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Al enterarse de la muerte de su padre, Taasmin Mándela hizo votos de silencio. Su última comunicación antes de que sus labios permanecieran sellados bajo una incómoda máscara metálica diseñada exclusivamente para ella por las Pobres Criaturas, fue que volvería a hablar sólo cuando la justicia cayera sobre los criminales que habían perpetrado semejantes actos. Justicia, dijo, no venganza.

Esa misma noche, partió sola por los acantilados y se alejó del fulgor de horno caliente, de boca infernal de Villa Acero, siguiendo a sus pies por el sendero de la mortificación que había recorrido años antes. Volvió a encontrar la cuevecita con su manantial. En el suelo había judías y zanahorias momificadas. La hicieron sonreír tras la máscara. Permaneció en la entrada de la cueva y contempló el Gran Desierto, leproso y lleno de costras, por culpa de la intervención del hombre industrial. Echó hacia atrás la cabeza y liberó toda su fuerza en un salmo de energía.

Dormidos en mil camas diferentes de mil hogares diferentes, mil niños tuvieron el mismo sueño. Soñaron que unos horribles insectos metálicos descendían sobre el llano desértico, donde construían un nido de altísimas chimeneas que escupían humo y soltaban un sonido metálico. Unos trabajadores teledirigidos, blancos y regordetes, les servían a los insectos trozos de tierra roja que habían arrancado de la piel del desierto.

Después, en el cielo se abría un agujero del que salía Santa Catalina de Tharsis vestida con un leotardo de ballet multicolor. Levantaba los brazos para mostrarles cómo de sus heridas manaba petróleo y les decía: «Salvad a mi pueblo, el pueblo de Camino Desolación». Entonces, los insectos metálicos, que habían construido una pirámide inestable con sus cuerpos entrelazados, llegaban hasta la Santísima Señora con sus manipuladores y tiraban de ella, chillando y jadeando, para meterla en el laminador de metales de sus fauces.

Kaan Mándela los llamaba la Generación Perdida.

—El pueblo está lleno de estos niños —le explicaba a sus clientes desde la barra. Desde que Persis Jirones, presa del dolor, volara hacia el ocaso, después de la muerte de Ed, la propiedad del BAR/HOTEL había pasado a él y a Rajandra Das—. Cuando vas a la tienda tropiezas con ellos, cerca de la estación ya no hay manera de moverse, porque hay niños durmiendo hasta en los andenes. Os diré una cosa, no sé qué es lo que pretende lograr esa tía mía. ¿Acaso una cruzada de niños va a impresionar a… ya sabéis a quién? —El nombre de la Compañía Belén Ares no volvería a ser pronunciado en el hotel que en otros tiempos se había llamado igual—. La generación perdida, eso es lo que son. Da miedo; miras a esos niños y ¡puaf! No hay nada. Sólo ojos vacíos.

Aquellos ojos vacíos también desconcertaban a Inspiración Cadillac. Había agotado su arsenal de advertencias, consejos, admoniciones y amenazas veladas. Lo único que le quedaba era un perplejo pavor ante los actos caprichosos de la Gris Señora. No lograba comprender por qué la Divina Energía había elegido manifestarse en un recipiente tan débil e imperfecto.

SENTADA PEREGR. 12 NOVODIC 12 MENOS 12 —proclamó Taasmin Mándela en un cartel que colgaba en la pared de la basílica—. POBRES CRIAT, PEREGR, CIUDAD, MARCHARÁN A VACE. LA CBA DEBE ESCCH DSPS YO HBLR.

¿Peregrinos? Estaba claro que la máscara de acero no sólo había amordazado de forma efectiva a la Gris Señora, sino que le había cegado su sentido de la estadística.

Desde los albores del Concordato, el flujo de peregrinos había ido mermando poco a poco hasta alcanzar a unos pocos fanáticos que podían contarse con los dedos. Dios y política, aceite y vinagre. De esto no puede salir nada bueno, se decía Inspiración Cadillac.

