Dominic Frontera fue el primero en enterarse de que la liberación de Camino Desolación era en realidad una ocupación, y de que todos los ciudadanos alegres que habían llevado en andas por los callejones a los guerrilleros del Ejército de la Tierra Entera eran rehenes del sueño de Gotterdammerung de Arnie Tenebrae. Se enteró a las seis menos seis minutos de la mañana cuando cinco hombres armados lo sacaron del sótano de la Tienda de Ramos Generales de Pentecostés, donde lo habían mantenido incomunicado, y lo colocaron contra una pared de un blanco brillante. Los soldados trazaron una línea en la tierra y lo colocaron detrás de ella.
—¿Algún último deseo? —le preguntó el capitán Peres Estoban.
—¿Qué quiere decir con eso de último deseo? —inquirió a su vez Dominic Frontera.
—Según la costumbre, a un hombre que se enfrenta al pelotón de fusilamiento se le concede un último deseo.
—Ah —dijo Dominic Frontera, y se hizo encima en su bonito uniforme blanco de ROTECH—. Esto… ¿puedo limpiar este desastre?
El pelotón de fusilamiento se fumó una o dos pipas mientras el alcalde de Camino Desolación se bajaba los pantalones y se ponía presentable. Después, le vendaron los ojos y lo volvieron a colocar delante de la pared.
—Pelotón, presenten armas… apunten… Hijo de la gracia, ¿y ahora qué?
Mientras le daba de comer a las gallinas, la leal pero poco inteligente de Ruthie había visto cómo los soldados conducían a su marido, lo colocaban contra la pared y lo apuntaban con sus armas. Lanzó un gritito de pájaro asustado y recorrió atolondradamente la distancia que la separaba de la oficina del alcalde para llegar justo en el momento en que Peres Estoban se disponía a dar la orden de disparar.
—No matéis a mi marido —chilló, abalanzándose entre los verdugos y el prisionero en medio de una agitación de brazos y una confusión de faldas.
—¿Ruthie? —susurró Dominic Frontera.
—Señora, quítese de en medio —le ordenó Peres Estoban. Ruthie Frontera se mantuvo firme, una gris valquiria de piernas gordas—. Señora, éste es un Pelotón Revolucionario de Fusilamiento legalmente constituido que está ejecutando una sentencia legalmente dictada. Por favor, apártese de la línea de fuego. O mandaré que la detengan.
—¡Ja! —exclamó Ruthie—. Sois unos cerdos. Soltadlo.
—Señora, es un enemigo del pueblo.
—Es mi marido y lo quiero.
Se produjo un resplandor de luz que hasta Dominic Frontera alcanzó a ver a través de la venda cuando Ruthie Frontera, cuyo apellido de soltera era Monteazul, descargó en un solo e intenso momento doce años de belleza acumulada. Con su rayo carismático barrió al pelotón de fusilamiento, y uno por uno, los soldados comenzaron a balbucear cuando toda la potencia de su hermosura se centró en cada uno de ellos; cayeron todos al suelo, con los ojos desorbitados y las bocas llenas de espumarajos. Ruthie Frontera soltó a su marido y esa misma mañana huyeron con su anciano padre y cuantos enseres y posesiones lograron meter en un camión robado a Aceros Belén Ares. Derribaron la alambrada de Villa Acero, se dirigieron hacia la tierra de Ferroides de Cristal y nunca más volvieron a ser vistos en Camino Desolación. Se sospechaba que habían perecido en el Gran Desierto, víctimas de la locura por haber bebido agua del radiador. Nada más lejos de la verdad. Dominic Frontera y su familia llegaron a Meridiana donde fueron enviados al agradable y pacífico pueblo de Rápidos del Pino en las Tierras Altas de Sinn, donde había árboles inmensos, aire puro y aguas saltarinas. Allí vivió feliz como alcalde hasta que un buen día, un visitante que había ido a pasar allí la temporada de invierno, reconoció a su mujer y a su suegro de otra época y otro lugar, y le contó que su mujer había sido mezclada como un cóctel en una botella genética por un loco que detestaba a las esposas pero adoraba a los niños. Después de aquello, Ruthie Frontera ya no le pareció tan hermosa al alcalde de Rápidos del Pino, pero tal vez la culpa no la tuviera tanto el cotilleo, sino su padre, que al diseñarla la había condenado a ejercer su poder sobre la belleza en tres únicas ocasiones, después de lo cual, lo perdería para siempre. De manera que al salvar a Dominic Frontera del pelotón de fusilamiento, Ruthie perdió el amor de su marido, pero ésa es una historia muy, pero muy antigua.
