61

—Deben de ser unos ocho mil —dijo el señor Jericó, esforzando su vista disciplinada para interpretar el débil resplandor entre los cristaloides.

Sevriano Gallacelli cambió de mano la pala y fingió trabajar mientras el guardia lo vigilaba.

—¿Qué son esas cosas pues?

Inclinó la cabeza hacia las enormes máquinas de tres patas que habían avanzado con paso arrogante por el paisaje de cristal vaporizando trozos de ferrotropo con unos atroces rayos blanquiazules.

—No lo sé muy bien —respondió el señor Jericó—. Se parecen a los caminantes de reconocimiento que ROTECH utilizaba hace años. Una cosa sí te puedo decir, que cuando empiece la acción, aquí va a hacer mucho, pero mucho calor. Esas cosas llevan rayos de taquiones.

Los dos hombres clavaron las palas y fingieron cavar mientras observaban cómo avanzaban los desgarbados artilugios por el desierto sin hacer el más mínimo intento por ocultarse, y ambos llegaron a la inevitable conclusión de que el fin de Camino Desolación estaba cercano.

Desde el puesto número cinco de observación del frente, Arnie Tenebrae llegaba a conclusiones parecidas.

—¿Evaluación? —le preguntó a su ayudante, el subcoronel Lennard Hecke.

—Máquinas de combate equipadas para este terreno. Señora, lamento tener que decir estas cosas, pero podrán pasar por encima de nuestros campos minados.

—Eso mismo he pensado yo. ¿Y el armamento?

—Verá usted, señora, también lamento tener que decir esto, pero…

—Pero esos rayos de taquiones podrían superar las defensas de nuestros inductores de campo y agujerear nuestros escudos defensivos. Arnie dejó que Lennard inspeccionara las invencibles máquinas de combate y se fue a buscar a Dhavram Mantones. Deseaba determinar el estado de su propia máquina invencible. Al subir por los acantilados pasó delante de los cuerpos de los dos periodistas de la SRBC que habían intentado hacer ondear una bandera de rendición. Boca abajo, con los miembros extendidos y atados a postes de madera, después de haberse pasado tres días al sol sus cuerpos comenzaban a convertirse en cuero y apestaban. La rendición no era sólo algo intolerable sino inconcebible.

En la estación de mando Cebra del frente, Marya Quinsana observaba con los prismáticos los cuerpos momificados. No fue la barbarie de la ejecución lo que la indignó, sino lo familiar que le resultaban muchas de las figuras encorvadas que trabajaban en las terrazas y fortificaciones. Incluso el mismo pueblo de Camino Desolación, la parte que estaba encerrada entre el horrible carbunclo de cemento de la basílica y las altísimas tuberías de la fábrica, no había cambiado nada: un desordenado conglomerado de bombas cólicas, brillantes rombos solares y tejados de rojas tejas. Se preguntó qué estaría haciendo Morton. No lo había visto trabajando en los acantilados, pero en el pueblo estaban erigiendo otras edificaciones. Hacía doce años que no pensaba en él.

También se acordó de Mikal Margolis; pobre estúpido que se dejaba llevar adonde soplara el viento. Se preguntó qué habría sido de él después de haberlo plantado en aquel restaurante del Enlace Ishiwara.

Ya tendría tiempo suficiente para los recuerdos. Las defensas del Ejército de la Tierra Entera parecían fuertes pero no tanto, pensó, como para desafiar a sus máquinas de combate equipadas con lanzataquiones. Había invertido mucho capital político para conseguir que los sabios de Montechina le entregaran las especificaciones de los caminantes exploradores ROTECH y confiaba en haber realizado una buena inversión.

Sus fuerzas terrestres superaban a las de la oposición en la proporción de tres o cuatro a uno, sus sistemas de armamento taquiónico le daban un margen suficiente sobre los inductores de campo del Ejército de la Tierra Entera.

Resultaba tentador jugar con ideas de victoria y ambición. Necesitaba tener la cabeza despejada y el ánimo tranquilo. Al abandonar la estación de mando Cebra notó como un lejano zumbido de insecto.

El mismo sonido del que se percataron las percepciones enloquecidas de Arnie Tenebrae mientras estaba sentada ante su escritorio jugando con un trozo de bramante.

