían tres años de servicio. Para sus superiores Braunsteiner tenía mucha valía y su merecimiento fue aplaudido de forma unánime por el resto de camaradas. Su nuevo trofeo le sirvió para aumentar, si cabe, su mala fama y para no levantar el pie del acelerador respecto a sus feroces costumbres. Se puede decir que 1943 fue uno de sus mejores años, laboralmente hablando. Para sus víctimas, el demonio vestido de mujer.
No obstante, el destino le tenía preparado una nueva sorpresa. Con la llegada del ejército soviético a Majdanek, la evacuación tenía que ser inminente. En enero de 1944 deciden trasladarla de nuevo al campo de concentración de Ravensbrück para ejercer esta vez como Oberaufseherin. Su área de actuación sería el subcampo de Genthin con unas 700 reclusas bajo su responsabilidad. Entre sus compañeros se encontraba la doctora Elsa Oberhauser, juzgada tiempo después por inyectar a los presos ácido fenólico en las venas. Había encontrado una buena forma de asesinarlos. Braunsteiner siempre negó que hiciera este tipo de experimentos médicos durante su estancia.
Durante el año que la supervisora nazi dirigió su pequeña «parcela», las aberraciones y crímenes no cesaron. Pero nadie hacía ninguna objeción, por lo que Braunsteiner continuó machacando física y psicológicamente a sus internas. Según testimonios posteriores, un látigo era su fiel compañero de juegos.
Dicen que cuando un barco se hunde los primeros en salir corriendo son las ratas… Este fue el caso de Hermine. Cuando vio que los aliados ya se iban acercando, temió por su vida y decidió escapar. Huyó junto a otros alemanes hacia el oeste y estuvo desaparecida desde mayo de 1945 hasta que fue arrestada con otros civiles por las tropas estadounidenses. Pocos meses después fue puesta en libertad —imagino que por desconocimiento— y puso rumbo a Viena. Trabajó como mujer de la limpieza para un antiguo jefe hasta que en mayo de 1946, fue apresada de nuevo y trasladada a Alemania bajo custodia británica por los crímenes de guerra cometidos en Ravensbrück. Nadie se refirió jamás a los asesinatos perpetrados en el campo de Majdanek.
Como nadie la acusó oficialmente de ningún delito ni la llamó como testigo, permaneció en la cárcel hasta el 18 de abril de 1947. Una vez más quedaba libre, pero poco después volvía a ser capturada. Tantas idas y venidas tuvieron su fruto. Se celebra el juicio en la localidad austríaca de Graz, que la condena por cometer tortura, malos tratos de prisioneros y crímenes contra la humanidad y la dignidad humana en Ravensbrück. Insisto en que nadie habló nunca sobre Majdanek. Por ello fue sentenciada a tres años de prisión donde ingresó el 7 de abril de 1948.
Entre los testimonios que pudieron escucharse sobre la acusada me gustaría destacar los siguientes:
«Hermine Braunsteiner trató a los internos muy mal, los golpeaba en cualquier ocasión o los perros se cebaban con ellos y rasgaban en pedazos los cuerpos de los presos… Ella golpeó a mujeres mayores con un látigo de cuero con plomo en la punta.
Ella zurró a una mujer hasta que perdió el conocimiento por haber comprado un trozo de pan a gente que trabajaba fuera del campo, en contra de las reglas del campamento»[43].
«Hermine Braunsteiner propinó golpes y patadas a los prisioneros con la mano y con el pie (calzado con botas) sin mirar donde les pegaba. Algunos de los presos sangraban por la nariz (después) le golpeaba con su puño. Uno puede decir con seguridad que ella daba palizas todos los días.
Cada vez que uno pasaba por el cuarto de la ropa se la podía oír maldiciendo a los prisioneros y verla golpearles»[44].
Cuando llegó el turno de la acusada, ella intentó negar todas las acusaciones escuchadas hasta el momento y afirmó, sin ningún pudor, lo siguiente:
«Algunas de las personas (los prisioneros) se comportaban de tal manera que no podía evitar golpearles en la cabeza con el fin de detener sus peleas y discusiones.