Pero ¡ay!, los directores ejecutivos del proyecto Villa Acero no tuvieron una Ruthie que los salvara por amor. Durante un período de diez días fueron conducidos en lotes de cinco y hechos añicos por los inductores de campo del Ejército de Liberación de Arme Tenebrae. Los representantes de los medios de comunicación fueron llevados a punta de pistola en calidad de testigos para que registrasen las gloriosas ejecuciones de los déspotas, pero hacía tiempo ya que todos ellos habían llegado a la conclusión de que Camino Desolación y su gente eran rehenes de las improvisaciones de Arnie Tenebrae con Marya Quinsana.
Se impuso el toque de queda y se hizo cumplir estrictamente. Se expidieron pases para caminar por las calles y se introdujo el racionamiento. Los trenes de mercancías eran detenidos en las vías, al borde de la Zona de Cristal, conducidos a Camino Desolación donde eran sistemáticamente saqueados. La propiedad de toda la comida pertenecía a la Dirección Revolucionaria y, en teoría, con ella se hacía un fondo común, distribuido equitativamente entre todos, pero Camino Desolación pasó más hambre de la que había pasado incluso en los peores días de la huelga. La parte del león iba para las bocas de los dos mil soldados que ocupaban el pueblo y los ciudadanos, trabajadores de la acería, peregrinos, Pobres Criaturas, reporteros, mendigos y vagabundos se alimentaban de arroz y lentejas. El señor Peter Iposhlu, que cultivaba hortalizas y las vendía en el mercado, para la agencia inmobiliaria Mandela/Gallacelli, se negó a entregar su cosecha al Ejército de la Tierra Entera y fue colgado de un álamo. Alba Askenazy, una mendiga inofensiva y bien considerada, intentó robar un salami del Economato Revolucionario y recibió igual tratamiento. Rajandra Das tuvo que mendigar bonos de racionamiento entre sus clientes para poder continuar con su parte en el Emporio de Tapas y Comidas Calientes, mientras el BAR/HOTEL, bajo la dirección de Kaan Mándela, se vio obligado, por primera vez en la memoria popular, a colgar en su ventana unos carteles con la leyenda «Cerrado hasta nuevo aviso». Sin embargo, después del toque de queda, en sus bodegas brillaba la luz de las velas de los ratones contrarrevolucionarios.
—¿Qué diablos quiere de nosotros? —preguntó Umberto Gallacelli.
—Dice que quiere que los Parlamentarios vengan a buscarla para la gran batalla final —contestó el señor Jericó.
—¡Hijo de la gracia! —exclamó Louie Gallacelli—. ¿Y tú cómo lo sabes?
—De hablar con los soldados —respondió el señor Jericó, de forma poco convincente.
—Creo que lo que quiere es vengarse de todos nosotros —comentó Rajandra Das—. Cree que la echamos del pueblo, de modo que ahora nos hará pagar. Maldita cabrona vividora.
—Entonces ¿será por venganza? —aventuró Umberto Gallacelli.
—Creo que busca algo —dijo el Asombroso Desprecio, con un hilo de voz ronca y cancerosa. El día de su discurso en la Plaza de la Corporación se había quemado la garganta, su poder se había extralimitado. Jamás podría volver a ser sarcástico—. Cuando nos capturó en Chryse, daba la impresión de querernos vivos por algún motivo, algo que está relacionado con este lugar.
El señor Jericó se asestó un puñetazo en la palma de la otra mano, supuestamente a la manera en que lo hacen quienes están sumidos en profunda meditación. Consultaba con sus Antepasados Exaltados, efectuaba un repaso de sus personalidades almacenadas en busca de visiones antiguas.