Justo antes de la siesta, la señora Arbotinski, de la oficina de correos, se fue a la casa del señor Jericó a llevarle una carta de Halloway. El señor Jericó no había recibido carta en su vida. Nadie sabía su dirección, y si quienes estaban interesados la averiguaban, le habrían enviado asesinos y no cartas. La carta le informaba que sus sobrinos, Rael, Sevriano y Batiste, y su Primo Jean-Michel llegarían al día siguiente en el Expreso Ares de las 14:14. Al señor Jericó le encantaban la intriga y la simulación, de manera que cuando llegó la hora señalada, se aseó, compró algo para almorzar en uno de los puestos de la concesión Mándela & Das del andén, y cuando el Expreso Ares Catalina de Tharsis de las 14:14 se detuvo en medio de una gran oleada de humo y vapor, dio la bienvenida a los cuatro caballeros barbudos y patilludos con unos adecuados abrazos familiares. Las barbas y las patillas acabaron en el desagüe del señor Jericó. Los hermanos Gallacelli presentaron sus respetos a su padre y se enteraron del vuelo angustiado de su madre a través de sus presuntos padres. Esto los afectó amargamente. El señor Jericó pasó una tarde agradable y estimulante conversando con el Asombroso Desprecio, el Maestro Mutante del Centelleante Sarcasmo y Réplica Rápida, y Rael, hijo, regresó a la casa familiar de los Mándela.

—Ah, Rael, has regresado —dijo Santa Ekatrina, sorprendentemente nada sorprendida—. Sabíamos que volverías. A tu padre le gustará verte. Está en la casa de Alimantando.

Eimaal Mándela recibió a su hijo en medio de los cuatro panoramas de la sala meteorológica.

—Sabes que tu abuelo ha muerto.

—¡No!

—La Compañía allanó la casa, ya habrás visto parte de los daños. Lo mataron cuando intentaba proteger su propiedad.

—No.

—La tumba está en el cementerio del pueblo si quieres ir a visitarla. Creo que también deberías ir a ver a tu abuela. Te considera responsable en gran medida por la muerte de su marido. —Limaal Mándela se marchó para dejar a su hijo en la intimidad del duelo, pero antes de cerrar la puerta, le dijo—: Por cierto, tu tía quiere verte.

—¿Cómo sabe que he vuelto?

—Lo sabe todo.

En los extremos de los gabletes aparecieron nuevos carteles:

PEREGRINACIÓN DE LA GRACIA: 12 NOVODICIEMBRE 12 MENOS 12. HABLARÁ RAEL Mándela, HIJO.

Mikal Margolis se encontraba en un aprieto. El Peregrinaje de la Peregrinación de la Gracia coincidía con la visita de Johnny Stalin y los tres miembros del consejo. De no haber sido por la presencia de Rael Mándela, hijo, se habría sentido inclinado a hacer la vista gorda, porque la marcha era algo fútil; sin duda ejercería una gran atracción popular, pero sería ineficaz. No le apetecía demasiado arriesgarse a efectuar otra incursión en Camino Desolación para detener a los agitadores: Dominic Frontera había obtenido en el tribunal del distrito un requerimiento judicial contra la Compañía, con la promesa de ayuda militar en caso de flagrante violación del requerimiento. Una operación encubierta habría sido una buena idea, pero con el pueblo plagado de halcones de la prensa, atraídos por los niños, que habían comenzado a aparecer de todas partes, al más mínimo incidente, los del Departamento de Relaciones Públicas se pondrían hechos unos basiliscos. Ya le había causado bastantes daños a la maquinaria de la Compañía con sus tácticas policíacas de mano dura al aplastar al Concordato. Hijo de la gracia, ¿qué querían, una Compañía o una mezcolanza de sindicatos charlatanes? Aprietos, aprietos, aprietos. A veces deseaba haber perdido en algún tubo de ventilación el cilindro de informes geológicos y haber continuado como Autónomo. Como director de seguridad del proyecto Camino Desolación, había hecho realidad todas sus fantasías adolescentes, con todo, aún no se había liberado de la gravedad. Se miró en el espejo y comprobó que el negro y dorado no le sentaban bien.