Su mente se aferró al zumbido de insecto y se olvidó de prestar atención al informe de Dhavram Mantones sobre los avances realizados en la tarea de descifrar los jeroglíficos del doctor Alimantando. Zzz, zzzumbido de abeja holgazzzana machacón como una obsesión; recordó las mañanas llenas de flores, chapoteando en las acequias de riego, los días llenos de sol y zumbidos de abejas.

—¿Cómo dices?

—Tenemos algo a lo que quizá le gustaría echarle un vistazo.

—Enséñamelo.

El zumbido se le instaló en la oreja durante todo el trayecto hasta la casa del doctor Alimantando, y allí siguió, mientras subía a la sala meteorológica, cubierta de una espesa capa de polvo y llena de tazas de té a medio vaciar dejadas por Limaal Mándela, su atención continuó divagando, saliendo por las cuatro ventanas en persecución del zumbido.

—Es esto, señora.

Dhavram Mantones señaló una zona de las desteñidas anotaciones rojas que se hallaba en la cima misma del techo. Arnie Tenebrae se puso de pie sobre la mesa de piedra y le echó una mirada con una lupa.

—¿Qué es esto?

—Creemos que es la fórmula de Inversión Temporal que hará que la devanadora de tiempo y cuanto se encuentra dentro de su esfera de influencia quede liberado del tiempo y se convierta en cronocinético. Lo probaremos esta noche.

—Quiero estar presente.

¿De dónde vendría ese zumbido? Arnie Tenebrae comenzaba a temer que se originara en su propia cabeza.

El sonido se filtró incluso hasta el subsuelo del BAR/HOTEL, donde en esos momentos se desarrollaba una reunión clandestina de la resistencia. Cinco almas reunidas alrededor de una caja de madera parda: un transmisor de radio oculto en el interior de un cajón de embalaje.

—Ruega porque no nos intercepten —pidió Rajandra Das, teniendo presente a los periodistas de la televisión crucificados.

—¿Has logrado conectar con ellos? —le preguntó Santa Ekatrina Mándela, convencida antiautoritaria.

Batiste Gallacelli volvió a girar el mando de transmisión.

—¿Oiga? Fuerzas Parlamentarias; ¿oiga? Fuerzas Parlamentarias. Aquí Camino Desolación, ¿me oyen? Aquí Camino Desolación.

Repitió el hechizo varias veces y fue recompensado por una voz que se oyó en medio de descargas estáticas. Los antiliberacionistas se agolparon alrededor del aparato.

—Desde aquí les habla Camino Desolación Libre, es una advertencia, tengan mucha precaución, el Ejército de la Tierra Entera tiene el control de un arma de Desplazamiento Temporal; repito, tengan cuidado, hay un arma de desplazamiento temporal. Urge que ataquen lo antes posible para salvar la historia. Repito, urge que salven el futuro. Cambio y fuera…

La voz les envió una respuesta acompañada de más descargas estáticas. De los cinco presentes, el señor Jericó era el único que no se concentraba en las silabas estáticas. Su atención estaba fija en un punto indeterminado más allá del techo.

—Silencio. —Hizo señas con la mano para que se callaran—. Hay algo allá arriba.

—Corto y fuera —susurró Batiste Gallacelli, y cortó la transmisión.

—¿Lo oís? —El señor Jericó se volvió despacio, como si intentara sacar partido a un pequeño recuerdo olvidado—. Conozco ese sonido, ese sonido lo conozco. —Ninguno de los otros alcanzaba a oírlo siquiera a través de las tejas, los ladrillos y la roca—. Motores, motores de avión… ¡un momento, son motores Maybach/Wurtel en configuración impelente/expelente! ¡Ha vuelto!

Haciendo caso omiso de las leyes que estipulaban el uso de pases y prohibían las reuniones ilegales, los contrarrevolucionarios subieron como trombas desde el subsuelo y salieron a la calle.

—¡Ahí! —El señor Jericó señaló hacia el cielo—. ¡Ahí la tenéis!

Tres lucecitas como cabezas de alfileres guiñaron en pleno viraje y se hincharon en medio de un ruido atronador hasta convertirse en tres aviones de hélice con morro de tiburón. En formación de flecha, los tres aviones pasaron estruendosamente sobre Camino Desolación, y al pasar, el avión de cabeza lanzó una nevada de octavillas. Las calles se llenaron de guerrilleros que corrían a toda carrera. Separaron a los cinco contrarrevolucionarios y los pusieron bajo cobijo. El señor Jericó leyó de reojo una octavilla que pasó volando junto a él en medio de una nube de polvo y la ráfaga de aire provocada por los aviones.