—¡Santísima Señora! ¡Ya lo tengo! ¡Hijo de la Gracia, la máquina del tiempo! La devanadora de tiempo Alimantando punto dos. Dios Santo, el arma final…
Afuera se oyó el sonido de pisadas de bota en la tierra. Entre peticiones de silencio y apresuramientos, los violadores del toque de queda apagaron las velas y regresaron por una telaraña de túneles y cuevas hasta sus camas inseguras.
Al decimosegundo día de la ocupación, Arnie Tenebrae comenzó a efectuar los preparativos de la batalla. Unos furgones con altavoces liberados de la Compañía anunciaron que todos los ciudadanos mayores de tres años debían alistarse como mano de obra universal e indicaron las horas y los lugares de reunión. Apuntados por los inductores de campo del 14.° y 22.° Cuerpos de Ingeniería, los reclutados comenzaron a cavar muros de contención en los acantilados, a colocar un campo minado circular alrededor de Camino Desolación, por el borde interior de las Tierras de Cristal, y a construir un laberinto de trincheras, fortines, refugios subterráneos y pozos de tiradores desde los cuales los defensores podían dominar los campos de fuego alrededor del plano callejero excéntrico de Camino Desolación. El sol alcanzó la altura de la siesta, pero la mano de obra universal continuó trabajando, porque los revolucionarios habían liberado al día de la tiránica siesta. Los trabajadores se desmayaban, se mareaban, arrastraban pesadamente los pies, dejaban caer las herramientas. El gordo y sudoroso dueño de un hotel llamado Marshall Cree dejó la pala y se negó a continuar trabajando. Media hora más tarde, sus manos cortadas eran exhibidas en la rama afilada de un árbol y paseadas por las obras para que todos las vieran. Si no estaba dispuesto a usar sus manos para el Ejército de Liberación, no volvería a usarlas jamás. A las trece menos trece minutos, cuando incluso en invierno el sol inclinaba su crisol de calor licuado sobre Camino Desolación, los dos guardias del Cuerpo de Ingenieros fueron a buscar a Genevieve Tenebrae.
—¡Oh no no no, yo no, por favor! —chilló, agitando los brazos y pateando con tanta fuerza que dio la impresión de que los antiguos huesos de cartón se le fueran a quebrar.
Los guardias no la llevaron al tajo sino a su propia casa, donde la esperaba su hija.
—Hola, madre —dijo Arnie Tenebrae—. ¿Te encuentras bien? Me alegro. Sólo he venido a saludarte.
A Genevieve su hija robada siempre le había inspirado un cierto temor. Cada vez que por la radio había oído el nombre de su hija relacionado con alguna nueva atrocidad, se había dicho que Arnie era una Mándela, que no era de su misma sangre, por puro miedo.
Pero al tener ante ella a su hija con traje de batalla y pintada como un demonio se sintió aterrorizada.
—En realidad quería saludar a mis verdaderos padres, pero están muertos, igual que mi hermano y mi sobrino. Pero a nadie se le ocurrió avisarme.
—¿Qué quieres? —le preguntó Genevieve Tenebrae.
Arnie paseó la mirada con aire crítico por la sórdida habitación, toda desordenada con las baratijas y pequeños olvidos de una vieja loca. Sus ojos se detuvieron en una burbuja azul que descansaba sobre la sucia repisa de la chimenea. Estaba suspendida encima de algo que parecía una máquina de coser envuelta en una telaraña. En el interior del campo isoinformativo, su padre adoptivo continuaba dando volteretas azuladas. Pero ya no hablaba. Después de doce años de encierro solitario ya no tenía nada que decir. Los labios de Arnie Tenebrae rozaron la burbuja azul.
—Hola, papá. He venido a liberarte, igual que me liberaste tú.
Los controles de la devanadora de tiempo eran similares a los dispositivos de los inductores de campo que llevaba en la muñeca, esto no tenía nada de sorprendente, puesto que todas las armas del Ejército de la Tierra Entera se basaban en los diseños del doctor Alimantando. Sonrió y fijó en cero los nonios.
—Adiós, papá.
La burbuja azul reventó con una implosión de aire. El fantasma de su padre había desaparecido.
Arnie le entregó la devanadora de tiempo al mayor Dhavram Mantones, del equipo de élite denominado 55.° Grupo de Ingeniería Estratégica.