El doce de novodiciembre a las 12 menos 12 hizo buen día para una peregrinación. No era para menos. Taasmin Mándela había estado interviniendo sutilmente en las estaciones orbitales de control meteorológico durante todo el mes anterior para asegurar que ni una sola gota de lluvia estropeara la Peregrinación de la Gracia. Delante de la Basílica de la Gris Señora se había reunido una nutrida multitud. Bajo el calor de la siesta, los mil niños, ataviados de blanco virginal, se agitaban de un lado para otro, protestaban, se mareaban, vomitaban y perdían el conocimiento, como cualquier otra multitud de pecadores esperando en el bochorno de la tarde. En el momento indicado, los gongs sonaron y los címbalos dejaron oír su estallido desde los campanarios; los grandes portones de bronce de la Basílica se abrieron de par en par movidos por sus mecanismos en desuso, y Taasmin Mándela, la Gris Señora del Silencio, salió. Su forma de andar no era siquiera majestuosa. Eran los andares cansados de una mujer que, tras su máscara mecánica, ha sentido que el tiempo se le ha echado encima. A una distancia respetuosa, avanzaban Rael Mándela, hijo, Limaal, padre de éste y hermano de aquélla, Mavda Arondello y Harper Tew, los dos miembros del comité de huelga que habían sobrevivido, Sevriano y Batisto Gallacelli y Jean-Michel Gastineau, con su traje de Asombroso Desprecio, Maestro Mutante del Centelleante Sarcasmo y Réplica Rápida. El halo que rodeaba la muñeca izquierda de Taasmin Mándela ardía con un azul tan intenso que parecía negro.

Los peregrinos se agolparon a su alrededor: Hijos de la Gracia, Pobres Criaturas de la Inmaculada Contracción, varias cofradías de Villa Acero habían acudido con sus devotos, iconos, reliquias y estatuas sagradas, entre las cuales se encontraban la Patrona Celestial del Concordato y el luminoso Niño de Chernowa. Tras el Eclesiastés marchaban en procesión los artesanos, los representantes de los oficios y profesiones de Villa Acero agrupados bajo estandartes que habían permanecido ocultos en sótanos y desvanes desde que la Compañía destruyera el Concordato y sí, hasta unas cuantas banderas desafiantes del Concordato, pequeñas pero inconfundibles, con sus atrevidos Círculos de la Vida color verde. Detrás de los artesanos marchaba el pueblo, las esporas, los maridos, los hijos y los padres de los trabajadores, y entre ello5s el pueblo menos importante de Camino Desolación, sus granjeros, abogados, tenderos, mecánicos, prostitutas y policías.

Y detrás de todos ellos iban los pedigüeños, vagabundos, golfos e inútiles, y detrás, iban los reporteros de los periódicos, la radio, el cine y la televisión, con sus cámaras, técnicos de sonido, fotógrafos y directores apopléticos.

Con Taasmin Mándela a la cabeza, la procesión comenzó a avanzar. Al pasar ante la residencia de los Mándela, los cantores de himnos y salmos hicieron un minuto de respetuoso silencio. Las puertas de Villa Acero estaban cerradas para impedir el paso a la Peregrinación de la Gracia. Taasmin Mándela aplicó un levísimo brillo del poder de Dios, las cerraduras saltaron y las puertas giraron sobre sus goznes. Los guardias retrocedieron apuntando sus ACM más por miedo que por rabia, y las soltaron lanzando aullidos de dolor cuando, a la orden de la Gris Señora, las armas brillaron al rojo vivo. La multitud lanzó vítores. Empujando hacia atrás a los guardias de seguridad de la Belén Ares, la procesión avanzó hacia la Plaza de la Corporación.

En un balcón de la fachada de cristal de las oficinas de la Compañía, el doble robot de Johnny Stalin y tres miembros del consejo de administración contemplaban los hechos con estupefacción creciente.

—¿Qué significa esto? —preguntó el Director Gordo.

—Tenía la impresión de que estos disturbios improcedentes habían concluido —dijo el Director Delgado.

—Si esta tontería del Concordato fue aplastada, tal como nos ha hecho pensar usted, ¿qué hacen esas banderas verdes ahí fuera? —inquirió el Director de Musculatura Media.

—A pesar de que es impolítico que una marcha de esta naturaleza tenga lugar dentro del proyecto —dijo el robot doble del Director/Gerente de Proyectos y Desarrollos del Cuarto de Esfera Noroccidental—, habría sido infinitamente más embarazoso el haber tomado medidas coercitivas en presencia de los equipos de filmación de nueve continentes. Señores, sugiero que nos traguemos la afrenta.

—Ejem —dijo el Director Gordo.

—Intolerable —comentó el Director Delgado.