«Llega el Circo Aéreo de Jirones —decía la octavilla—. ¡Belén Ares, cuidado!».

Tanta inocencia le arrancó una sonrisa. Treinta años y todavía no tenía ni idea de lo que era la sabiduría mundana, Dios la bendiga. El circo volador rizó el rizo sobre Camino Desolación y descendió en vuelo rasante a la altura de los tejados. Seis explosiones formidables sacudieron al pueblo. El señor Jericó vio unos haces blanquiazules que partían de las puntas de las alas de los aviones y lanzó un silbido de admiración.

—¡Taquiónicos! ¿De dónde rayos habrá sacado esos taquiónicos?

Después lo obligaron a entrar a toda prisa en el BAR/HOTEL y los soldados salieron a ocupar sus posiciones en los tejados para responder al ataque.

Al conducir a su formación a través de las vías férreas para lanzar el ataque contra Villa Acero, Persis Jirones se dio cuenta de que se lo estaba pasando en grande.

—Ángeles verde y azul —cantó—, comenzad el segundo ataque. No tenía escapatoria.

Ed ya no estaba y no volvería, y podía volar hasta los confines del universo pero por más distancia que pusiera no lograría olvidarlo. Ni siquiera en la Estación Wollamurra había tenido escapatoria. Sólo una gran dosis de locura, una locura que la empujó a apartar a sus dos aviadores del trabajo de fumigadores de cosechas para que le pilotaran los dos aparatos de acrobacias que había comprado a Yamaguchi & Jones, a equiparlos con lo último en tecnología militar y realizar un ataque enloquecido, en nombre del amor, primero contra el tren de Aceros Belén Ares que avanzaba lento por los Altos Llanos y luego, contra el negro corazón de escoria de la Compañía destructora de sueños: el fortín de Villa Acero. Efectuó un movimiento de balanceo con las alas y el circo volador se reagrupó tras ella.

Le encantaba la forma en que los soldados corrían como gallinas para huir del chas chas chas de sus lanzataquiones. Le encantaba la pureza de los rayos blanquiazules y las flores brillantes de las explosiones cuando destruía oficinas, depósitos, camiones, fortines, dragas, colectores solares. Le había encantado desde el instante mismo en que había pulsado los botones de disparo para hacer que dos locomotoras Modelo 88, cincuenta vagones y dos maquinistas estallaran en una fusión subcuántica.

—¡Buum! —canturreó, y pulsó los botones de fuego. Tras ella, tres aeronaves de transporte que estaban aparcadas estallaron en llamas.

—¡Iuujú! —gritó, e inclinó el Yamaguchi & Jones para realizar otra pasada.

Su radio emitió unos chisporroteos y una voz familiar le siseó al oído.

—Persssiss, cariño, ssoy yo. Jimmm Jericó, ¿me reconoces?

—Claro que sí —gritó.

Sus lanzataquiones abrieron unas largas heridas humeantes a través de Villa Acero.

Las chimeneas se vinieron abajo y las tuberías se desmoronaron.

—Innnnformación immmportante. Camino Dessssolación essstá bajo ocupaaación, repito, bajo ocupaaación, por parte del Grupo Táctico del Ejército de la Tieerrrra Entera.

La Compañía essstá derrrrotada, repito, derrotada.

Un abanico de misiles partió del suelo y se dirigió hacia ella.

—¡Baaang! —exclamó Persis y los vaporizó—. ¿Derrotada?

—Sssí. Hablo desssde el BAR/Hoootel por una irradio iiilegal. Ssssugiero que ataques objetivosss militaaress, repito, objetivosss militaresss. Arnie Tenebrae al mando.

Volvió a pasar en vuelo rasante sobre Camino Desolación y vio las trincheras y refugios subterráneos. Sobrevoló los acantilados y vio los cuerpos crucificados y los cascos de los soldados, en los que se reflejaba el sol, desplegados en sus posiciones los acantilados.

¿Arnie Tenebrae? ¿Allí?

—Ángeles, a reagruparse —ordenó.

—Buena chica —siseó el señor Jericó y cortó la transmisión. Los ángeles verde y azul se colocaron en formación de punta de flecha detrás de ella. Buenos chicos. Les informó de la nueva situación.

—Recibido —dijo Callan Lefteremides.