En aquel momento no pensé que un día yo sería responsable de golpear en la cabeza, porque yo era demasiado joven para esa tarea. Yo quería renunciar pero ya no tenía la posibilidad de hacerlo.
Yo era consciente de que Majdanek era uno de los supuestamente llamados campos de exterminio donde las mujeres eran exterminadas en las cámaras de gas. Sin embargo, yo no tenía nada que ver con eso y yo no podía hacer nada contra ello».
No pasaron ni tres años desde la sentencia interpuesta por la Corte de Austria, cuando en virtud de una amnistía legislativa general de la Republica austríaca, el resto de la condena que faltaba por cumplir fue cancelada oficialmente. Los crímenes perpetrados por Braunsteiner fueron «perdonados».
Tras su salida de la prisión en abril de 1950 Hermine se dedica a trabajar para restaurantes y hoteles de Viena. Fueron siete años intentando ocultar su nombre y su pasado.
En 1958 mientras trajinaba como camarista en un motel, conoce al que posteriormente sería su marido, Russel Ryan, un mecánico estadounidense cuatros años menor que ella que estaba de vacaciones. La pareja se enamora locamente y en el mes de octubre deciden emigrar a Nueva Escocia. Unos días después de su llegada al país contraen matrimonio.
Ryan tiene que viajar habitualmente a Nueva York mientras que Braunsteiner trabaja para un granjero canadiense, así que primero se mudan a Canadá para después hacerlo a los Estados Unidos. En abril de 1959 arriban a Nueva York y la Oberaufseherin obtiene una visa permanente de residente en el país. Se convierte en Hermine Ryan.
La nueva ama de casa norteamericana y su marido se instalan en el barrio de Maspeth en Queens donde compran una casa. A pesar de no tener hijos, el matrimonio lleva una vida del todo apacible. Ella trabaja en una fábrica de tejidos y él continúa como mecánico. Unos años después, concretamente el 19 de enero de 1963, Hermine ya es oficialmente ciudadana estadounidense.
Los días transcurren sin complicaciones, eran una pareja feliz. Pero la dicha les iba a durar bien poco. El infatigable cazanazis Simon Wiesenthal, director de la Federación de las víctimas judías del régimen ario en Viena, había seguido su pista por medio mundo hasta dar con ella en el barrio de Queens.
Era el año 1964 cuando Wiesenthal declara que los cargos de asesinato contra la guardiana aún estaban pendientes ante la Audiencia Provincial de Graz (Austria). Así se lo hizo saber mediante cartas enviadas desde Viena a las autoridades israelitas en Tel Aviv y al servicio de inmigración de EEUU. Pero a sabiendas de que deportar a una ciudadana norteamericana sería una tarea cuanto menos difícil, Wiesenthal decide alertar al periódico The New York Times sobre los hechos y les explica que una excriminal nazi podía estar viviendo en Queens con un hombre de apellido Ryan. El rotativo asigna a uno de sus reporteros, Joseph Lelyveld, para buscar a la tal «señora Ryan» y hablar con ella. Logran encontrarla fácilmente.
El 17 de julio de 1964 The New York Times publicó la noticia bajo el siguiente titular: «Former nazi camp guard is now a housewife in Queens» (Exguardia de campo de nazi ahora es una ama de casa en Queens).
«La mujer cumplió una condena de prisión por sus actividades en otro campo de concentración. Pero aquí el Servicio de Inmigración y Naturalización dijo que cuando entró en los Estados Unidos, ella negó que hubiese sido declarada culpable de un delito. La mujer, antes conocida como Hermine Braunsteiner, ya es ciudadana americana. Ella vive en Maspeth, Queens, con su marido Russell Ryan. Cuando fue entrevistada sobre el informe de sus actividades durante la guerra, la Señora Ryan estaba pintando en la casa, que recientemente había comprado en la 52-11 72d Street con su marido, un trabajador de construcción».
La noticia corrió como la pólvora en todo Nueva York y Hermine Ryan fue descubierta y expuesta ante la opinión pública como la Yegua de Majdanek. El interés que suscitó el caso llevó a los medios de comunicación de todo el mundo a escribir sobre el tema durante varios años. Aquella mujer de huesos grandes, mandíbula ancha y pelo rubio canoso con la que se había encontrado el reportero del The New York Times, era en realidad una criminal de guerra.