—Absolutamente antieconómico —manifestó el Director de Musculatura Media.

—Mikal Margolis se encargará de todo —dijo el Robot Stalin—. El Concordato no volverá a levantarse.

Comenzaron los discursos.

En primer lugar, Sevriano y Batiste Gallacelli hablaron de cómo la Compañía Belén Ares había asesinado a su padre con rayos láser. A continuación, Limaal Mándela explicó cómo los misiles de la Compañía Belén Ares habían asesinado a su padre. Taasmin Mándela le hizo una seña a Rael Mándela, hijo, para que se adelantara a hablar. Rael contempló el mar de caras y se sintió abrumado. En su vida ya había visto suficientes plataformas, podios y atriles. Lanzó un suspiro y se adelantó para que la gente lo viera.

Desde su puesto en la pasarela del convertidor Número 5, Mikal Margolis aprovechó al máximo ese paso al frente para apuntar con la mira telescópica.

Una bala. Era todo lo que hacía falta. Una bala preparada y silenciada por Aceros Belén Ares. Después, no habría más dilemas.

Limaal Mándela vio como su hijo daba un paso al frente y la adulación del público lo conmovió. Había educado bien a sus hijos. Eran cuanto su abuelo hubiera deseado que fuesen. Entonces, vio un destello luminoso en la tubería que colgaba por encima de la Plaza de la Corporación. Había vivido demasiados años en el más malvado de los sitios del mundo como para no saber qué era aquello.

Cuando su oído, afinado por la práctica en las salas de billares, captó el tiro silenciado, sonoro y potente como el clarín de los Arcángelesks por encima de la voz de las masas, le hizo un placaje a su hijo y lo tiró al suelo. Algo enorme y negro le estalló en la espalda, algo que jamás había sospechado que estuviera allí oculto. Sintió sorpresa, rabia, dolor, y en la boca, sabor a monedas de bronce, y dijo:

—Santo Dios, me han dado.

Lo dijo con un tono práctico y todavía no había superado la sorpresa que le produjo cuando la oscuridad se le acercó por encima del hombro para llevárselo con ella.

La multitud se agitó y gritó. Dos mil dedos índices señalaron hacia el lugar donde el culpable bajaba a toda velocidad un tramo de escalera que conducía al corazón del laberinto industrial. Rael Mándela, hijo, se había acurrucado sobre el cuerpo de su padre; Taasmin Mándela quedó destrozada por la muerte de su hermano gemelo. En el último instante de su vida, el lazo místico entre Limaal y su hermana se había vuelto a establecer y Taasmin había saboreado la sangre de la boca de su hermano y sentido cómo se lo tragaban el dolor, el miedo y la negrura. Aunque seguía viva, había muerto con su hermano.

La Gris Señora se alzó ante el pueblo y al quitarse la máscara, y ver su cara sombría y terrible, lanzaron un grito horrorizado.

—¡Esto es un asunto entre mi familia y Mikal Margolis! —gritó, rompiendo el silencio.

Levantó su sagrada mano izquierda y el trueno estremeció la Plaza de la Corporación.

A su orden, todas las piezas sueltas de maquinaria de Villa Acero saltaron en el aire: tubos, sopletes de soldar, rastrillos, radios, electrotriciclos, bombas, voltímetros, incluso el Luminoso Niño de Chernowa abandonó su poste y volando, acudió a su llamada. La chatarra formó un rebaño que daba vueltas en círculos sobre la Plaza de la Corporación.

Se acercó más y más, y las masas aterrorizadas vieron como el metal corría, se fundía y se modificada para formar dos ángeles de acero, sombríos y vengativos, que volaron por encima de sus cabezas. Uno de ellos poseía superficies sustentadoras y reactores, el otro, conjuntos de rotores.

—¡Buscadlo! —gritó Taasmin Mándela, y los ángeles, obedientes, partieron dando alaridos por los cañones de acero de Villa Acero.

El halo de Taasmin Mándela volvió a relucir, y quienes contemplaban el espectáculo tuvieron la impresión de que su incómodo vestido se fundía y cambiaba de forma, pegándose a su cuerpo delgado, y que cuando saltó de la plataforma para participar en la persecución, la máscara voló hacia ella y se transformó en un arma potente.

