LA ZORRA DE BUCHENWALD
Yo nunca contemplé la posibilidad de ser llevada
a juicio, porque nunca hice ninguna de las cosas
que se han presentado en mi contra.
Ilse Koch durante su primer juicio el 10 de julio de 1947
Dicen que detrás de un rostro angelical siempre se esconde un alma diabólica y en el caso de Ilse Koch, no podría ser de otro modo. Mujer de cabellos rojos y largos, de gran belleza y fuerte poder de seducción, supo cautivar a sus camaradas de las Escuadras de protección para convertirse en supervisora de uno de los campos de concentración nazi más importantes de la época. Su sadismo no conocía límites y entre sus fechorías destacaba la creación de todo tipo de lámparas con piel humana. De ahí su terrible apodo: La zorra de Buchenwald.
Margarete Ilse Köhler, que era así como se llamaba antes de casarse, nació el 22 de septiembre de 1906 en el seno de una familia de clase media en la localidad alemana de Dresde (Sajonia). Hija de Anna y Emil, un labrador que posteriormente llegó a encargado de fábrica, Ilse se comportaba como cualquier otra niña de su edad. De carácter tranquilo, responsable y de buen comportamiento, llegó a hacerse muy popular entre los compañeros de escuela. Nada hacía presagiar que se transformaría en una asesina tiempo después. De hecho, poco se conoce acerca de su educación y de cómo podría haber sido tratada o maltratada por sus progenitores.
Evitó la escuela secundaria para adquirir conocimientos de taquigrafía y secretaría en la academia de oficios, pero a los 15 años aparcó definitivamente los estudios. Pese a que en un primer momento, empezó a trabajar en una factoría, fue en 1922 cuando se convirtió en dependienta de una librería de Dresde. Por ese entonces, Alemania estaba sumida en un increíble estancamiento económico y todavía padecía las consecuencias de la Primera Guerra Mundial.
Inmersa en la soledad de esas cuatro paredes, la joven Köhler inició un interés desmedido por los nuevos y enérgicos personajes que se asomaban a través de los volúmenes que llenaban diariamente los estantes. Eso y las continuas visitas, sobre todo de una rama oficial del Partido Nazi, hicieron que esta joven atractiva y pelirroja, de personalidad arrolladora y embaucadora, no tardase en abrirse paso entre sus filas llegando a tener aventuras con varios miembros de las Waffen-SS.
Una década más tarde, en 1932, Ilse se afilió al Partido Nazi Alemán (NSDAP). Era el número 1 130 836 y una de las primeras mujeres en llevarlo a cabo. La cercanía con la alta esfera estaba cerca. Su fascinación por los uniformes llegaba a tal extremo que tenía citas exclusivamente con miembros del Reich: oficiales de las SS y de las Sturm Abteilung (SA o Camisas Pardas), de tal forma que lo natural era enamorarse de un militar vanidoso y grandilocuente. Ocurrió de la siguiente forma.
Gracias a su trabajo como mecanógrafa en la empresa de cigarrillos Reetsma en Dresde, la vida de Ilse cambiaría para siempre en mayo de 1934. En su camino se cruzó Karl Otto Koch, un Obersturmführer (teniente) de las SS que se encontraba casualmente en la zona por un breve periodo de tiempo. Gracias a su belleza pelirroja de ojos verdes y a su ademán sexy y provocativo, la muchacha conquistó rápidamente el corazón del oficial. Y aunque Karl era un hombre robusto, de cara redonda, calvo, diez años mayor que ella y divorciado, Köhler no pudo evitar mantener un romance con él. Durante ese mes su amor continuó floreciendo. Incluso después de que lo trasladasen de Dresde al campo de concentración de Hohnstein (Sajonia) el 30 de junio de 1934 y en octubre al de Sachsenburg.
No obstante, y antes de proseguir con la historia de nuestra terrible protagonista, Ilse Koch, es imprescindible que conozcamos también la trayectoria y personalidad del que sería su marido. Karl fue para Ilse lo más parecido a un maestro, quien la enseñó a practicar diversos suplicios y vejaciones. La crueldad de ella fue en parte tan descomunal gracias a las directrices de su cónyuge.
Karl Otto Koch nació en Darmstadt (Alemania) en 1897 cuando su madre tenía 34 años y su padre, un funcionario del gobierno de Darmiggadta, 57. Los padres se casaron dos meses después de su nacimiento; sin embargo, cuando él tenía ocho años, su progenitor falleció. Este hecho provocó en él un sentimiento de aislamiento que derivó en una mala conducta en la escuela, que unido a malas calificaciones, hizo que Karl dejase pronto la escuela y se fuese a trabajar a las fábricas de mensajería local.
Cuando tenía diecisiete años, se alistó en el ejército. Por entonces, la Primera Guerra Mundial ya se estaba poniendo en marcha en Europa Occidental. Cuando su madre se enteró, intervino, habló con la oficina de reclutamiento y le mandaron de nuevo a casa.
En marzo de 1916, a la edad de diecinueve años, el muchacho se las arregló de nuevo para formar parte del regimiento, pero la contienda le tenía algo preparado: terminar en un campo de prisioneros. Milagrosamente, salvó la vida y regresó a una Alemania enojada a la par que destrozada. Se cree que esta experiencia marcó tan negativamente su talante, que Karl inició una etapa de rabia desalmada contra sus inferiores. Lo constató siendo ya coronel del campo de concentración de Sachsenhausen.
Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, el exsoldado continuó con su vida y obtuvo el puesto de empleado de banca. En 1924 se casó por primera vez, pero dos años más tarde el banco se derrumbó y Karl se quedó sin trabajo. Por aquel entonces mozos desempleados sin recursos ni motivaciones encontraban en las ideas nazis un verdadero chaleco salvavidas.
Se afilia al partido en 1931 con número 475 586 y comienza a trabajar en la oficina de la administración de la sede regional del partido en Dresde. Su matrimonio se estaba yendo a la deriva y el divorcio se materializa ese mismo año.
En el mes de septiembre Karl Koch decide unirse a la elite de las Waffen-SS. Para ello tenía que pasar por una previa y ardua investigación para comprobar que no tenía antecedentes judíos. Una vez demostrado que todo estaba correcto, comenzó su periplo nazi.
Durante los años siguientes y previos a enamorarse de Ilse, Karl fue destinado a varios campamentos de concentración. Según afirmaba el comandante de la unidad Totenkopf, Theodor Eicke: «su habilidad estaba por encima de la media y hacía todo lo posible por el triunfo de los ideales nacionalsocialista». Dichas cualidades llevaron a Koch a ser bien mirado por sus superiores, quienes buscaban entre sus filas hombres como él. Por eso recibió su primera asignación.
Desde entonces, Karl pasó de dirigir la unidad conocida como SS-Sonderkommando «Sachsen» en el campo de concentración de Sach-senburg, a ser el ayudante principal y hombre de confianza de Heinrich Himmler, jefe de las SS y de la Gestapo. Para este último, Karl era un hombre preparado, dispuesto y capaz de llevar a cabo las más escalofriantes órdenes, alguien que podría llegar muy lejos dentro de los círculos nazis y de las Escuadras de Protección. Una de sus máximas era: «Meine Ehre heiBt Treue» (Mi honor es la lealtad).
Una vez que la SS Rasse-und Siedlungshauptamt (la Oficina Central de las SS para la Raza y el Reasentamiento) investigó la genealogía tanto del coronel Karl Otto Koch como de la joven Ilse Köhler, se procedió a realizar la liturgia. Necesitaban cerciorarse que no tenían sangre «impura», es decir, parentesco judío alguno.
En la noche del 29 de mayo de 1937 la parte de atrás del KL Sach-senhausen, se convirtió en el lugar elegido por Karl e Ilse para contraer matrimonio. Un bosque repleto de robles fue el principal testigo de una ceremonia engalanada con impresionantes antorchas. Fue un enlace con todos los rituales y adornos de las SS.
Por aquel entonces y así lo asegura Andrew Mollo autor del libro A pictorial History of the SS. 1923-1945, las bodas cristianas fueron reemplazadas por ritos pseudopaganos:
«Los matrimonios ya no se llevaron a cabo en las iglesias, sino al aire libre bajo un limonero o en un edificio decorado con runas de las SS, girasoles y ramitas de abeto. Una eterna llama ardía en una urna frente a la cual la pareja intercambiaba anillos y recibía el regalo oficial de las SS, el pan y la sal, símbolos de la fecundidad y la pureza de las tierras».
Tras la ceremonia y hasta que su nueva casa en Sachsenhausen estuviera terminada, los Koch vivieron en el apartamento alquilado de Ilse en las costas de Lehnitzsee, un lago cercano a Oranienburg. Karl acababa de ser nombrado coronel del campo de concentración que estaba construido en las proximidades de la capital. Allí permanecieron durante varios meses, hasta que en 1938 fue destinado al centro de trabajo de Buchenwald, uno de los campamentos inaugurales del Imperio nazi durante la II Guerra Mundial. Aquel Konzentrationslager acabó siendo uno de los mayores recintos de exterminio alemán junto con el de Auschwitz, debido a los experimentos médicos que se efectuaban con los prisioneros. Fue precisamente allí donde se dieron cita las macabras atrocidades de la pareja Koch.
Construido en 1937 en la región rural de Weimar, Buchenwald fue uno de los primeros y más grandes campos de concentración nazi. Cada individuo que soprepasaba el portalón de estas instalaciones tenía que leer: «Con justicia o sin ella, ¡mi patria!».
Se dividía en tres secciones principales. En el «gran campo» se albergaban prisioneros de cierta antigüedad; en el «campo pequeño» se alojaban los que estaban en cuarentena; y en el «campo de tiendas de campaña», miles de detenidos polacos, enviados después de la invasión alemana del país en 1939.
Pero Buchenwald incluía otra faceta todavía más sobrecogedora: la investigación médica. Consistía en la realización de esterilizaciones sin anestesia, inyecciones experimentales de nuevas drogas y disparatadas pruebas de resistencia humana ante el dolor, el calor y el frío. Además, inyectaban enfermedades letales a las víctimas para después someterlas a un estrecho seguimiento.
Los primeros meses en Buchenwald fueron totalmente «corrientes» para los Koch, ya que dedicaron ese tiempo a tener hijos, en este caso tres, Artwin, Gisele y Gudrun. Esta última murió de forma repentina mientras Ilse y Karl estaban de vacaciones esquiando. A pesar de los intentos de su niñera, Erna Raible, para convencer al matrimonio de que regresasen lo antes posible, hicieron caso omiso y la niña falleció sin estar ellos presentes.