—Haz que funcione, Dhav —le ordenó, y se marchó a inspeccionar el avance de la construcción.
Le gustaba caminar entre las trincheras y los muros de contención, mientras mentalmente iba jugando a héroes y demonios.
Dhavram Mantones fue a verla al día siguiente a primera hora.
—No puedo hacerla funcionar —declaró—. Lo más que he logrado es un campo de estabilidad temporal localizado.
—Si el doctor Alimantando puede hacerlo, tú también, Dhav —dijo Arnie Tenebrae, asomándose a la ventana de su cuartel general de Villa Acero como para subrayar la fugacidad del tiempo—. Si necesitas ayuda, ve a buscar al señor Jericó, a Rajandra Das y a Ed Gallacelli. Construyeron la devanadora de tiempo original. No debería resultarnos difícil convencerlos.
El instrumento de persuasión era un dispositivo llamado Garlitos Caballo. No era más que un lingote triangular de metal, con el vértice hacia arriba, colgado a metro y medio del suelo. Su funcionamiento era igual de simple. Se desnudaba a la persona que había que persuadir, se le ataban las manos a una viga por encima de la cabeza para facilitarles el que estuviera sentada y se la colocaba a horcajadas sobre el lingote metálico. Unas cuantas horas montado en Garlitos Caballo bastaban para persuadir al más recalcitrante de los jinetes. El señor Jericó y Rajandra Das no necesitaron siquiera un minuto de persuasión.
—No sabemos más que tú.
—¿Qué me decís de Ed Gallacelli?
—Está muerto.
—¿No podría habérselo comentado a su querida esposa?
—Es posible, pero ella se ha ido. Volando.
—¿Quién puede saber, pues?
—Limaal Mándela.
—No te hagas el listo. También está muerto.
—A lo mejor Rael sabe algo. Eimaal le pasó gran parte de los secretos del doctor Alimantando a Rael, hijo.
—Ya lo sabemos. Pero no encontramos nada en los cuadernos. Ni en la casa.
—Sería conveniente que se lo preguntaras personalmente. Es posible que Limaal le contara algo que no está en los cuadernos.
—Muy posible.
Para Rael Mándela, hijo, virtual recluso desde la muerte de su padre, la desaparición de su tía y su victoria pírrica sobre la Compañía, la invitación a montar en Garlitos Caballo fue una sorpresa. No se sintió agradecido por la deferencia; sólo al cabo de cuatro horas lo bajaron prácticamente en estado de coma; para entonces, Arnie Tenebrae se había ya convencido de que no sabía nada de los arcanos de las artes cronocinéticas del doctor Alimantando. Lo que sí consiguió extraerle fue el dato que le ahorró más suplicios: que todos los secretos del doctor Alimantando, incluida la inversión temporal mística que hacía posible el cronodinamismo, se encontraban en alguna parte, sobre las paredes de su casa. Dhavram Mantones fue enviado a mirar de cerca los frescos, bajo pena de una cabalgata permanente en Garlitos Caballo. Rael Mándela, hijo, fue bajado y conducido de vuelta a su casa familiar. Una lástima. Arnie Tenebrae habría disfrutado mucho dejándolo allí para comprobar si habría sido capaz de superar la marca actual de treinta y cuatro horas de cabalgata.
Rael Mándela, hijo, deliraba cuando lo llevaron a la cocina de su abuela, donde ésta y su madre se ocuparon de él y lo metieron en la cama. Una vez acostado, tuvo alucinaciones en las que se veía hijo de un padre hecho de arce y una madre hecha de flores y latas de judías. Permaneció así durante tres días, y la hija de una vecina, una niña tímida llamada Kwai Chen Pak, que había ayudado a Santa Ekatrina en la época de los guisos populares, le llevó flores y piedras bonitas, y con las escasas raciones le hizo canguros de caramelo y hombrecitos de pan de pasas. Transcurrido ese tiempo, despertó para enterarse de dos cosas importantes. La primera, que estaba desesperadamente enamorado de Kwai Chen Pak. La segunda, que las huestes de los Parlamentarios se habían desplegado alrededor de Camino Desolación dispuestas para la batalla final.