En la Plaza de la Corporación reinó el caos. Desprovistos de sus jefes, los manifestantes se espantaron y huyeron en desbandada. El Peregrinaje de la Gracia se convirtió en un gentío ruidoso, derrotado por su furia y su terror. En los tejados y pasadizos aparecieron guardias de seguridad armados y atrajeron una lluvia de piedras.

Prepararon sus armas pero no abrieron fuego. Rael Mándela, hijo, hizo ademán de ponerse en pie y calmar a la hirviente multitud, pero Jean-Michel Gastineau se le adelantó.

—Te matarán como a un perro —le dijo—. Ahora me toca a mí. Esto es lo que me han mandado hacer.

Inspiró profundamente y liberó todo su sarcasmo mutante en una sátira única y abrasadora.

Si bien no iba dirigida a ellos, los manifestantes sintieron, no obstante, el filo de su lengua. Algunos gritaron, otros lloraron, otros se desmayaron, hubo quien vomitó, e incluso quienes sangraron por las heridas de la culpa que el sarcasmo les había abierto.

Con el haz de su sátira barrió las posiciones de los guardias y se oyeron gemidos y gritos cuando los hombres armados comprendieron lo que eran, lo que habían hecho. Algunos no lograron soportar la vergüenza y se lanzaron desde lo alto de sus puestos de vigilancia. Otros se quitaban la vida con sus propias armas o bien mataban con ellas a sus compañeros; otros se echaban a llorar como histéricos al oír las palabras del Asombroso Desprecio. Hubo quienes chillaron, quienes balbucearon, quienes vomitaron como si al vomitar pudieran echar fuera todo el odio a sí mismos que el hombrecito de las escaleras les había hecho sentir; hubo quienes se hicieron todo encima, y quienes huyeron despavoridos de Villa Acero para internarse en el desierto de donde nunca más volvieron, y algunos se desplomaron empapados en sangre, con los huesos rotos, cuando el sarcasmo los partió en canal y les destrozó los miembros.

Después de humillar a la fuerza armada de la Compañía Belén Ares, el Asombroso Desprecio dirigió su lengua hacia el balcón elevado, donde se ocultaban los directores de la Compañía. En un instante, el Director Gordo, el Director Delgado y el Director de Musculatura Media quedaron reducidos a unos montones temblorosos, presas del remordimiento.

—Basta basta basta —suplicaban, ahogándose con su bilis y sus vómitos, pero la sátira continuaba sin cesar, hendiendo y hurgando en cada acto oscuro y vergonzoso por ellos realizado.

La sátira rasgaba las ropas dejándolas reducidas a harapos, partía cuerpos dejándoles unos surcos largos, profundos y sanguinolentos, y los poderosísimos Directores aullaban y gritaban, pero las palabras continuaron cortándolos y partiéndolos hasta que sobre la alfombra increíblemente costosa sólo quedaron restos de grasa y carne cortada.

El robot sustituto de Johnny Stalin contempló con una mezcla de desprecio y asombro los temblorosos montones de carne. No alcanzaba a comprender qué había ocurrido, sólo entendía que los Directores habían sido débiles y que, de un modo incomprensible, habían descubierto que eran deficientes. Él no era débil, ni deficiente, porque como era un robot, resultaba inmune al sarcasmo. Era algo intolerable que los Directores de la Compañía fueran tan débiles cuando él y los de su especie eran tan fuertes. Mediante una señal de neutrinos convocó a todos sus camaradas mecánicos a una reunión urgente para salvar a la Compañía de sí misma.

En la escalera, Jean-Michel Gastineau hizo silencio. Su sarcasmo mutante había humillado a la Compañía Belén Ares. Los manifestantes se levantaron temblorosos, sorprendidos, sin entender nada. Contempló a los niños vestidos de blanco virginal, a los pobres e idiotas de los dumbletonianos, a los consternados artesanos y tenderos, a los reporteros y cámaras cuyos objetivos y micrófonos se habían partido y roto al liberar él todo su poder mutante; miró a los vagabundos y mendigos, a toda aquella gente pobre y tonta y sintió lástima.

—Marchaos a casa —les pidió—. Marchaos a casa.

Entonces, al recibir una señal establecida de antemano, cinco aeronaves de transporte que habían sobrevolado la dramática escena, dejaron caer sus campos de invisibilidad y comenzó la invasión de Camino Desolación.