Cumplido el trámite de la paternidad que se exigía a los miembros más antiguos del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, la normalidad dejó paso al sadismo. Era de esperar, si contamos con la brutalidad ejercida por Karl durante su incursión en los diversos campos de concentración donde estuvo destinado. Su codicia personal arrasaba allá donde iba. Según las víctimas que sobrevivieron, este impartía latigazos a los prisioneros utilizando una fusta cuyo vértice constaba de fragmentos de cuchillas de afeitar. Además, entre las torturas que se le acuñan estaba la de utilizar un hierro candente para marcar a los reos o la del agarre de los dedos. Ambos martirios, empleados a su vez en la época medieval, se realizaban de forma cruel si alguien violaba las reglas del campo. Nadie escapaba del tormento del dolor si Karl Koch así lo decidía. Lo cierto es que también lo puso en práctica su esposa Ilse, quien, pese a su apariencia seductora, escondía tras de sí a una verdadera asesina en potencia. Él le enseñó todo lo relacionado con la inmolación y el sacrificio.
La pesadilla comenzó en «Villa Koch», como formalmente era conocida, y se extendió hacia el exterior. Se trataba de una gran casa de aproximadamente 125 hectáreas sobre la colina Ettersberg. En un principio, aunque Ilse era la esposa de uno de los siete oficiales de las SS destinados en Buchenwald, no era de aquellas que hacían amigos fácilmente. Pronto, la señora Koch se transformó en una mujer «endemoniada». La maternidad no la había ablandado, ni más lejos de la realidad, sino todo lo contrario. El efecto positivo que podía subyacer en ella se había convertido en algo destructivo y mordaz. De hecho, no se relacionaba con ninguna de las otras cónyuges. Su carácter colérico, sádico, degenerado, de gran sangre fría y hambrienta de poder, se lo impedían. Algunos informes médicos posteriores la llegaron a tildar hasta de ninfómana.
Para la realización de esta clase de depravaciones y fiestas, el comandante Koch mandó construir también una especie de «picadero», donde su mujer podría desplegar sus malas artes, tanto amatorias como criminales. El lugar en cuestión, lejos de ser algo pequeño, tenía 40 × 100 metros de extensión y unos 20 metros de altura. Esta gigantesca morada se encontraba a poca distancia del campo de concentración, así que los prisioneros de los barracones más cercanos podían escuchar perfectamente lo que ocurría en su interior.
La construcción tuvo que llevarse a cabo con tanta rapidez que unos treinta prisioneros tuvieron accidentes mortales y algunos de ellos fueron asesinados durante el trabajo. Los gastos de edificación ascendieron a un cuarto de millón de marcos de la época (unos 250 000 euros). Una vez terminado, Ilse empezó a utilizarlo varias veces por semana. Efectuaba sus paseos matutinos a caballo que duraban entre quince y treinta minutos, mientras la orquesta de las SS tocaba la música de acompañamiento sobre un tablado especial. A modo de curiosidad, señalar que dentro del «picadero» Frau Koch mandó colocar una pista con las paredes recubiertas de espejos como ingrediente adicional en sus orgías colectivas.
Tras su encarcelamiento en la prisión de la Policía de Weimar en 1943, la célebre alcoba sirvió de almacén para trastos viejos.
Al principio, Ilse solo se tomó pequeñas libertades, como por ejemplo, exigir a los prisioneros que la llamasen Gnädige Frau (señora), pero no tardó en abarcar otras actividades. Su comportamiento era el de una mujer obsesionada con su aspecto, hasta el punto de mandar traer vino de Madeira para bañarse en él, mientras miles de prisioneros morían de hambre a pocos metros de su casa. Pero aquellos baños no solo tenían como ingrediente principal el preciado alcohol. Según parece, entre las tropas de las SS empezó a correr el rumor de que la señora Koch utilizaba el zumo de limón para frotarse la piel, otro posible complemento para nutrir la epidermis. Y por si esto fuera poco, Ilse ordenaba a su peluquero particular, un prisionero del campo, realizar esta labor todos los días. Su preocupación por el atractivo físico dio como resultado tener armarios repletos de costosas prendas, calzado y pieles, y a ser dueña de los mejores perfumes de la época. Además, tanto el sótano de su casa como la bodega albergaban cientos de exquisitos productos procedentes de los mejores lugares de Europa, y su finca se encontraba siempre impoluta teniendo a su cargo dos cocineros y varias criadas.
Después, se dedicó a pasearse por el campamento látigo en mano, pegando a aquellos prisioneros cuyo aspecto le era desagradable. Como vemos, para ella la belleza era lo más importante.
Finalmente, su crueldad comenzó a desatarse sin ningún tipo de escrúpulo ni límite, haciendo del campo de internamiento nazi su terreno de juegos predilecto. Su placer perverso la llevaba a lanzar perros contra las embarazadas. Les provocaba entrar en una fase de terror absoluto donde las víctimas llegaban a creer que morirían despedazadas por aquellas bestias. Una vez que Ilse conseguía su propósito, chillaba encantada.
De noche organizaba orgías lésbicas con las esposas de los oficiales, para después dedicarse a practicar sexo con los subordinados de su marido. Las aventuras sexuales de la señora del comandante le llevaron a tener aventuras hasta con doce personas a la vez. Su depravación iba creciendo. El expreso de Buchenwald, Eugen Kogon, escribió:
«Un capítulo especial fueron las reuniones sociales de las SS que se iniciaron en Buchenwald con una magnífica fiesta al aire libre… Lo realizaban para el personal de la sede una vez al mes. Ellos comían y bebían de forma desmedida, lo que casi siempre terminaba en orgías salvajes».
La fascinación por técnicas de castigo y tortura que había conocido gracias a su marido, le sirvieron para ganarse una fama de sanguinaria que jamás dejó atrás. De hecho, uno de sus múltiples y retorcidos placeres consistía en permanecer a la entrada del campo a medida que llegaban nuevos prisioneros. Los esperaba con los pechos desnudos y ávida de lujuria. Cuando los presos se daban cuenta de lo que ocurría, Ilse pasaba a la acción. Comenzaba a acariciarles, a sobar su cuerpo libidinosamente, mientras gritaba comentarios subidos de tono. Si alguno cometía el error de mirarla fijamente a los ojos lo golpeaba hasta perder el sentido.
«… un domingo de febrero de 1938, los prisioneros tuvieron que permanecer en pie desnudos en la plaza durante tres horas mientras hombres de las SS examinaban su ropa. Durante este tiempo, la esposa del asesino masivo Koch y las de otros cuatro oficiales de las SS estuvieron ante la valla de alambre espino mirando lascivamente a los prisioneros desnudos»[1].
Koch se había convertido en la principal torturadora de internos de Buchenwald. Las historias sobre ella y el uso que hacía de la fusta eran interminables. Otro testimonio es el de un prisionero, un hombre llamado Peter Kleschinski, que aseguró que en el verano de 1938, mientras había una cuadrilla de trabajo cerca de Villa Koch, vio a la señora acercarse a un prisionero judío, golpearle en la cara con el látigo y ordenar a un hombre de las SS que lo azotara. Ese mismo verano el interno Walter Retterpath estaba trabajando en un lado de la carretera cuando Ilse Koch se acercó, se dio cuenta de que la miraba y se enfrentó a él. «¿Qué te crees que estás haciendo mirando mis piernas?», gritó. Y lo abofeteó con su fusta.
Otra declaración nos lleva hasta el recluso Franz Scheneewciss, que afirmó que mientras estaba trabajando cerca de la cantera, Ilse pasó montada en su caballo. Él cometió el error de mirarla y enojada le preguntó: «¿Por qué me miras?». Entonces procedió a golpearle repetidas veces en la cara con la pequeña fusta de cuero haciéndole perder la visión durante unos instantes.
En otro incidente Hans Ptaschnik, un preso político al borde de la inanición, estaba limpiando las jaulas del zoológico cuando empezó a ingerir un poco de comida de los animales y a rellenar sus bolsillos con el resto. En ese momento Frau Koch se acercó, le ordenó vaciarlos y mientras lo estaba haciendo, le golpeó en la cara con la fusta de montar hiriendo gravemente uno de sus ojos.
Otro confinado, Max Kronfeldner, aseguró que mientras él y otros dos prisioneros enfermos iban caminando a la enfermería, la «Comandanta» y su compañero de equitación y a veces amante, el adjunto Hermann Florstedt, cabalgaron hasta el trío. «Ella vino hacia nosotros», dijo, «y nos golpearon con la fusta… porque estábamos mirándola. Vimos a una mujer a caballo y nosotros miramos». Este hombre no se había dado cuenta de que la dama en cuestión era Ilse Koch, pero cuando los otros reclusos le preguntaron más tarde el motivo por el que había recibido una buena zurra en su cara, el respondió que se lo había hecho una muchacha de cabellos rojos que montaba a caballo. Entonces, le mencionaron que ella era la esposa del comandante, a lo que Kronfeldner añadió: «¡Bromeas! Bueno, ¡ella puede besar mi culo!».
Siguiendo con la ristra de testificaciones, habría que señalar que Eugen Kogon al que hemos mencionado anteriormente, aseguraba que los prisioneros eran registrados de vez en cuando durante el pase de revista, para buscar productos de contrabando tales como dinero y tabaco. Si alguien tenía, era automáticamente decomisado por un oficial de las SS para uso propio. Este preso recordaba en particular que en una gélida jornada de febrero…
«… los prisioneros se vieron obligados en más de una ocasión a permanecer de pie completamente desnudos durante tres horas. La esposa del Comandante Koch, en compañía de las mujeres de los otros cuatro oficiales de las SS, se asomaban a la valla de alambre para regodearse de las desnudas figuras».
Un día los guardias ejecutaron a unos reclusos mientras trabajaban. A Ilse le gustó tanto esta escena, que cogió una pistola y añadió veinticuatro víctimas más a la lista de muertos. Todos los internos de Buchenwald, incluso aquellos con mucha experiencia en el campo, se preguntaban de qué manera era posible librarse de aquella jungla de castigos y maltratos. No veían salida alguna.
Otro de estos ejemplos habla de la prohibición de entregar leña a los jefes de las SS para su uso particular. Tal restricción tuvo graves consecuencias, sobre todo porque el personal del campamento se la saltaban por alto.
En una ocasión y contraviniendo dicha orden, el kapo de la serrería facilitó a la mujer del entonces médico del campo un cesto repleto de leña. En situaciones tan excepcionales, era mejor saltarse las normas si con ello se podía vivir más tranquilo y no alterar a las altas esferas. No obstante, debido a la enemistad existente entre esta señora y la esposa del comandante, la temida Ilse Koch, esta dio parte a su marido sobre el asunto. Al enterarse, el kapo fue castigado con veinticinco bastonazos. A la mañana siguiente Frau Koch mandó buscar un saco de leña de la serrería. Pero el kapo se negó a dársela, expresándola que si lo hacía iba a contravenir de nuevo una regla, además de que acababa de recibir su castigo. A consecuencia de ello, y por haberse negado a ejecutar una «orden de la comandanta», su superior le hizo tenderse otra vez sobre el potro de martirio.