—Recibido —dijo su hermano Venn.

Los Ángeles viraron en vuelo y se lanzaron sobre las posiciones del Ejército de la Tierra Entera. Volaron a escasos metros por encima del desierto. Los lanzataquiones que llevaban en las alas dispararon hacia las defensas; de los muros de contención salieron misiles que iban hacia ellos.

—Ángel verde, ángel azul, misil sobre vosotros…

Un misil «Fénix» tierra-aire, Tipo 337 Hermanos Long, que la soldado Cassandra O.

Miccini disparó presa del pánico, alcanzó a Venn Lefteremides, y le arrancó la cola a su Yamaguchi & Jones. El ángel verde cayó en espiral y se estrelló en medio del nuevo complejo de viviendas abandonado, situado al otro lado de las vías férreas.

A Persis Jirones le pareció haber visto el aleteo de un paracaídas. Y ahora, Arnie Tenebrae, esto es para ti. Colocó el morro de su avión en dirección a Villa Acero y pulsó los mandos de fuego.

Asomada a su ventana, embargada por la curiosidad y la admiración, Arnie Tenebrae contemplaba el ataque aéreo.

—Son buenos. Tremendamente buenos —dijo con tono meditativo mientras los dos sobrevivientes del Circo Volador de Jirones pasaban en vuelo rasante a la altura de los tejados para lanzar otro ataque con taquiones sobre Villa Acero.

—Señora, ¿no cree que debería retirarse de una posición tan expuesta? —sugirió Lennard Hecke.

—Por supuesto que no —respondió Arnie Tenebrae—. No pueden dañarme. Sólo la Vengadora puede hacerlo.

Allá afuera, en la tierra de Ferrotropos de Cristal, la Vengadora Marya Quinsana observaba la refriega aérea.

—No sé quienes son, pero está claro que son muy buenos. Compruebe los números de registro. Quiero saber quiénes los pilotan.

—En seguida. Mariscal, un mensaje desde el pueblo, de los rehenes.

Albie Vessarian, un sátiro servil destinado a no detener jamás una bala, le entregó una nota de telecomunicaciones y se apresuró a cumplir con su orden de identificar las aeronaves piratas.

Marya Quinsana leyó el comunicado. ¿Armas temporales? Tiró el papel y volvió a concentrarse en el ataque aéreo justo a tiempo para presenciar cómo Venn Lefteremides giraba, se estrellaba y se incendiaba.

—Y bien —dijo con un hilo de voz—. Ha llegado el momento. ¡Manden atacar!

Quince segundos después, el segundo atacante era alcanzado y se estrellaba en la Basílica de la Gris Señora.

—¡Ataquen! —gritó el general Emiliano Murphy.

—¡Ataquen! —gritaron los mayores Lee y Wo.

—¡Ataquen! —gritaron capitanes, tenientes y subtenientes varios.

—¡Ataquen! —gritaron los sargentos y jefes de grupo, y cuarenta y ocho máquinas de combate de largas patas dieron su primer y laborioso paso hacia Camino Desolación.

—Señora, los Parlamentarios nos atacan.

Arnie Tenebrae recibió la noticia con tanta flema que Lennard Hecke creyó que no lo había oído.

—Señora, los Parlamentarios…

—Ya te he oído, soldado.

Siguió afeitándose la cabeza, cortando grandes prados de cabello hasta que el cráneo le brilló desnudo bajo el sol. Se miró en el espejo. El resultado la satisfacía. Era la personificación de la guerra, la Vastadora. Ten cuidado, Vengadora. Sin prisas, habló por su micrófono personal.

—Habla la comandante. El enemigo ataca con fuerzas armadas no convencionales, utilizan armamento taquiónico: todas las unidades, mucho cuidado al entrar en combate.

Mayor Dhavram Mantones, quiero que funcione la devanadora de tiempo.

Dhavram Mantones habló por el teléfono miniatura, su voz se oyó agitada y con interferencias.

—Señora, la Inversión Temporal no ha sido comprobada, tenemos dudas sobre uno de los operandos de la ecuación; podría ser más o menos.

—Dentro de tres minutos estaré allí. —Y dirigiéndose a sus fuerzas en general, añadió—: Muchachos, chicas, ha llegado el momento. ¡Es la guerra!

Al dar la orden de ataque, desde las posiciones del perímetro llegaron las primeras explosiones.