Cuando el periodista inició su rueda de preguntas acerca de su pasado en los campos de concentración, Braunsteiner respondió en un marcado acento inglés:
«Todo lo que hice es lo que hacen los guardias en los campamentos ahora. En la radio solo hablan de paz y de libertad.
Muy bien. Después de 15 o 16 años, ¿por qué molestan a la gente?
Yo fui castigada lo suficiente. Estuve en la cárcel durante tres años. Tres años, ¿te lo puedes imaginar? ¿Y ahora quieren algo de nuevo de mí?».
Su presente se había parado y el pasado volvía de nuevo a llamar a su puerta. El suplicio que le impusieron no había sido lo suficientemente justo para todo el sufrimiento causado. Intentó narrar que había permanecido un año en Majdanek, de los cuales ocho meses los había pasado enferma en la enfermería del campamento, y que después de la guerra fue apresada por los británicos otros ochos meses y puesta en libertad poco después. Pero los hechos hablaban por si solos.
En un intento por convencer a Lelyveld de que aquella denuncia no podía ser cierta, su marido, Russel Ryan, le espetó por teléfono:
«Mi esposa, señor, no le haría daño ni a una mosca. No hay una persona más decente en esta tierra. Ella me dijo que era una tarea que tenía que realizar. Fue un reclutamiento.
Ella no estaba a cargo de nada. Por supuesto que no, ya que Dios es mi juez y su juez.
Estas personas solo están balanceando las hachas al azar. ¿No han oído nunca la expresión: “Dejen que los muertos descansen”?».
Aquel era un esposo desesperado intentando luchar por la inocencia de su mujer. Pero cualquier cosa que dijese caería sobre saco roto. Ryan desconocía completamente el pasado de Braunsteiner. La ex Aufseherin le había ocultado que había sido condenada a prisión y que en realidad había trabajado como vigilante de un campo de concentración.
Gracias a los múltiples artículos que me envió personalmente Madonna Anne Lebling, directora del Departamento de Noticias de Investigación de The Washington Post, podemos conocer de primera mano cuál fue la reacción de sus protagonistas una vez que su historia salió a la luz.
En el reportaje del 8 de junio de 1972 titulado «From a dark past, a ghost the U. S. won’t let rest» de la periodista Nancy L. Ross, nos encontramos con toda la trama, desde la localización de la guardiana hasta su posible extradición del país. Pero no adelantemos acontecimientos. Aquí me gustaría destacar las declaraciones más llamativas de Hermine Braunsteiner y que fueron recogidas por el Post.
«Este es el final de todo para mí.
Hemos vivido con miedo desde 1964. Durante cinco años he dormido con una escopeta a un metro de mi cabeza. Esta carga de 25 años continuos nos ha seguido como una plaga».
Debido a la nueva situación Braunsteiner fue despedida automáticamente. Resultó que su jefe era judío. Desde aquel momento, tan solo pudo trabajar en una fábrica como operadora donde ganaba 64 dólares a la semana. A partir de 1969 no pudo encontrar más empleos.
Tanto sus amigos más cercanos, como la familia de su marido, no supieron manejar la situación y prefirieron mantenerse al margen. Los vecinos de los Ryan hacían comentarios de todo tipo. Unos la defendían, otros la criticaban. La mayoría ni siquiera quería dar sus nombres por temor a que les ocurriese algo malo.
Los esfuerzos de Wiesenthal para que extraditaran a Braunsteiner tuvieron su recompensa. Aunque tardaron nueve años en echarla del país y enviarla de nuevo a Alemania, el departamento de extranjería norteamericano la acusó primeramente de falsear su solicitud. En todo momento había ocultado que había sido condenada por un tribunal austríaco años antes de entrar en Estados Unidos, además de haberse beneficiado de la amnistía, algo que debía de constar. De este modo y después de violar la ley, en 1971 Braunsteiner tuvo que asistir a un nuevo juicio. Ni siquiera la inestimable ayuda de sus vecinos, que no podían creerse las aberrantes acusaciones, contribuyeron en el pleito. Numerosas personas decidieron testificar a su favor.