El miedo que despertaba esta mujer a su paso era tan grande que hasta los presos políticos de otras regiones retrataban verbalmente su figura:
«Conocí a Ilse Koch. Sin embargo, sería más correcto decir que tenía miedo de encontrármela, así que evité el encuentro desde que se convirtió en una de las personas más temidas en el campo. Ella vivió y se benefició, junto con su famoso marido, de lo que exprimieron de la administración del campo, de las decenas de miles de miserables prisioneros y de la malversación de fondos.
Le encantaba, entre otras cosas, montar a caballo, ya fuese en el vecindario del campo o en la gran academia de equitación en la que, más tarde, prisioneros inocentes fueron ejecutados. Hubo incluso una banda de música, compuesta por presos, que tenían que participar para entretenerla. Conocerla era mala suerte para un recluso. A veces se ponía furiosa, porque [el prisionero] no la saludaba, otras veces porque se atrevía a saludarla, algunas porque la miraba, e incluso simplemente porque tenía un enfermo estado de ánimo.
Nosotros los prisioneros teníamos la obligación de mirar estas palizas como un castigo adicional. Cuando no éramos observados, cerrábamos los ojos para no ver la sangre corriendo por las heridas abiertas, y cerrábamos nuestros oídos para no escuchar los gritos desgarradores de los castigados. Pero la señora Ilse Koch hacía más difícil las cosas. Ella fue capaz de permanecer en la valla del campo y mirar aquellas brutales palizas con gran interés. No era sorprendente que una gran cantidad de hombres en el campamento tuvieran razones para tanto miedo y adversidad a Frau Koch, la mujer a la que nos referíamos a sus espaldas como “Commandeuse” (la Dama Comandante)»[2].
Otro interno y médico checo llamado Paul Heller declaró ante el subcomité del senado que conocía personalmente los abusos a prisioneros por parte de Ilse Koch. Según su testimonio, un domingo la esposa del comandante apareció con los perros. Se colocó delante de ellos y se mantuvo de pie durante dos o tres horas. Los reos enmudecieron del miedo. Entonces, varios miembros de las Waffen-SS iniciaron una larga tanda de duros y severos golpes. Ella observaba la escena muy tranquila. La expresión de su rostro indicaba a sus secuaces cuánto tenían que aumentar el ritmo de las palizas. «Había muchas esposas de oficiales en el campo y fuera de él, y nadie más hizo nada de eso. Creo que ella lo hacía por placer y por eso ella era la única responsable de su propia conciencia. No le pagaron por ello. No llevó el uniforme de las SS. Ella siempre llevaba un abrigo de piel y vestía como si fuera a alguna clase de celebración… Ella permaneció allí fascinada y aparentemente le gustaba», aseveró Heller.
Como vemos, según este y otros testigos, Ilse aparentemente no tenía ningún «deber» ni siquiera «orden» por parte de ningún superior para tener esta clase de actuación. Aunque es bien cierto que su marido, el comandante Koch siempre fue influyente en todos los ámbitos de su vida, no hay ningún testigo que explique que su mujer debía desarrollar tales o cuales aberrantes acciones bajo su supervisión.
Decía el Marqués de Sade que «la crueldad, lejos de ser un vicio, es el primer sentimiento que imprime en nosotros la naturaleza. Es la educación y el adiestramiento lo que nos hace racionalmente bondadosos». No le faltaba razón, ya que en el caso de Ilse Koch, esposa del comandante de Buchenwald, esto último debió de perderlo por el camino. Y es que cuando los presos totalmente exhaustos creían que no habría una tortura más terrible, su sadismo reinventaba nuevas atrocidades. Entre sus diversiones más significativas cabría resaltar su particular colección de tatuajes descuajados y objetos fabricados con despojos humanos. Durante las revistas diarias en el campo ella ordenaba a los prisioneros desprenderse de las ropas para que le mostraran su piel tatuada. Solo manifestaba interés por aquellos que tenían dibujados símbolos llamativos o exóticos. Entonces, se posaba en sus ojos una sonrisa sádica con cierto brillo carnívoro. Eso significaba que había encontrado otra víctima.
Frau Koch tenía varios delatores que aseguraban que ella se involucraba diariamente en las operaciones del campamento, incluyendo la selección de estos presos tatuados para su posterior asesinato, cosa que ella siempre negó. Una vez muertos, su piel se convertía en objeto de decoración en la casa de la pareja. Destacaban las macabras pantallas de las lámparas, zapatillas, guantes, fundas de cuchillos, tapices y portadas de discos. Pero ¿cuándo comienza Ilse a ganarse la fama de coleccionista de tatuajes?
Al parecer todo se origina cuando un médico del campo de Buchenwald, el doctor Erich Wagner, SS-Sturmbannführer (capitán), desarrolló un morboso interés hacia los internos con tatuajes. Esto le llevó a confeccionar una especie de «proyecto de investigación» y en última instancia, una espeluznante conferencia.
Con la complicidad del Coronel Karl Otto Koch, Wagner tenía fotografiados a los prisioneros de Buchenwald. Esta facilidad le sirvió para trasladar a sus favoritos a la enfermería, donde se les inyectaba una dosis letal de fenol o de alguna otra sustancia venenosa. Después, la piel tatuada de los reos era extirpada de sus cuerpos y «bronceada». Así podría preservarse y amoldarse mejor a varios artefactos.
Kurt Glass, preso jardinero de los Koch y testigo en los juicios de Dachau de 1947, determinó durante el proceso:
«[…] Era una mujer muy hermosa de largos y rojos cabellos, pero con la suficiente sangre fría como para disparar a cualquier preso en cualquier momento. Tenía en mente fabricar una pequeña lámpara de piel humana, y un día en el Appellplatz se nos ordenó a todos desnudarnos hasta la cintura. Los que tenían tatuajes interesantes fueron llevados ante ella, para escoger los que le gustaban. Esos presos murieron y con sus pieles se hicieron lámparas para ella. También utilizaron pulgares momificados como interruptores […]».
El tema de las lámparas de piel humana siempre ha constituido uno de los temas más controvertidos del despiadado currículum de Ilse Koch. Aunque durante la confiscación de todos sus bienes, aparecieron fotografiados numerosos objetos relacionados con estos hechos, las pruebas del informe forense no encontraron ninguna evidencia científica al respecto. Reseñar que dicho expediente médico se realizó para verificar y confirmar el supuesto origen humano de las pieles como peritaje judicial en los procesos de Dachau.
Para la vista judicial solo se incluyeron tres trozos de uno de los tatuajes extirpados más famosos, por lo que jamás se pudieron probar estos incidentes. Y pese a las evidencias visuales y de aspecto, las pruebas no fueron concluyentes.
En este sentido cabría mencionar un dato llamativo. Durante la liberación del campo de Buchenwald, el mismísimo director de cine Billy Wilder realizó un documental sobre el estado y los objetos encontrados en este lugar. La imagen de la mesa con los tatuajes, las cabezas disecadas y la «supuesta» lámpara dieron la vuelta al mundo, convirtiéndose en símbolo de la barbarie.
«El Dr. Wagner y yo nos llevábamos bien y, entre otras cosas, yo le escribí la tesis al doctor Wagner. El tema, “Tatuaje” fue impartido en la Universidad de Jena. La pregunta era: “¿Los hombres tatuados muestran alguna inclinación criminal debido a su tatuaje?”. El coronel Koch le dio permiso a Wagner para realizar esta tarea.
Gracias a la base de este trabajo Wagner recibió su título de médico. Rudolf Gottschalk me informaba que la mujer del coronel Koch tuvo la idea de utilizar la piel tatuada de los prisioneros para objetos de arte industrial, que también hizo»[3].
Otro de los internos, Gustav Wegerer, recordó el día en que el comandante Koch junto al cirujano de las Schutzstaffel, Müller, aparecieron en su equipo de trabajo, la sala de Anatomía Patológica. Cuando se personaron en ese preciso instante, Gustav estaba haciendo la pantalla de piel humana tatuada y bronceada. Koch y Müller pasaron a seleccionar de entre unos curtidos de piel fina, aquellos tatuajes que mejor se adecuarían a la pantalla. De aquella conversación Wegerer afirma lo siguiente:
«Se podría deducir que Ilse Koch no estaba satisfecha con los colores elegidos previamente. Así que en esta visita Koch también ordenó un estuche para una navaja de bolsillo hecha de un suave curtido humano, así como una cajita para los instrumentos de manicura. Ambas tuvieron que ser realizadas con piel humana, también».
Como vemos, los cuerpos con cierto «valor artístico» se entregaban al laboratorio forense, donde eran tratados con alcohol y productos especiales para el cuidado de la dermis. A continuación se secaban, se engrasaban con aceite vegetal y se empaquetaban en bolsas especiales.
Uno de los presos, un judío llamado Albert Grenovsky que se vio obligado a trabajar en el laboratorio de patología de Buchenwald, manifestó después de la guerra que Ilse elegía personalmente los tatuajes de los internos que se llevaban a la clínica. Una vez allí, eran asesinados mediante una inyección letal. Mientras tanto Ilse se superaba en sus habilidades. Cuando el cuero se cerraba, ella empezaba a coser mallas de ropa interior y guantes. «Tatuajes adornan las bragas de Ilse. Yo las vi en la parte trasera de un gitano en mi barracón», instaba Grenovsky.
Al parecer, el monstruoso entretenimiento de Ilse Koch lo empezó a poner de moda entre sus colegas de otros campos de concentración. Para ella, era un placer coincidir con las esposas de los comandantes de los otros recintos y darles instrucciones detalladas sobre cómo trocar la piel humana en exóticas encuadernaciones de libros, pantallas de lámparas, guantes o manteles de mesa.
Mientras la mayoría de las madres alemanas tejían bufandas y calcetines de lana para sus hijos, Ilse había puesto en marcha toda una «industria» de productos artesanos con restos humanos. De hecho, muchas de estas piezas acabaron convirtiéndose en regalos a altos mandos nazis que llegaron incluso a la ciudad de Berlín.
Gracias a esa fama de maquiavélica, salvaje y sin entrañas, Koch se ganó el sobrenombre de «la Zorra de Buchenwald». Así y todo también se la recuerda con el apelativo de «la Perra de Buchenwald», «Frau Shade» (mujer sombra) o «la Bruja de Buchenwald». El desprecio de sus prisioneros era innegable, pero sorprende aún más el que sentían por ella sus camaradas. Sus propios compañeros la temían.
En el libro Sidelights on the Koch Affair de Stefan Heymann el autor señala que poseer lámparas hechas con piel humana no era una hazaña propia de los Koch, ya que no los distinguía de otros oficiales nazis. Ellos expusieron las mismas obras de arte confeccionadas especialmente para sus hogares.
«Es más interesante que Frau Koch tenga un bolso de señora hecho del mismo material. Ella estaba tan orgullosa de ello como lo estaría una mujer de la isla del Mar del Sur con sus trofeos caníbales».
Sin embargo, el salvajismo no acabó ahí. A Ilse le encantaba adornar su casa con las cabezas humanas de los presos. Para ello ordenaba encogerlas químicamente. El resultado: un comedor repleto de cabezas humanas colgadas del techo que acompañaban a la familia Koch en cada una de sus celebraciones. Llegaron a tener hasta doce.
