Disfrazada de Mendigo Penitente, Arnie Tenebrae se pasó cinco días arrastrándose por el fango, flagelándose, postrada en oración y arrodillada sobre guijarros puntiagudos sumergidos en aguas cloacales antes de poder escaparse del grueso del peregrinaje, junto a las puertas de Villa Acero, oculta tras un depósito casero de metano y de pronunciar, a través del comunicador de su pulgar, las cinco palabras que dieron la orden de invasión. Al recibir su orden, los cinco dirigibles de transporte que habían ocupado sus posiciones sobre Villa Acero con los ventiladores amortiguados, dejaron caer los campos de invisibilidad y comenzaron a transmitir mensajes de tranquilidad y confianza a las caras asombradas que los miraban desde abajo. Por las escotillas de sus vientres, colgadas de arneses LTA, comenzaron a caer las tropas de choque del Ejército de la Tierra Entera; llevaban los inductores de campo preparados para convertir al enemigo en roja mermelada en cuanto mostraran la más mínima señal de resistencia. Hacía rato que el enemigo había perdido su capacidad de resistirse a nada.
—No temáis —rugían los mensajes grabados—. Camino Desolación será liberado de la tiranía de la Compañía Belén Ares por el Grupo Táctico del Ejército de la Tierra Entera: no os alarméis. Repetimos, seréis liberados. Por favor, conservad la calma y prestad todo tipo de ayuda a las fuerzas de liberación. Gracias.
Detrás del depósito de metano, Arnie Tenebrae se quitó el albornoz manchado de excrementos que durante cinco días había ocultado su traje de batalla y su mochila de combate. Se pintó en la cara el Pájaro de la Muerte y se colocó el micrófono.
—Grupo diecinueve, contestad —susurró—. Que los demás grupos de ataque procedan según las órdenes.
En sus posiciones preestablecidas alrededor del perímetro de la Plaza de la Corporación, una decena de Mendigos Penitentes ataviados de modo parecido, se despojaron de sus disfraces y avanzaron entre la multitud en dirección a las Oficinas de la Compañía. Cuando las tropas aerotransportadas tocaron tierra, se quitaron los arneses y ocuparon sus posiciones para controlar la planta eléctrica, el campo de aterrizaje, la estación, la cochera de camiones, la oficina del alcalde, los cuarteles de la policía, el enlace de microondas, la planta de energía solar, los bancos, los bufetes de abogados, los hangares del transporte, Arnie Tenebrae se reunía con su grupo de batalla, y juntos, tomaban al asalto el sanctasanctórum de Aceros Belén Ares.
Mientras la anciana señora Kanderambelow, operadora de la central telefónica, les preparaba té a los seis jóvenes soldados amables, aunque ataviados de un modo más bien amenazador, y Dominic Frontera miraba desde su altura las cabezas emisoras de cuatro inductores de campo, el Grupo diecinueve subió por el ascensor de ejecutivos a los niveles directivos. La señora Fanshaw, secretaria del año de la Compañía, se levantó de su escritorio para protestar por aquella invasión injustificable y un ariete con la fuerza de un gravitrón la dejó desparramada por toda la pared. Arnie Tenebrae voló la puerta negra y dorada con su emblema negro y dorado y entró.
—Buenas tardes —saludó a los humillados jefes de sección, supervisores de planta, directores financieros, jefes de marketing y consultores de personal que aparecían con el rostro manchado de lágrimas y sangre—. ¿Dónde está el Director/Gerente de Proyectos y Desarrollos del Cuarto de Esfera Noroccidental?
La respuesta fue una vibrante descarga de energía que le cavó un cráter en el estómago al subteniente Henry Chan. El muchacho miró con ojos desorbitados la imagen poco familiar de su propia espina dorsal y luego se desplomó, partido en dos.
—Los escudos, muchachos, tiene un CI.
Los escudos defensivos sonaron como los gongs de un templo bajo las almádenas de los inductores de campo. Los ejecutivos ya abatidos por el sarcasmo huyeron dejando atrás la mancha rojiza que había sido la Secretaria Modelo del Año.
—¿Dónde diablos está? —gritó alguien.
—A su alrededor hay un campo de dispersión luminosa —dijo Arnie Tenebrae, disfrutando con la tensa situación táctica—. Salid todos. Aquí no haremos más que estorbarnos. Yo me encargaré de él.
—Tenía un interés personal en hacerlo. Las tropas se retiraron hasta la boca del ascensor para vigilar a los ejecutivos prisioneros.
—Ey, Johnny, ¿de dónde has sacado el CI?
Un aullido de fuerza voló la cabeza de un antílope disecado y la dejó hecha cisco y serrín.
Johnny Stalin se dejó ver un instante, agazapado detrás de la silla del Director/Gerente.
Desapareció en el mismo instante en que Arnie Tenebrae hizo astillas el extremo de la mesa de juntas con un haz hipersónico.
—Y además, una pantalla de invisibilidad. No está mal. —Rodeó la habitación, completamente visible, sin el escudo defensivo, con los sentidos preparados—. Johnny —canturreó—, cuando me enteré de quién eras no me quedó más remedio que venir a verte. ¿Te acuerdas de mí? ¿La dulce niñita a la que besabas detrás del digestor de metano de Rael Mándela?
Su descarga de energía destruyó el escudo defensivo de Johnny Stalin. Su imagen fluctuó y momentáneamente se volvió translúcida.
—Vamos, Johnny, hazme una demostración decente. Conoces el arma que llevas y sabes que no puedes usarla para atacar y defenderte a la vez, además sé que ese campo de invisibilidad te está consumiendo la energía. ¿Qué te parece si sales y peleamos decentemente?
El aire rieló y la imagen temblorosa de Johnny Stalin apareció por completo. Arnie Tenebrae se sorprendió al comprobar cuánto había cambiado: el niño regordete y asustadizo que siempre lloraba y protestaba había desaparecido; la figura que tenía ante sí podía haber sido su réplica masculina.
—Tienes muy buen aspecto, Johnny.
Comprobó los medidores que llevaba en la muñeca: ochenta y cinco por ciento de carga. Bien. Se dirigió a su izquierda. Johnny Stalin fue hacia su derecha. Ambos esperaban el momento revelador en que el escudo del contrario bajara un instante antes de disparar. Arnie Tenebrae caminó un poco y esperó. En el interior del escudo defensivo el aire se volvió viciado.
—Oh, Johnny —dijo ella—, recuerda que hay una decena de mis hombres esperándote si me eliminas.
Disparó y se puso a cubierto. El disparo con que Stalin respondió fue lento, muy lento.
Arnie Tenebrae tuvo todo el tiempo del mundo para volverse, apuntar y lanzarle el puñetazo de un campo de fuerza a través del escudo desactivado que lo aplastó como un huevo.
La comandante Tenebrae ordenó a sus hombres que registraran entre el humo y los despojos en busca de algún recuerdo de Johnny Stalin que pudiera añadir a su colección de trofeos, pero sólo encontraron trozos de maquinaria chamuscada. Después, el soldado Jensenn le llevó a Arnie Tenebrae, la cabeza de Johnny Stalin y la comandante se pasó una hora riéndose de las conexiones y las juntas de aluminio de complicada articulación que hacían las veces de vértebras cervicales.
—Un robot —rió Arnie—. Era un precioso robot. Echó la cabeza hacia atrás y se rió tanto y durante tanto tiempo que los soldados del Grupo diecinueve comenzaron a asustarse.