«La señora Ryan me invitó a entrar en su casa cuando le toqué el timbre para informarle que J había roto su ventana sin querer con una pelota de béisbol. Ella me dio unas tortitas con azúcar. Tampoco nos dejó pagar la ventana. Es una señora muy amable»[45].
Hasta diversos grupos neonazis americanos tomaron partido en la causa de Braunsteiner organizando una campaña de recogida de fondos. Gracias a publicaciones como la revista Liberty Bell, el dinero recaudado sirvió para pagar el abogado y la manutención de la familia durante el juicio.
Pero las testificaciones de algunos exsupervivientes contribuyó a que por fin Hermine Ryan (Braunsteiner) entregase la nacionalidad durante la celebración del proceso judicial neoyorquino.
«Si escuchabas el nombre de Hermine, entonces sabías que no venía nada bueno. Ella nos gritaba, “¡tu cerdo, tu maldito judío, ponte recto!”.
Ella ha cambiado el color de su pelo; creo que solía ser oscuro. Pero tiene la misma boca apretada»[46].
Para evitar males mayores la exguardiana nazi decidió entregar su certificado como ciudadana norteamericana. De primeras impediría que la deportaran. Pero la historia no acaba aquí.
En 1973 la República Federal de Alemania presentó una diligencia al Secretario de Estado de los EEUU para efectuar su extradición. El motivo: una corte alemana había emitido una orden de arresto alegando que Hermine Ryan (Braunsteiner) había cometido múltiples asesinatos como guardia de las Waffen-SS en el campo de concentración de Lublin-Majdanek. Se la hacía responsable de la muerte de 200 000 personas.
Nuevamente, un jurado norteamericano tenía que decidir acerca de su futuro. Pese a que en primera instancia la normativa denegaba expatriar a un ciudadano americano a Alemania, en realidad los cargos eran por delitos políticos incurridos por una residente «no alemana». En conclusión, el juez certificó su extradición el 1 de mayo de 1973.
El 7 de agosto de 1973 Hermine Braunsteiner Ryan se convirtió en la primera criminal nazi expulsada de Estados Unidos a Alemania.
Nada más aterrizar en Alemania Braunsteiner fue conducida directamente a la cárcel de Düsseldorf, donde estuvo en prisión preventiva. A la espera de la celebración del juicio, poco tiempo después fue puesta en libertad bajo fianza y el matrimonio Ryan adquirió un pequeño apartamento próximo a los juzgados.
El memorable «juicio de Majdanek» dio comienzo el 26 de noviembre de 1975 prolongándose hasta el 30 de junio de 1981. Fueron prácticamente siete años de testimonios, interrogatorios y aportación de pruebas, donde Hermine Braunsteiner y otros 15 antiguos miembros de las SS del campo de concentración de Majdanek se jugaron su futuro ante la Corte alemana. Aquella comparecencia volvió a crear un revuelo mediático.
Las declaraciones de los testigos asegurando que la Aufseherin «agarraba niños de los pelos y los tiraba dentro de camiones que se dirigían a las cámaras de gas» hacían estremecer a los allí presentes. De nuevo se escucharon las salvajes prácticas y las despiadadas palizas que ejecutaba Kobyla.
A lo largo de las 474 sesiones que duró aquel proceso judicial —el más duradero y caro celebrado en Alemania— la fiscalía intentó que todos y cada uno de los inculpados pagaran por los asesinatos acometidos. En una ocasión Simon Wiesenthal declaró: «la muerte es más rápida que la justicia alemana. Y pronto no habrá más testigos contra esta gente». Y no le faltaba razón, porque algunos de los acusados murieron sin ser juzgados como debían. En el caso de Braunsteiner por un total de 200 000 prisioneros aproximadamente.
Sin embargo, la Audiencia dictaminó falta de pruebas en seis apartados de la acusación y la condenó tan solo por tres: asesinato de 80 personas; inducir al asesinato de 102 niños y colaborar en la muerte de 1000 mediante la participación en la selección de mujeres y niños judíos a las cámaras de gas. El trabajo de su abogado defensor, Vincent A. Schiano, fue excepcional, en especial porque llegó a recusar prácticamente todo al Tribunal.