Otro de los testimonios que apoya este dato, es el del reo Petr Zenkl que explicó cómo en el denominado departamento patológico había visto una gran exposición de elementos anómalos. Se trataba de la cabeza de un prisionero reducida mediante un elaborado método para alcanzar el tamaño de un puño, además de toda una colección de tatuajes de uno o varios colores. Una gran cantidad de muestras de piel tatuada, en especial aquellas con ilustraciones obscenas, fueron sacadas por miembros de la administración del campo y por los visitantes más destacados.
Una de las mejores evidencias que demuestran las despiadadas actuaciones de los Koch, es un documento interno de las SS dirigido a la enfermería del campo. En él piden que frenen la publicidad de los abusos, atrocidades y excesos que se cometían en los procesos de confesión y extorsión de los internos. El corazón mismo de la barbarie pedía clemencia y prudencia a sus propios soldados de doctrina, suplicando que no exhibieran también los «trofeos» de piel humana.
Según registros de la sala de curas del campamento tan solo en el recinto sanitario se produjeron 33 462 asesinatos de presidiarios, sin contar con los martirizados por los distintos experimentos y truculencias que se efectuaban con sus cuerpos.
La vida de lujos, excesos, orgías sexuales, depravaciones y asesinatos perpetrados por el matrimonio Koch ya no podía ocultarse por más tiempo. A pesar del alto rango, el comandante no podía evitar las continuas inspecciones de sus superiores al campo de concentración de Bu-chenwald. Una de aquellas visitas fue el principio del fin de los Koch.
El aristócrata Josias Erbprinz Waldeck —el que fuera Comandante de la Policía para la principal división territorial de Fulda-Werra y posterior General de las Waffen-SS—, estaba detrás de la pista de quién podría ser el autor o autores de los homicidios cometidos contra Walter Krämer y Karl Peix, dos prisioneros que ejercían como médicos en Buchenwald. La evidencia más probable era que el propio Karl Koch hubiese ordenado su ejecución. Semejante maniobra impediría que los susodichos denunciaran la elaboración de aquellos secretos estudios. Pero quedaba un cabo suelto. Necesitaba ocultar definitivamente dichas pruebas. Para ello el comandante, presuntamente, mandó falsificar los certificados de defunción de los reos alegando que habían sido disparados mientras trataban de escapar.
A finales de 1941 y bajo las órdenes de Waldeck, las SS comienzan a investigar los libros de contabilidad del campo dirigido por Koch. Allí encuentran numerosas irregularidades que apuntan a que el propio Comandante sisaba dinero del campamento, de los prisioneros, de los contratistas y de aparentemente todo el mundo. Si hasta el momento Karl e Ilse habían vivido unos años de gran comodidad y poder absoluto, de importante posicionamiento social y autoenrequecimiento, la bajada que iba a acontecer, era monumental.
Cuando Waldeck fue informado sobre este asunto inmediatamente asignó al abogado y juez de las Escuadras de Protección, Georg Honrad Morgen, para averiguar todo lo referente a los asuntos de la familia Koch. Morgen, que se había especializado en derecho internacional antes de intervenir en procesos penales en el tribunal de las SS, se propuso descubrir la verdad. Apuntar que durante su carrera este abogado conocido por el sobrenombre de «Bloodhound Judge» (el juez sabueso), llevó más de 800 casos de asesinato y corrupción ante los tribunales de las Schutzstaffel. Para Karl e Ilse Koch, Morgen sería su peor pesadilla.
Durante un registro sorpresa en «Villa Koch» el equipo de Morguen se vuelve a casa con evidencias claras de corrupción, robo y malversación de fondos. Pero Ilse ya había dado el chivatazo sobre las transacciones ilegales de su marido al jefe de la policía de Weimar, el SS-Gruppen-führer (teniente general) Paul Hennicke, a quien confiesa que hay dinero tirado por toda la casa. Aquella revelación provoca en ella un estado de enloquecimiento. De repente, «la Bruja» comienza a gritar histérica diciendo que su marido era «un sinvergüenza, un criminal y un asesino», que ella no quería ser cómplice de sus crímenes y que su intención era contarle todo esto a Himmler. Quería librarse de cualquier cargo y/o responsabilidad.
Los dos amantes de Ilse, el doctor Hoven y el comandante adjunto Florstedt, tampoco querían verse implicados en la trama, ya que este último había empezado a conspirar en secreto contra su comandante y marido de Ilse. Florstedt pretendía relevarlo en sus funciones tanto dentro como fuera de la oficina. Temiendo por su vida, los dos galanes urdieron un plan. Decidieron convencer a Hennicke de que la perturbada de Ilse estaba padeciendo mucha tensión debido al traslado inminente de su marido, y que no podía tomar en serio ninguno de esos arrebatos. Fue entonces cuando el teniente general determinó no presionarla más con este asunto y no dio importancia al incidente.
El 6 de diciembre de 1941 y una vez pasada la vorágine, Ilse escribe a Thedore Eicke, el inspector de los campos de concentración, en un esfuerzo por limpiar el nombre de su marido describiendo sus vidas en Buchenwald como «ascéticamente apartada». La señora Koch echa la culpa a Waldeck alegando que era enemigo de Karl y que estaba haciendo todo lo posible por desacreditarle. De todos modos Morgen ya había reunido suficientes pruebas para incriminar a los Koch de incontables asesinatos no autorizados, fraude masivo y la apropiación indebida de fondos que deberían de haber ido destinados al Imperio alemán.
El «juez sabueso» pone rumbo a Berlín para presentar sus conclusiones al Jefe de la Oficina de la Policía Criminal del Reich, Artur Nebc. Tras escuchar de boca de Morgen todas aquellas acusaciones y ojear las pruebas, el alto mando decide lavarse las manos. Los hechos eran irrefutables. Nebc le sugiere que dé a conocer este suceso a Ernst Kaltenbrunner —el que fuera sucesor de Heydrich como jefe de la GESTAPO y de las SD—. Pero Kaltenbrunner también se niega a tocar el asunto. Nadie quiere destapar esta truculenta historia.
La insistencia de Morgen le lleva a plantarse delante de Himmler, pero lo recibe con reticencia. Al final, el Reichsführer no tuvo más remedio que dar luz verde al abogado para que siguiera adelante con el caso.
El 17 de diciembre de 1941 Morgen acusó al coronel Koch de corrupción. Fue apresado y llevado a la sede de la GESTAPO en Weimar. Según palabras del juez, Koch «era muy frío, intelectual, un criminal refinado y superior, psíquicamente por debajo de la media. Rara vez se le oye hablar en voz baja».
Un día después de su arresto y según órdenes directas del jefe de las SS, Heinrich Himmler, el envilecido coronel era puesto en libertad. La condición, que sería trasladado a Majdanek en breve. Sin embargo, tanto Karl como Ilse temían que con la marcha del primero hubiesen más investigaciones por parte de las Waffen-SS. Una desgracia de este tipo descubriría todo el parapeto que habían montado en el KL Buchenwald en los últimos años.
La marcha de Karl Otto al nuevo centro de exterminio de Majdanek se produjo el 1 de enero de 1942.
Poco duró Koch en su nuevo destino. Pese a que sus internos probaron y conocieron de buena tinta sus lúgubres métodos, sus superiores volvieron a trasladarlo debido a su incompetencia. Majdanek se había convertido en uno de los campamentos con mayor número de fugas por parte de prisioneros de guerra soviéticos, algo intolerable. Su destitución fue menos severa de lo esperado. El apoyo de Himmler seguía salvándole el pellejo. De ahí que tan solo fuese degradado de rango y transferido a un puesto como administrativo en el servicio de seguridad postal de Saaz (Checoslovaquia), la actual Zatec.
Pero ni Morgen ni el príncipe Waldeck se habían olvidado del escándalo de corrupción en el que estaba metido el matrimonio Koch. Retomaron las pesquisas y durante más de ocho meses estudiaron cada uno de los puntos para dar con la clave. A lo largo de ese tiempo el «juez sabueso» descubre que el patrimonio de los Koch «había crecido en más de 100 000 marcos, algo imposible dado su salario. Que no había vivido de manera modesta ni humilde; que se había gastado gran parte del dinero en líos de faldas. Compraba constantemente lotería y apostaba a las carreras. Las investigaciones apuntaban que finalmente y sin ninguna duda más de 65 000 marcos fueron malversados».
Algo impactante también es que el comandante Koch se beneficiara ampliamente de la llamada «Noche de los Cristales Rotos» de noviembre de 1938, cuando un gran número de judíos fueron llevados hasta Buchenwald. Una vez allí se les ordenaba depositar los objetos de valor en grandes cajas. Cuando algunos de estos prisioneros fueron puestos en libertad se les hizo firmar un documento afirmando que el dinero, las joyas u otras posesiones de valor en realidad no les pertenecía. Koch ya se había encargado de confiscarlo todo para su provecho. Según Morgen, esta apropiación indebida ocurrió de la siguiente forma:
«Koch dio órdenes a uno de las peores criminales profesionales que Buchenwald ha visto nunca, y a quien le había hecho Kapo de la cantina de líderes, un tal Bernhard Meiners, para que comprase alimentos y “comida de lujo”. Meiners fue protegido por (Koch) en todos los sentidos. Para él no había peinado corto; él se vestía de traje, conducía un coche y vivía fuera del campo. Estuvo viajando por toda Alemania, compraba todo lo que podía y vendía su mercancía sobre todo a los prisioneros, usando sus ganancias como capital flotante. Meiners reclama que él dio a Koch 90 000 RM que no estaban en los libros, mientras Koch solo confesó que recibió 40 000».
Ilse Koch no fue la víctima del engaño de su marido, como aparentemente quiso hacer creer en un primer momento. Morgen también tenía pruebas concluyentes de que la «Commandeuse» se había beneficiado de regalos y otras riquezas. Lucía abrigos de piel propios, sombreros, zapatos y vestidos, y hasta un atuendo especial para montar a caballo. Curiosamente, desde que Ilse contrajo matrimonio con Karl, esta pasó de usar ropa de segunda mano a incrementar su patrimonio de 120 marcos en 1938, a más de 25 000 en 1943. El astuto investigador había descubierto que el carácter de la amada esposa era tanto o peor que el del comandante.
Reunidas todas las pruebas y teniendo como parte principal del entuerto, no solo la malversación de fondos y la corrupción, sino el asesinato que ordenó Koch contra los médicos internos Kramer y Peix, Morgen pone sobre la mesa el informe de las SS y son detenidos. Ya no podían pasar por alto todas las barbaridades de sangre, sadismo y vejaciones que habían dejado tras de sí el dúo Koch en el campo de Buchenwald. Ni tampoco el continuo robo de dinero que en un principio iba destinado a las arcas del Reichsbank.
Himmler y el príncipe Waldeck son informados de lo sucedido y el comandante en jefe por fin se da cuenta del engaño y la traición de su mano derecha.
