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Taasmin Mándela, la cazadora digital, se internó en los laberintos de Villa Acero en persecución de su presa. Se sintió viva como sólo lo había hecho en una única ocasión en su vida, cuando la Santísima Catalina la había visitado en lo alto de su pináculo desértico.

Pero en ese momento, la naturaleza de su sensación era completamente diferente. El arma milagrosa ardía hambrienta en su mano y los atavíos transformados se le pegaban sedosos y sensuales al cuerpo. Se divertía. Mikal Margolis le había disparado dos veces con una ACM que había encontrado en alguna parte: había sentido la emoción del peligro.

Anael Sikorsky sobrevoló en helicóptero la planta separadora de la Sección 2 y pasó su informe.

—Objetivo en posición en el Nivel diecisiete.

Transmitió una orden sagrada a Anael Luftwaffe y fue inmediatamente recompensada por el zumbido de los reactores y el salvaje martilleo de los cañones de 35 mm montados sobre sus alas.

—Venid herramientas, venid juguetes, ven acero, ven hierro —lanzó su encantamiento y con los trozos de chatarra convocados construyó un pequeño trineo de gravedad.

El viento le agitaba los cabellos mientras cabalgaba las olas de la industria, ágil entre tuberías, vigas y conductos. Estaba hecha para eso, para que el viento le agitara los cabellos, para empuñar un arma y bajar zigzagueando por la calle de Henry Ford entre las descargas de misiles de Mikal Margolis. Lanzó una carcajada y lo obligó a salir de su escondite con una descarga de su lanzataquiones portátil.

—Atrápalo, Luftwaffe.

El ángel con propulsión a reacción bajó en picado y bombardeó la planta separadora con sus cañones digitales. Las explosiones arrancaron el tejado de la planta y salpicaron a Taasmin Mándela de metralla pero no le importó; montada en su tabla cólica lanzó otra carcajada y transformó la lluvia de metal en otros accesorios de su armamento arcano.

Anael Luftwaffe se elevó en el aire preparando otro ataque. En la cima de su escalada aérea, una formación de tres detectores térmicos ACM salió como el rayo de su escondite. Anael Luftwaffe estalló convirtiéndose en una ruina humeante que cayó sobre Villa Acero en forma de lluvia.

Listo. El rayo de taquiones de Taasmin Mándela golpeó momentos después de que la figura negra y dorada saliera disparada por un estrecho barranco entre dos conductos de ventilación. La Gris Señora lanzó un grito de alegría y continuó la persecución. Disparó a los talones de Mikal Margolis. Podría evaporarlo cuando decidiera, pero lo quería al aire libre, en el desierto, donde el enfrentamiento sería entre un hombre y una santa de mediana edad.

Anael Sikorsky planeaba cerca de allí, acosando a la presa. Era un callejón muy estrecho… Taasmin Mándela estaba concentrada al máximo para maniobrar su trineo entre válvulas y tuberías.

—Regresa, Sikorsky.

Una descarga en abanico de rayos láser peinó el cielo. Anael Sikorsky viró para esquivar los haces color del rubí, chocó contra un depósito del asentamiento, rebotó de pared en pared y se estrelló abriéndose en una ígnea flor.

De modo que el enfrentamiento iba a ser entre el hombre y la santa. Taasmin se sintió satisfecha. Allá en el fondo, la voz de la conciencia sagrada la importunaba, pero era allá, muy en el fondo. Sentía más cercana e íntima la muerte de su hermano gemelo. Todavía llevaba en la boca el sabor de la oscuridad. Mikal Margolis se apartó de la maraña de tuberías industriales y salió corriendo hacia el campo de las aeronaves. Taasmin Mándela lo azotó con un enjambre de abejas robots que salieron de los multitudinarios cañones de su Arma Divina. Le ordenó a su trineo que se elevara en el cielo para poder lanzarse en picado sobre su presa e interceptar su huida.

Mikal Margolis lanzó un arco de misiles con su ACM. El fulgor de la energía recorrió los circuitos impresos del traje de Taasmin y los transformó en pájaros. Taasmin Mándela lanzó un grito de deleite. Su fuerza nunca había sido tan grandiosa. El halo aparecía casi negro de tanto brillo y titilaba con las blancas estrellas de la conciencia devorada. Con el lanzallamas, dibujó un anillo de fuego alrededor de Mikal Margolis y detuvo el trineo ante él. Levantó el arma delante de la cara y le ordenó a las llamas que se apagaran. Mikal Margolis reaccionó con cautela. A sus espaldas, el humo que desprendía Sikorsky al quemarse se elevaba hacia el cielo junto con el sonido de un grito desesperado que provenía de Villa Acero.

—Deja que te vea la cara —le pidió la Gris Señora—. Quiero ver cómo has cambiado.

Mikal Margolis se quitó el casco. Taasmin Mándela se sorprendió al ver lo poco que había cambiado. Estaba más viejo, más cansado, más moreno, más gris, pero era el de siempre. Víctima de las circunstancias.

—Te ruego que me ahorres los melodramas —le dijo Mikal Margolis. Soltó su ACM—. De todos modos, no creo que esto me hubiera servido para luchar contra ti. Y por favor, no me hables de tu padre ni de tu hermano. No tendría sentido. No siento ningún remordimiento especial; no soy de ese tipo de personas, y de todos modos, me limitaba a cumplir con mi trabajo. Y ahora, acabemos de una vez.

El polvo formaba pequeños remolinos a sus pies. Taasmin Mándela canalizó despacio toda su fuerza en una descarga divina que transformara a Mikal Margolis en acero al carbono. Levantó la mano izquierda para dispararle y de repente, un haz de luz sólida la envolvió.

Una figura recorrió el campo de aterrizaje en dirección a ella. Taasmin no veía de dónde había salido, pero la figura era la de una mujer pequeña, delgada, de pelo corto, que vestía un traje de brillante tela-película.

—¡No! —gimió Taasmin Mándela, la Gris Señora—. ¡No! ¡Ahora no! ¡Tú, ahora, justo ahora!

—Recordarás que una parte de las condiciones de tu misión profética establecía que ibas a ser llamada para rendir cuentas de tu uso de esos poderes —le dijo Catalina de Tharsis.

Mikal Margolis hizo ademán de querer recuperar el arma y marcharse. Santa Catalina lo inmovilizó con un gesto.

—Circuito temporal cerrado, de enfoque hermético —le explicó con una sonrisa—. En cuanto nos marchemos, saldrá del trance.

—Tienes muy mal sentido de la oportunidad —comentó Taasmin Mándela, inmovilizada bajo el brillo blanco.

—Me gusta tu traje —le dijo la Santísima Señora—. Me gusta mucho. Te sienta muy bien. Por cierto, los siervos del Panarcos no tenemos por qué justificar nuestras idas y venidas a los mortales. Ésta es la hora señalada, debes acompañarme para dar cuenta de cómo has utilizado tus privilegios.

La columna luminosa comenzó a girar alrededor de Taasmin Mándela; la Gris Señora notó que se estiraba y tiraban de ella como melcocha, transformada en algo que no era humano. Sintió que la tierra se deslizaba bajo sus pies. Se notó ligera, ligera… Escupió su disgusto y después, la fuerza de Catalina la envolvió y, tal como había soñado desnuda en los ardientes acantilados, fue transformada en una criatura de luz purísima, blanca, en brillante luz eterna, en pura información que se disipó en el cielo.

La mujer pequeña y delgaducha que era la construcción biológica de la encarnación de la Santísima Señora de Tharsis movió la mano de ese modo especial que le permite manipular el tiempo y el espacio y desapareció.