«Ella estaba en Ravensbrück, fue declarada culpable, creo que después de un curso de conducta en Ravensbrück por golpear a los internos, pero nunca fue juzgada ni condenada [para] un curso de comportamiento en el campo de concentración de Majdanek en Polonia.
Recuerden esto, la acusación en su contra por la deportación no fue necesariamente un tipo de conducta durante ese periodo de tiempo, sino una condena por un delito que implicaba la depravación moral en Austria. Ahora, eso fue importante en referencia a esta exposición, porque si el único cargo era que ella mintió cuando consiguió el visado, lo habrían evitado como ella decía, porque el apartado 241 dice que en el fondo si usted está casado con un ciudadano, automáticamente le exoneran de su fraude»[47].
Asimismo, en el interrogatorio que realizó a su defendida, llevó a cabo la siguiente táctica:
«P: En todos los seis años que estuvo en estos campos, ¿entiendo bien que no había nada de lo que usted hizo que la avergonzara?
R: No, yo solo hice mi trabajo, lo mejor que supe, lo que tenía que hacer».
En los últimos meses del juicio la prensa internacional se hizo eco de cada una de las actuaciones representadas en la Audiencia germana. De hecho, me gustaría destacar principalmente el reportaje escrito por el diario español El País, cuando el 27 de febrero de 1981 publica «El fiscal del proceso Majdanek pide 20 cadenas perpetuas contra cinco nazis criminales de guerra». A través de sus páginas, encontramos un apartado especial a la Yegua Hermine:
«Los veintitrés supervivientes de los prisioneros recluidos en Majdanek han coincidido en reconocer a La Yegua Hermine como ayudanta de la comandanta del campo, Ehrich, y autora de numerosos crímenes. Los exprisioneros han reflejado la gran satisfacción de esta nazi cuando veía el terror que producían a los que esperaban en la “rosaleda” (el patio anterior a la cámara de gas) los gritos agónicos de los que iban muriendo dentro de ella»[48].
El 30 de junio de 1981 la Corte condenó a Hermine Braunsteiner a dos cadenas perpetuas consecutivas. Aquel martirio fue el más brutal de los adjudicados al resto de sus compañeros en la acusación por los crímenes perpetrados en el campo de concentración de Majdanek.
Kobyla fue trasladada a la prisión femenina de Mülheimer, donde, según el periodista del The New York Times, Lelyveld, esta se negó a hablar con el resto de sus camaradas. Se pasaba el tiempo cosiendo muñecos y peluches.
Pero su salud empeoró. Sufría de una diabetes severa que le ocasionó la amputación de una pierna. Aquellas complicaciones la llevaron a ser excarcelada de Mülheimer en abril de 1996.
Tras su liberación Hermine decidió marcharse junto a su marido a una residencia de ancianos en Bochum-Linden.
Un semanario alemán, Süddeutsche Zeitung Magazin, escribió acerca de la pareja en 1996, diciendo que habían visto al Sr. Ryan empujar la silla de ruedas de la exsupervisora. Caminaban a través del mercado. Cuando su marido le preguntó si le gustaría un ramo de flores, ella ni siquiera respondió, miró su reloj y continuaron su camino.
La mayoría de investigadores y datos encontrados apuntan a que Hermine Braunsteiner falleció el 19 de abril de 1999 en Bochum (Alemania). Por el contrario, algunos expertos aseguran que en realidad aún seguía con vida en el 2005. Esta última hipótesis no se puede contrastar con ningún documento oficial. De todos modos, lo que sí podemos afirmar es que la Yegua de Majdanek llevaba unas botas altas y pulidas, con punta de acero, y que sus patadas fueron tan famosas como el sonido de su látigo.
Tras el escándalo que rodeó la deportación y enjuiciamiento de Hermine Braunsteiner, en 1979 el gobierno de los Estados Unidos puso en marcha una oficina para buscar criminales de guerra. Su pretensión era encontrarlos para retirarles la nacionalidad —si la tuviesen— y expatriarlos para ser juzgados.
Simon Wiesenthal podía sentirse orgulloso del esfuerzo y del ímpetu empleados en la caza de Kobyla.