Los Koch fueron juzgados en dos ocasiones por un tribunal de las SS en Weimar: la primera a finales de 1943 y la siguiente un año después. Durante la vista judicial inicial Karl fue encontrado culpable; pero en relación con Ilse no se hallaron pruebas suficientes que la involucrasen en el caso de corrupción que se mencionaba. Quedó libre.
En febrero de 1944 Frau Shade comienza una nueva vida. Sale de Buchenwald con sus hijos Artwin y Gisele y se marcha a un apartamento situado en Ludwigsburg, un suburbio de Stuttgart, que resultó ser la misma ciudad donde residía su cuñada Erna. Hasta 1947 Koch llevó una vida tranquila, bastante aislada y solitaria, a pesar de los rumores que se vertían en el vecindario en torno a ella. Según su casera, María Klaus, Ilse «recibía muchas visitas masculinas y organizaba fiestas que duraban hasta altas horas de la madrugada. Ella tenía mucho dinero porque ella no trabajaba». Uno de los caballeros que la cortejaba en su piso era un cuarentón austriaco llamado Willi Baumgartner.
El 18 de diciembre de 1944 se inicia un segundo juicio en Weimar, que tiene como presidente del tribunal al SS-Obersturmbannführer (Teniente Coronel) Richard Ende. Karl desmiente todos los cargos que se le imputan de una manera enfática y asegura que todo ha sido un complot del príncipe Waldeck para desprestigiarle. Incluso alega en su defensa, que tan solo cumplía órdenes de sus superiores. Sus lamentos no acallaron la voz del tribunal, con Ende a la cabeza, encontrando a Karl Otto Koch culpable de corrupción por el robo de dinero y propiedades asignados al Reichsbank. Estas pertenencias debían de haberse ingresado directamente al Banco Central Alemán, en vez de a cuentas secretas de un banco suizo. El acusado además fue condenado por tres cargos de asesinato sin autorización durante su mandato en el campo de concentración de Buchenwald. Por estos crímenes la corte de las SS le sentenció a la pena capital. Es curioso cómo para los altos mandos del Reich fue más indignante la apropiación indebida de dichos bienes, que la tortura y la ejecución de prisioneros.
Por ende, a Ilse se le permitió regresar con sus hijos a su apartamento en Ludwigsburg mientras que su marido permanecía encerrado en la cárcel de Weimar a la espera de ser ejecutado ante un pelotón de fusilamiento.
No tardó mucho en morir… El 3 de abril de 1945 Karl Otto Koch fue trasladado en camioneta y con los grilletes puestos de la prisión de Weimar al que había sido su hogar durante los mejores años de su vida: el campo de concentración de Buchenwald. Una vez allí, fue llevado al campo de tiro cerca del edificio donde se realizaba la desinfección de los presos y atado a un palo de madera. El que fuera su último ayudante en el campo, Hans Schmidt, se acercó a él para vendarle los ojos. Koch rehusó de forma contundente. Ni siquiera quiso decir su última palabra.
Ante la mirada atenta del batallón armado, Schmidt dio la orden de abrir fuego. Una multitud de fogonazos derribaron al antiguo comandante, que cayó muerto ipso facto. Uno de los médicos que presenciaron el ajusticiamiento comprobó que Karl no tenía pulso y certificó su muerte a los cuarenta y siete años de edad.
Su cuerpo ensangrentado fue llevado directamente al crematorio, lugar que había utilizado en infinidad de ocasiones para deshacerse de sus prisioneros una vez despellejados, mortificados y bárbaramente asesinados. Por obra del destino Koch fue quemado en los hornos y reducido a cenizas, igual que miles de sus víctimas.
A partir del 6 de abril de 1945 los oficiales de Buchenwald dieron la orden de enviar a los judíos —en aquel momento había unos 100 000— a las llamadas «marchas de la muerte». Cuatro días después el general americano Eisenhower ordena que su 80.ª División libere el campo de concentración, y tras sus muros descubren una estela de horror y barbarie.
Derrocado el régimen del Führer Ilse Koch tenía miedo de ser descubierta, aunque ya había sido juzgada previamente por el tribunal militar de las SS.
Jamás huyó del apartamento que tenía a las afueras de Stuttgart hasta que el ejército americano de ocupación dio con ella poco después. Nadie sabe cómo la encontraron, simplemente sucedió.
«La Bruja» fue arrestada y sus hijos Artwin y Gisele se quedaron bajo la tutela de su cuñada, Erna Raible. Pese a que en un primer momento Koch creyó que sería juzgada por el desfalco a las arcas del Reich, lo cierto es que la sorpresa fue grande cuando conoció los verdaderos motivos. Las autoridades estadounidenses la acusaron de abusar, pegar, torturar y asesinar a los prisioneros del Koncentrationslager de Buchenwald en el periodo que estuvo como «Comandanta». Había llegado el momento de que sus actos no quedasen impunes.
En el impasse que permaneció en la prisión de Forman Kaserne en Ludwigsburg —más conocida como Läger 77—, Ilse llegó a leer artículos donde contaban cómo ordenó fabricar lámparas con piel humana tatuada, e incluso que la estaban acusando de perpetrar los crímenes más espantosos e inimaginables en época de guerra.
Tras dieciséis meses en el Lager 77, la Zorra de Buchenwald es trasladada a una celda del antiguo campo de concentración de Dachau, donde precisamente se queda embarazada. Los rumores apuntaban a que el padre era un prisionero alemán que trabajaba en la cocina del barracón. Otros, en cambio, daban por sentado que había sido obra de un guardia polaco. Ya hemos llegado al mes de abril de 1947.
El Tribunal por fin se reúne el día 11 para celebrar el juicio contra los inculpados. Un total de 31 personas, treinta hombres y una sola mujer, Ilse Koch.
Antes de dar comienzo la vista el capitán Emmanuel Lewis, abogado defensor de los acusados y procedente de las oficinas militares americanas, pide la venia a la corte para tomar la palabra:
«Durante las dos últimas semanas la radio y la prensa alemana y estadounidense han estado repletas de alegaciones en contra de los acusados. La fiscalía no ha perdido la oportunidad de calificar a esta gente como archicriminales sin darles la ocasión de responder a los cargos. No negamos el derecho de la prensa a informar sobre los hechos, pero este caso fue tratado en los diarios antes de ser traído a este tribunal de justicia, y pedimos permiso para sondear a los miembros de la corte de forma individual»[4].
A lo que el Presidente de la Audiencia, el General Emil C. Kiel, contesta:
«Kiel: Ningún miembro del tribunal se ha formado una opinión. Puesto que no hay motivo para el desafío, el tribunal se declara debidamente constituido. ¿Cómo se declaran los acusados?
Lewis: Como abogado de la defensa entro en una declaración de no culpable para todos los acusados»[5].
Este fue el principio de un largo juicio donde Lewis replicó absolutamente todos los supuestos cargos de asesinato, torturas y ensañamiento por parte de sus clientes.
Uno de los primeros testigos del Fiscal William Denson fue el exprisionero del campo de Buchenwald, Eugen Kogon, ya mencionado con anterioridad. Este describió al Tribunal cómo les afeitaban el vello del cuerpo y luego les pasaban a un tanque para desinfectarles. Si no obedecían las reglas del campamento, acababan recibiendo fuertes palizas y amenazas de muerte.
El quinto día del juicio los testigos comienzan a mencionar a Ilse Koch como una de las mayores instigadoras del salvajismo vivido en el recinto. El doctor Kurt Sitte, prisionero en Buchenwald desde 1939 hasta la liberación, aportó uno de los testimonios más incriminatorios contra la Commandeuse. Sitte espetó que durante su estancia en el departamento de patología donde él trabajaba, conocía de primera mano que bronceaban piel humana. Además, certificó haber visto en una ocasión un marco para una pantalla de lámpara en el laboratorio y que colegas suyos, que ocuparon su lugar antes que él, ya sabían de la existencia de una pantalla fabricada con la epidermis de una persona. Su destinataria: la señora Koch.
A continuación el doctor Sitte señaló que había escuchado a los reclusos mencionar que Ilse anotaba los números y nombres de los que tenían tatuajes. Es decir, que la acusada llevaba un control de los individuos que podrían ser asesinados para convertir su piel en algún objeto decorativo.
Según su declaración, el superviviente habría presenciado personalmente el abuso que Ilse Koch ejercía contra los prisioneros:
«Cada vez que se acercaba un grupo de presos que trabajaban alrededor de su casa o de otros funcionarios, sus guardias de las SS intensificaban su violencia contra los reclusos golpeando y azotando con más severidad que de forma habitual. Ilse Koch permanecía allí a veces durante más de una hora y miraba este “cuadro”. También frecuentemente tomaba parte activa, golpeando con su fusta cuando ella iba de camino hacia el picadero. En otras ocasiones, ella llamaba a un guardia de las SS para “castigar” a un preso que tuvo la mala suerte de llamar su atención. Repetidas veces se le vio tomando los números de esos prisioneros que luego fueron puestos en el “búnker de arresto” después de su regreso al campamento, ya sea para ser castigado en uno de los modos habituales después de un par de días (es decir, los azotes en el “Bock”, donde los brazos colgaban de un árbol), o bien el castigo más cruel, que sería ser dejado allí en el “búnker” por un tiempo indefinido. Durante aquellos periodos en el “búnker” su sádico guardián, Som-mer, podría ejercer su ingenio para buscar métodos especialmente refinados de tortura. En estos días (1940-1941) un gran porcentaje de aquellos que fueron llevados al búnker fueron asesinados allí».
A este testimonio tan impactante, le siguieron otros donde el doctor Sitte afirmaba que tanto Ilse Koch como sus hijos disfrutaban con el espectáculo de ver a los internos caer rendidos hasta la extenuación por el ejercicio extremo al que eran sometidos en las largas jornadas de Buchenwald. E incluso aquel donde el abogado defensor de Ilse, el capitán Lewis, trataba de justificar la eliminación de tatuajes de algunos presos del campo, aludiendo que esto era debido a las investigaciones científicas que el Dr. Wagner realizaba a delincuentes habituales. A lo que el testigo respondió: «En mi época, la piel fue arrancada de los prisioneros tanto si eran criminales como si no. No creo que un científico responsable pudiese definir esta clase de trabajo como ciencia».
El tema de las lámparas fabricadas con la piel humana tatuada de algunos reclusos, fue el principal punto a tratar durante gran parte de la vista judicial de Buchenwald en Dachau. A lo largo de la misma se aportaron como evidencia tres piezas concretas que se rescataron de Villa Koch y un informe realizado por el U. S. Army’s Seventh Medical Laboratory con fecha del 25 de mayo de 1945. El abajo firmante, el Mayor Reuben Cares, miembro del cuerpo médico y jefe de Patología, describió con todo lujo de detalles los trozos humanos aportados.
«PIEZA A: 13 × 13cm, es transparente y muestra la cabeza de una mujer en el centro y un marino con un ancla cerca de la orilla.
PIEZA B: 14 × 13cm, es transparente y es un tatuaje de varias anclas que descansa sobre un negro de masa indefinida. A la derecha de esta masa es la cabeza de un hombre.
PIEZA C: trapezoidal, mide 44 cm en la base. La parte superior es de 30 cm y los lados miden 46 cm. La piel es transparente y muestra dos pezones en la parte superior. Están separados 16 cm. Desde el nivel del pezón al ombligo hay 23 cm. El tatuaje de un ave de gran tamaño, con una envergadura de ala de 28 cm, se presenta en el centro de la piel, en la parte superior. Un dragón negro, con fuego saliendo de la boca, mide 28 cm de longitud y está presente en el centro de la piel. A la izquierda del dragón hay un hombre en una armadura, con una espada que parece atascada en el dragón. El tatuaje del hombre es de aproximadamente 22 cm de longitud.
EXAMEN MICROSCÓPICO: El tejido está formado por amasijos de colágeno que muestran ocasionales restos epiteliales de las glándulas y el sudor. Se observan gránulos de pigmento negro entre algunos de los amasijos.
Basándonos en los resultados, se puede concluir que las tres muestras son piel humana tatuada».
Durante la declaración del doctor Kurl Sitte y tras ver una copia del informe del Mayor Cares sobre estas piezas, el primero reconoce haber visto el tatuaje de la cabeza de un indio americano en el brazo de un interno. Y además apunta señalando la fotografía: «Es obvio que el hombre estaba vivo en ese momento». Las explicaciones que da al respecto son:
«Es un afortunado accidente que este trozo de piel no estuviera bronceado, en el caso de que lo estuviera, los informes normalmente no mostrarían con exactitud cuando fue llevado a cabo el proceso, pero como fue preparado en una solución de conservación, tanto la fecha del primer tratamiento y el día de finalización están registrados. Por eso somos capaces de probar que este tratamiento de la piel fue hecho unos días después de que sacasen las fotografías».
A partir de ahí el juicio contra los treinta y un acusados se convirtió en un desfile de testigos de la acusación, un total de diez, que tan solo querían narrar su terrible experiencia de abusos y maltratos recibidos de la ya afamada, Zorra de Buchenwald.
Entre los declarantes que subieron al estrado se encontraba Joseph Broz, recluso que pertenecía a la cuadrilla de trabajo que estuvo en el exterior de la casa de los Koch durante el verano de 1941. Según su testimonio, Ilse descubrió a algunos de los hombres comiendo las bayas silvestres que crecían alrededor de su mansión. Estos reclusos estaban muertos de hambre, muy flacos. Broz asegura que la señora Koch le dijo a un guardia que pusiese fin a esa situación. Tanto él como el resto de sus compañeros fueron golpeados por los gendarmes.
Paul Schilling, otro expreso de Buchenwald, aseveró que el Comandante Karl Koch golpeó a un recluso después de que su esposa dijese: «Este sucio cerdo judío se atrevió a mirarme».
El siguiente testigo, Ludwig Gehm, garantizó haber visto a la señora Koch pegar con un palo o una especie de fusta a un prisionero judío en la cara y en todo el cuerpo.
Otro exinterno del campo de concentración, Josef Löwenstein, dijo al Tribunal que un miembro de la cuadrilla de trabajo fue fuertemente golpeado con un látigo después de que la comandanta contase a su marido: «Echa un vistazo a ese sucio canalla judío que está ahí, es demasiado perezoso para trabajar. Yo no quiero verlo nunca más. Todo lo que hace es mirar de todos modos».
Löwenstein también explica un segundo suceso, donde uno de los reos de la obra que estaba sufriendo cólicos y diarrea, se dispuso a hacer sus necesidades en el suelo. En ese momento Ilse Koch se acercó, llamó a un oficial de las SS para que supervisase la faena y le ordenó: «¿Has echado un vistazo a esto? ¿Tiene que ocurrir en mi presencia? Ponga fin a esto de una vez». Como castigo, el camarada nazi obligó al confinado a realizar un trabajo extenuante hasta que se desplomó. Löwenstein ratificó que el preso murió esa misma noche. No obstante, en el interrogatorio que le hizo el Capitán Lewis, salió a la luz que el único conocimiento que el testigo tenía sobre la muerte de dicho preso, se limitaba a un informe recibido en su barracón.
Uno de los presidiarios que quizá tuvo un contacto más personal con la familia Koch y en concreto con Ilse, fue Kurt Titz, que trabajó durante dos años como Kalfaktor, asistente en la casa. Titz corroboró la existencia de pantallas de lámparas elaboradas con piel humana tatuada en el hogar. También admitió haber birlado un poco de licor de las provisiones de los Koch y haberse emborrachado alguna vez. Cuando la señora Koch se enteró de esto último, ordenó a los guardias que le golpeasen y le colgasen de los brazos durante varias horas. Aquella circunstancia le hizo entender que el Comandante Koch y su esposa gobernaban juntos Buchenwald. Titz también corroboró que Ilse anotaba de forma regular los números de los presos que trabajan alrededor de su casa. Si hacían algo que la pudiese disgustar, daba parte a los guardianes y eran castigados inmediatamente.
Pero el abogado de Koch, el capitán Lewis, no estaba muy convencido de su declaración, así que en un intento de impugnar al testigo, le preguntó si era cierto que durante una de sus borracheras había roto los muebles de un salón y destruido parte de la ropa que se encontraba en el ropero de Frau Koch, y que fue en ese momento, cuando las SS lo sacaron de allí a rastras para castigarle. Para sorpresa de los allí presentes Titz admitió que era verdad.
Un nuevo testificante subió al estrado. Esta vez le tocaba a otro expreso, Herbert Fröboss, que contó que mientras él y otro interno estaban cavando una zanja, la señora Koch apareció «mal vestida». Cuando levantaron la vista hacia ella, dijo: «¿Qué estáis haciendo mirando hacia arriba?» y procedió a azotarles con su fusta. Fröboss además aseguró que Ilse había anotado el número de un preso que aparentemente había estado hablando de ella; el convicto fue llamado a la entrada y no se le volvió a ver jamás. Por último, el testigo manifestó haber contemplado un álbum de fotos y un par de guantes realizados a partir de piel humana, y estar presente durante la selección de un interno que tenía tatuajes. El individuo no tardó en desaparecer del campamento.
Otro de los testimonios aportados por la acusación fue Kurt Leeser, que expuso el caso del recluso, Josef Collinette, de quien dijo que le asesinaron por su tatuaje. La primera vez que Leeser aprecia ese tatuaje lo hace en la piel de su compañero cuando estaba vivo. Más tarde lo encuentra suelto en el laboratorio. Allí lo avista reconvertido en una pantalla de una lámpara.
Siguiendo con los declarantes, llega el turno de otro exprisionero, Ignatz Wegerer, que dice haber visto personalmente a la señora Koch abusar físicamente de confinados. Insiste que como trabajador del laboratorio de patología, estaba muy familiarizado con la fabricación a partir de piel humana tatuada de pantallas para una lámpara, estuches para navajas de bolsillo o cajitas para utensilios de manicura. Lo normal era que se realizasen específicamente para ella.
Poco a poco cada testigo fue lanzando acusaciones directas contra la que fuera esposa del comandante de Buchenwald. La prensa internacional —británica, alemana y estadounidense— puso en jaque a Ilse Koch, a la que directamente declararon culpable de algunos de los peores crímenes de la historia: incitación al homicidio y abusos y humillaciones a los reclusos del campo donde se paseaba regularmente.
El 10 de julio de 1947 fue el día clave para Ilse Koch. Por fin tenía la oportunidad de contar su verdad y de justificar todas y cada una de las acusaciones que se le imputaban. Tal fue la expectación que levantó su presencia que la sala del Tribunal estuvo al completo. Más de doscientas personas se congregaron entre periodistas, clérigos y ciudadanos corrientes que querían saber de primera mano la versión de la célebre «Commandeuse».
La viuda del ya fallecido comandante Karl Otto Koch se personó en el recinto de la Corte, caminó hasta el ascensor mientras era observada por una multitud de gente que allí se congregaba. Todos señalaban su vientre y murmuraban acerca de su evidente embarazo. Una vez en el estrado, tomó juramento y se sentó.
El primer turno de preguntas fue para su abogado, el capitán Lewis, quien puso sobre la palestra uno de los puntos más sensacionalistas de la vista: la presunta posesión de lámparas hechas con piel humana tatuada en su casa. A lo que ella respondió: «Nunca he oído hablar de pantallas de este tipo hasta este momento y nunca he visto ninguna».
Cuando Lewis la interrogó acerca de los objetos encontrados en su casa por las tropas americanas el día de la liberación de Buchenwald, Frau Koch repuso sin titubear:
«Eso era una pantalla que jamás estuvo en mi poder, porque si los estadounidenses encontraron una pantalla de lámpara en Villa Koch en 1945 —la casa que yo había evacuado ya en 1943— es imposible que fuese mía, y es posible que esta perteneciese a alguien que vivió en la casa después de mí».
Sin embargo, y siguiendo con las respuestas que Ilse dio a los razonamientos de su abogado, habría que destacar que ella sí admitió haber paseado por el campo en alguna ocasión alegando que:
«Eso fue en un momento en que los presos se encontraban ya en el recinto de la cárcel… Entonces había que recoger el correo casi todos los días. Yo siempre solía llevar a mis hijos delante. También era necesario comprar los alimentos que usábamos a diario. Podíamos hacer esto en el comedor, ya que para las mujeres que vivían allí estaba demasiado lejos de Weimar. Por otra parte, no había ferrocarril alguno en aquel momento y no se nos permitía utilizar los coches en tiempos de guerra. Todo esto fue fuera del recinto penitenciario».
Incluso contestó que no, cuando Lewis le preguntó si alguna vez había llevado consigo un látigo o una fusta. Según Koch, ni siquiera tenía por qué anotar el número de los prisioneros, ya que era «un ama de casa», dijo textualmente, y que su energía no abarcaba tanto entre la casa y los hijos como para llevar a cabo determinados incidentes que allí se habían escuchado. Negó categóricamente que su esposo le contase lo malo que ocurría en el campamento, sobre todo si se trataba de casos incompatibles con la dignidad humana. «Él trazó una estricta línea entre su hogar y su oficina», rebatió la acusada.
Koch también habló acerca de su arresto en Ludwigsburg en mayo de 1945, señalando que no tenía ni idea de por qué se la estaba relacionando con las atrocidades cometidas en Buchenwald. Ella se había enterado de dichas acusaciones gracias a la revista Life. El magazine publicó un artículo con una foto suya y con una serie de «barbaridades». Algo sorprendente de esta última declaración es que en ningún momento el reportaje que se divulgó el 8 de octubre de 1945 hablaba sobre Ilse, sino en este caso de la SS Oberaufseherin Irma Grese y sus perversiones con una fusta. Entonces, ¿por qué Koch mencionó algo así, si en realidad no se referían a ella? Casi con toda seguridad, porque estaba mintiendo descaradamente.
Asimismo, y durante el tiempo que estuvo en el estrado, Ilse refutó las afirmaciones de algunos testigos como Sitte, Fröboss y Titz que certificaron que ella había poseído artefactos hechos con piel humana o que había ordenado que los fabricaran. También negó las aseveraciones de los testigos que dijeron que montaba frecuentemente a caballo por el recinto, aduciendo que estuvo embarazada durante gran parte de su tiempo en Buchenwald. En definitiva, Ilse Koch aseguró que todos los testificantes que había presentado la acusación estaban mintiendo y que se habían puesto en su contra. La Zorra resaltó que era absolutamente inocente y que ignoraba los posibles abusos que pudiesen haber tenido lugar durante los más de seis años que residió en el centro de internamiento de Buchenwald.
Momentos antes de que concluyese el interrogatorio por parte del capitán Lewis hacia su testigo, Ilse Koch quiso decir unas palabras a través de la intérprete del Tribunal, Herbert Rosenstock:
«Se ha hablado mucho de mí en la prensa en los últimos dos años. No creo que exista una expresión en la lengua alemana demasiado vulgar que hayan usado contra mí. Aunque en estos dos años he logrado mantenerme a distancia de estas cosas para no sufrir mental y físicamente [sic] demasiado.
Por tanto, a pesar de esto, yo, como madre, no puedo mantenerme al margen mientras mis hijos llegan a estar en un estado en el que ni siquiera quieren ir al colegio. Son extremadamente tímidos y ellos no tienen el valor de hablarle a nadie sobre sus problemas reales.
En los periódicos, me pintan como la cima del sadismo, la perversión y corrupción. Me dicen que tengo una colección de objetos hechos de piel humana en mi casa y dicen cosas peores de mi vida privada. No tengo ni idea de quien está propagando estas historias. Ciertamente, es imposible saber cualquier cosa de mi vida privada a menos que alguien tuviese un dispositivo para hacerse invisible y, con ese dispositivo, entrar en mi casa a verme.
Las expresiones en los periódicos son del estilo más vulgar y la forma en la que fue publicado que no estaba bajo sospecha, sino que era un hecho que fuese dueña de pantallas de lámparas hechas de piel humana, sin que hubiese tenido lugar ningún juicio.
Sufrí suficiente durante los dieciséis meses que estuve encarcelada por la investigación. Durante este tiempo, hubiese sido muy fácil para mí conseguir papeles falsos y vivir en otro sitio bajo un nombre falso. También hubiese sido muy fácil cambiar mi imagen. Pero, sobre todo, teniendo en cuenta el hecho de que el juicio de mi marido (por las SS) dio lugar a mi absolución, yo no tenía ningún motivo para desaparecer. Ni siquiera se me pasó por la cabeza la posibilidad de que me llevaran a juicio porque nunca hice ninguna de las cosas que se han presentado contra mí».
Su discurso de inocencia sonó a extrañeza en toda la sala del tribunal de Dachau. ¿Tantos testimonios y pruebas podrían estar verdaderamente equivocados y formar parte de una conspiración contra la denominada Perra de Buchenwald? Ahora tocaba el turno de preguntas de la Fiscalía.
William Denson cortó de golpe el halo de victimismo que irradiaba la acusada para mostrarle una de las pruebas claves del juicio. Se trataba de la P-14, la cabeza reducida de un prisionero. Ilse se espantó al verla justificando indignada que no lo había visto antes y menos en el despacho de su esposo en el campo de concentración. Mantuvo su testimonio en todo momento, negando rotundamente haber golpeado, maltratado, abusado o incluso asesinado a alguno de los prisioneros. Desmintió que hubiese tenido constancia de la existencia de un búnker donde se practicaran todo tipo de perversiones en unas pequeñas celdas. Inclusive, avaló que su única ocupación se limitaba a su hogar, subrayó «ser una buena esposa y madre», y que desconocía completamente el funcionamiento del campamento y por consiguiente, las actividades que se efectuaban en su interior.
Ante las continuas e inquisidoras preguntas de Denson, el abogado de Koch protestó por el «linchamiento» que se estaba ejerciendo contra ella, a lo que el fiscal miró a los jueces y dirigiéndose a ellos, replicó:
«Con la venia del tribunal. Este acusado ha tratado de dar la impresión al tribunal de ser adorable, una madre amorosa cuyo interés estaba en su casa. Tomo la posición de que esta mujer no está siendo acusada por esta corte por no haber sido una madre encantadora y adorable. Ella está acusada de haber conspirado en un diseño común para matar y maltratar a los prisioneros. Sus costumbres no son la preocupación del tribunal ni de nadie más bajo el sol que ella misma».
Las asiduas «salidas por la tangente» de la imputada exaltaron aún más el ritmo de las preguntas que Denson profería durante su turno. Buscaba «pillarla» a contrapié, señalar como mentira una de sus múltiples negativas para demostrar que, en realidad, aquella inofensiva mujer era una despiadada asesina.
Si hacemos un resumen de lo que durante aquella larga jornada se pudo escuchar en la sala, tendríamos que destacar por ejemplo, que Ilse no supo responder a una pregunta sencilla: cuánta distancia había de su casa al campo de concentración donde se encontraban los internos. Titubeó porque no se encontraba tan cerca como para estimarlo. En seis años de convivencia en Buchenwald, ¿cómo podía ser esto posible? ¿Estaba negando la evidencia de algo tan simple? Ni siquiera recordaba haber dicho sobre su marido que era un asesino y un sádico, cuando el Dr. Morgen les detuvo la primera vez acusados de maltratar y liquidar a reclusos del campo. Todo aquello ya estaba registrado —y ya lo pudimos leer aquí mismo con anterioridad—. Por tanto, Ilse Koch mentía.
Ante el acorralamiento al que estaba siendo sometida, la inculpada insistió en su inocencia y sobre todo en su desconocimiento. Seguía afirmando que jamás había visto vejar a los internos y por supuesto, ella no había realizado tal macabra acción u ordenado a alguno de los guardianes de las SS que lo hiciera.
Después de algunas cuestiones más William Denson terminó su turno de palabra e Ilse Koch regresó a su sitio ante la mirada atónita de los allí presentes.
El 28 de julio de 1947 la revista Newsweek publicó un polémico reportaje sobre el juicio de los acusados de Buchenwald en Dachau, que levantó ampollas entre la opinión pública, máxime por la información que aparecía sobre Ilse Koch.
El artículo de dos páginas con siete fotografías, hablaba específicamente del pasado del matrimonio Koch, Karl e Ilse, y establecía un juicio paralelo con una serie de acusaciones directas. Entre los datos que aportaba el semanario, apuntar que acusaban a la pareja de llevar una vida amorosa y sexual fuera de lo común, libertina y lujuriosa, donde ambos cónyuges realizaban toda clase de prácticas sexuales. Incluso aseveraron que Ilse había tenido sexo con al menos cinco de los acusados mientras permanecían retenidos en Dachau. De hecho, se especulaba también con la posibilidad de que un guardia polaco se hubiese colado en la celda de Koch en Dachau en la Nochebuena de 1946, dejándola embarazada.
Este reportaje fue un jarro de agua fría para la defensa de Ilse, hasta el punto de que el propio autor, James O’Donnell, declaraba aunque sin fundamentos: «hay buenas razones para creer que él (Karl Koch) no era el padre de los tres hijos». Y concluyó diciendo al estilo más sensacionalista: «El pensamiento verdaderamente aterrador que se apodera de uno en uno en todos estos juicios por crímenes de guerra es que los acusados siempre se ven sorprendentemente normales».
Entre las siete improntas publicadas en la revista se encontraba un desaparecido álbum de fotos que, a juicio de Ilse Koch, habría resuelto las dudas acerca de los artefactos realizados con piel humana tatuada.
La acusada tuvo la coyuntura de explicar la situación durante la vista del 12 de agosto de 1947, señalando en primer lugar que todos los documentos de su propiedad se encontraban en aquel momento en el Gobierno Militar de Estados Unidos, de ahí que se hubiese filtrado a la prensa y en concreto a la publicación del Newsweek de finales de julio. Y en segundo lugar apuntó y cito textualmente:
«En estos álbumes a los que me estoy refiriendo, las fotografías de mi casa fueron pegadas en diferentes fechas. Estas eran fotografías grandes, 18 × 24 centímetros. Me parece que sería muy fácil de determinar de qué están hechas estas pantallas de lámpara, y dado que estas son fotografías privadas —las mismas que fueron publicadas en Newsweek— también sé que tienen todos los álbumes. Por tanto, sería muy fácil de determinar si el testigo [Herbert] Fröboss dijo la verdad sobre la encuadernación. No fueron cubiertos con piel humana sino con cuero oscuro. Los testigos de mi defensa siempre han verificado este hecho.
Ahora debería hacer una declaración sobre las partes del artículo [del Newsweek] referentes a mi vida privada, porque lo que importa no es solamente yo sino mis hijos también. [sic]
Con respecto a los otros cargos, me parece que olvidé lo siguiente cuando estaba en el estrado, y me gustaría declarar esto, dado que no va a haber ningún argumento: fui encarcelada por 16 meses, durante este tiempo hubo un juicio contra mi marido [es decir, el juicio de las SS trial en 1943]. Fui absuelta. En aquel momento todos los prisioneros tuvieron la oportunidad de lanzar acusaciones contra mí.
Ellos pudieron haberlo hecho si hubiese golpeado a alguien o, por cualquier motivo, hubiese ordenado a alguno que le castigara. Eso no ocurrió. Y no es verdad, como lo intentó demostrar el Sr. Denson durante el interrogatorio que me hizo, que los prisioneros hubiesen sido castigados por dar tal testimonio. Fue, de hecho, demostrado por un testigo que los presos fueron puestos en libertad porque testificaron contra mí y mi marido.
Yo era madre y ama de casa. Yo no tenía nada que ver con los campos de concentración, y mi marido nunca me habló de ello, y yo nunca vi ni oí nada de todas las cosas que se están hablando aquí».
Tras su defensa Ilse Koch esperó a escuchar el veredicto del Tribunal de Dachau. Mientras tanto su abogado el capitán Lewis, se mostraba indignado por la nada disposición de la Audiencia a aportarle la prueba clave de los álbumes de fotos a los que se refería su defendida, y que fueron publicados en la revista Newsweek. Jamás se lo facilitaron, así que tuvo constancia de su existencia una vez finalizada la vista. Se estaba cometiendo un delito de retención de pruebas, una buena táctica, aunque absolutamente ilegal. Pero a esas alturas poco podía hacerse ya para cambiar las circunstancias. La fase de sentencia del juicio estaba a punto de dar comienzo.
Cuando llegó el turno de Ilse Koch, el general Emil Kiel, presidente del Tribunal de Dachau, la condenó a cadena perpetua con trabajos forzados en la cárcel de Landsberg (Bavaria), lugar donde precisamente fue encarcelado en 1923 Adolf Hitler.
«Mientras que actuaba en conjunto con las partes cómplices, con premeditación, [ella] maltrató físicamente o perjudicó la salud de por lo menos treinta prisioneros, la mayoría de los cuales eran presos políticos alemanes, y mató o intentó matar a al menos 200 prisioneros, en su mayoría alemanes»[6].
El abogado defensor de Koch, el capitán Emmanuel Lewis, estando totalmente en desacuerdo con la postura de la Corte, decidió interponer ante la autoridad revisora, la denominada «Petición de Clemencia». El letrado estaba completamente seguro de la inocencia de su defendida y de que el Tribunal se había equivocado con ella. La habían sentenciado injustamente. Y más aún, habían permitido multitud de irregularidades, que según Lewis, eran inadmisibles.
En dicha moción el abogado, junto con el mayor Carl Whitney, explicaron la falta de argumentos de los testigos, los prejuicios y las opiniones que previamente tenía la Audiencia sobre el asunto, y las exageradas distorsiones de la realidad de algunos exreclusos de Buchenwald.
Lewis tenía dos motivos fundamentales para pedir clemencia al tribunal: uno, porque Ilse estaba embarazada; y dos, porque la Fiscalía había ocultado los dos álbumes de fotos que mencionaba la acusada y que la mostraban como una mujer cercana, cariñosa y hogareña con los suyos.
Mientras que el letrado luchaba por conseguir que admitieran a trámite esa «petición de clemencia» para su cliente, el 29 de octubre de 1947 Ilse daba a luz a su cuarto hijo en la prisión de Landsberg. Lo llamó Uwe y le puso su apellido de soltera, Köhler. Tan solo unos días después del alumbramiento las autoridades le quitaron al niño y lo llevaron a la agencia alemana de bienestar infantil, Evangelische Fürsorge. Uwe pasó su infancia en un orfanato y la criminal jamás desveló el nombre del padre.
Si bien al principio la moción de la defensa fue relegada en segundo plano debido a las circunstancias políticas que se estaban viviendo —la Guerra Fría ya daba sus primeros coletazos—, Lewis no desistió hasta que el teniente general Lucius Dubignon Clay comenzó a supervisar las conclusiones, pruebas y sentencias acerca de la condena impuesta a Ilse Koch. Una de sus primeras deducciones fue que, a pesar del veredicto de culpabilidad, en realidad no existían los suficientes fundamentos incriminatorios para acusarla de perpetrar selecciones, maltratos y crímenes en Buchenwald, o de ordenar la fabricación de enseres con piel humana tatuada. El general Clay reiteró que la pena interpuesta a la acusada era excesiva.
Más adelante veremos cómo su condena fue rebajada de cadena perpetua a tan solo cuatro años, incluyendo el tiempo cumplido hasta el momento.
Tras los trámites pertinentes el 9 de marzo de 1948 se presentó ante la División de Auditoria, EUCOM (Comando Europeo de los Estados Unidos), un análisis acompañado del expediente completo del juicio y de todos los documentos anexos. Pocos meses después, y coincidiendo con el primer aniversario del Juicio de Dachau, Ilse Koch solicita al juez defensor de la División de la Subdirección de Crímenes de Guerra del Comando Europeo del Ejército de los EE. UU., su inmediata liberación de la prisión de Landsberg:
«En el juicio principal de Buchenwald me condenaron a cadena perpetua el 14 de agosto de 1947, porque presuntamente tenía en mi posesión pantallas de lámparas y álbumes de fotos forrados con piel humana de los internos. Además, porque supuestamente había ordenado que los prisioneros fueran flagelados. Durante la revisión del juicio, la condena fue reducida a cuatro años. Tan solo con esta reducción queda demostrado que la acusación no podía sostenerse cuando las Autoridades de Revisión reconsideraron el caso. En aquel momento, pedí que me dejaran en libertad por el bienestar de mis hijos. [sic].
Nunca poseí objetos en mi casa que estuvieran hechos de piel humana. La prueba material para eso fue que durante el juicio de las SS en 1943 contra mi marido y yo, donde hicieron acusaciones similares, no encontraron ni un objeto hecho de piel humana en mi casa».
Las pruebas presentadas hicieron mella en el general Clay y en la tarde del 16 de septiembre de 1948, tan solo un año y un mes después de la primera e «injusta» sentencia, se conmuta la condena de Frau Shade que queda rebajada a cuatro años. Clay se limitó a decir a los medios de comunicación allí congregados que «no hubo ninguna evidencia convincente de que ella seleccionara a los presos para exterminarlos con el fin de asegurar la piel tatuada o de que ella tuviese algunos objetos hechos de piel humana».
Tras el revuelo que se formó por estas declaraciones, un sector de la prensa comenzó a insinuar que Clay tenía una especial simpatía por la criminal. Una semana después el General tuvo que desmentirlo y añadir que «el examen del expediente, en base a los informes que he recibido de los abogados, indican que las acusaciones más graves se basaban en rumores y no en pruebas, por eso la sentencia fue conmutada».
El senado de los Estados Unidos fue más allá y pidió que se hiciera una audiencia sobre este asunto. La denominaron Comisión Ferguson, porque estaba presidida por el senador de Michigan, Homer S. Ferguson. La investigación se inició a finales de ese mismo año en Washington. Volvieron a declarar muchos de los testigos que, siendo internos en Buchenwald, habían sufrido las vejaciones de Koch. Los presos en cuestión fueron los doctores Petr Zenkl, Paul Heller y Kurt Sitte. También testificaron el secretario del Ejército Kenneth Royall; el mayor Thomas H. Green, juez abogado general; el general de Brigada Emil Kiel, presidente del Tribunal en el juicio por crímenes de guerra; William D. Denson, el fiscal de Ilse; el mayor Carl Whitney, abogado jefe de la defensa de la acusada; y algunos expertos más en ley militar.
Tras un primer «informe provisional», la comisión Ferguson lo tiene claro y escribe en el dossier: «La reducción de la pena de Ilse Koch a cuatro años de prisión no se justifica». Y continúa diciendo:
«El subcomité es profundamente consciente de los propósitos y objetivos de los juicios militares de los criminales de guerra nazis. Crucial para estos fines es la reivindicación de los principios democráticos por los que se libró la guerra y por la que nuestros hombres y mujeres lucharon y murieron. Nuestra preocupación en el caso se basa en nuestro interés primordial en estos principios democráticos de justicia. El error en el caso de Koch es una mancha aislada de la vigilancia y la seguridad de esta justicia democrática. Su repetición se debe evitar».
Contrario a lo que podamos pensar y tras cumplir un periodo de cuatro años en prisión, finalmente las autoridades norteamericanas deciden liberar a Ilse Koch. Nuevamente la envían al sistema legal de Alemania del Este.
Para evitar la posibilidad de la doble incriminación, ella sería juzgada por presuntos delitos cometidos contra ciudadanos alemanes, cargos que además nunca se incluyeron en el juicio por los crímenes de guerra de Dachau de 1947. Curiosamente, incluso antes de que Ilse fuese liberada de la cárcel de Landsberg, las autoridades de Alemania Occidental ya iniciaron la preparación de un nuevo caso legal en su contra.
Aunque Ilse Koch fue puesta en libertad por Estados Unidos en la prisión militar de este país en Munich, esta no duró mucho, ni siquiera cinco minutos. A su salida la policía alemana ya la estaba esperando para ser escoltada en un vehículo oficial hasta la Prisión de la Mujer del Estado de Baviera en Aichach, a unos treinta kilómetros al noroeste de Augsburg. La viuda del comandante de Buchenwald se mostraba sonriente tras su «liberación», pero veremos que no le esperaba un futuro prometedor.
El 17 de octubre de 1950 comienza un nuevo proceso contra la terrible Frau y con él un nuevo espectáculo. Su entrada al Palacio de Justicia de Augsburg fue tranquila y con expresión sonriente pese al gran número de medios de comunicación acreditados para la ocasión. De hecho, la propia Koch improvisó unas declaraciones en medio del pasillo donde insistió en su inocencia y negó que hubiese dado a luz a un hijo fuera del matrimonio en la prisión de Landsberg.
Doscientos cuarenta testigos pasaron por el estrado del Tribunal para volver a explicar concienzudamente las perversiones, abusos, suplicios y asesinatos que ocurrieron en Buchenwald a manos de la nuevamente acusada, Commandeuse. Era tanta la presión soportada por la detenida que una semana antes de Navidad, Ilse estalló y gritó a sus compañeras de Aichach: «¡Soy culpable! ¡Soy una pecadora!».
La Zorra de Buchenwald comenzaba a desmoronarse. La revista Time publicó un artículo que explicaba que durante aquel frenesí Ilse habría destrozado los muebles de la celda y farfullado sobre el cielo, el infierno y el pecado. Aquella histeria le pasaría factura durante la vista manteniéndola como ausente hasta el final.
El día del juicio final llegó. Pero Koch no se encontraba en disposición de acudir ante el Tribunal. Un nuevo ataque de histeria la había dejado sin fuerzas. En la fría mañana del 15 de enero de 1951 y sin la presencia de la procesada la sala enmudeció al escuchar al presidente de la Corte, Georg Maginot, leer el veredicto:
«Culpable de un cargo de incitación al asesinato, un cargo de incitación a la tentativa de asesinato, cinco cargos de incitación al maltrato físico severo de los presos, y dos de maltrato físico. Ilse Koch, condenada a cadena perpetua con trabajos forzados en la prisión de mujeres de Aichach».
El Dr. Alfred Seidl, abogado de Ilse, apeló la sentencia ante el tribunal supremo alemán que tardó un año en tramitarla. En abril de 1952 la Corte Suprema de Alemania se negó a anular el veredicto de Augsburg. Frau Koch había perdido la batalla y con ello el resto de su vida.
Catorce años después de aquella apelación, concretamente en octubre de 1966 y a los sesenta años de edad, Ilse Koch a través de su abogado, hace un último intento por recuperar lo que supuestamente era «suyo». Presenta una demanda contra el gobierno de Baviera para cobrar los seguros de vida de su difunto marido que la tienen a ella como beneficiaria. Pero no consigue nada.
Durante ese tiempo Uwe Köhler, el hijo que Ilse dio a luz mientras estaba en prisión, se enteró de quién era y empezó a visitarla regularmente para alegría de la criminal. Pero el 1 de septiembre de 1967, a los sesenta y un años de edad, Ilse decide poner fin a su vida ahorcándose con las sábanas de su cama en la prisión de Aichach.
Como cada sábado, su vástago estaba esperando su turno para entrar a verla. Cuando Uwe dio el nombre de su madre, uno de los funcionarios le informó de la triste noticia. No se lo podía creer. Tan solo había dejado una última carta que decía: «Ich kann nicht anders. Der Tod ist für mich eine Erlösung» (No hay otra salida para mí, la muerte es la única liberación).